Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 18 de junio de 2011

El lugar del otro

Caminamos demasiado solos. A veces, permitimos que alguien nos siga. Otras ocasiones, tratamos de avanzar más rápido para alcanzar al de delante, pero en pocos momentos dejamos que el otro vaya a nuestro lado. No intentamos ceder nuestro puesto y ocupar el adyacente. Nos lo impide el orgullo, la soberbia y esa prepotencia absurda de ofrecer una imagen que no se refleja en ningún sitio. Empecinados en nosotros mismos, escuchamos pocas veces y vemos en muchas menos aún. Por eso, es tan frecuente que no logremos ponernos en el lugar del otro. El concepto de EMPATÍA, tantas veces utilizado como vía de comprensión de los demás, se resiste en nuestro interior al ser puesto en práctica. Nadie duda de las teorías. Son bellas formas de demostar a los demás que dominamos la comprensión, la tolerancia y la flexibilidad, cuando no hay que demostrarla. Eso ya es otra cosa. Colocarnos en el lugar del otro significa, de verdad, tratar de enmarcar su vida en su biografía, comenzar por entender cómo ha sido su niñez, saber cómo le han aceptado, amado y tolerado los de su alrededor y vislumbrar la historia que hay detrás de aquello que en él no nos gusta. Tal vez así, podamos entender sus reacciones y en muchas ocasiones, podamos tolerar lo que nos hace daño en esa persona. Llegar a comprender que ese daño no nos lo hace deliberadamente, sino que simplemente es un resultado de lo que vivió y de la ausencia de afectos que tal vez nosotros hemos tenido sobradamente. La compasión por el otro, por sus circunstancias, por la suma de experiencias que refleja cuando actúa, nos llevará indefectiblemente, a disculpar lo que en él nos parece tan difícil de perdonar.

jueves, 16 de junio de 2011

CAMBIO DE RUMBO

Cuando las relaciones o las situaciones de la vida se acaban, se acaban. No podemos forzar lo que está destinado a tener un final cercano. No es ni mal ni buen momento. Es el tiempo justo. El instante exacto en el que tenía que suceder. Muchas veces las relaciones hacen aguas por todos los sitios. Vemos el final mucho antes de que llegue, pero lo ignoramos en la previsión del sufrimiento que ha de cuasarnos la pérdida de lo que amamos. Y es que el amor nada tiene que ver con el entendimiento. En muchas ocasiones nos enamoramos de personas que desde un principio nada tienen que ver con nosotros. Sabemos que no es la piexa del puzzle que encaja en nuestro corazón pero sin encontrar su hueco sin embargo, lo desborda. No puede lucharse contra el sentimiento. Ël estará con y sin nuestro consentimiento. permanecerá siempre al hacecho para demostrarnos que puede con nuestra voluntad y con el afán de librarnos de él si es que no tienen posibilidad de seguir adelante. Por eso debemos entender y sobre todo, aceptar lo que nos pasa. Asumir incluso la tristeza. Llorar si es necesario, envolvernos en nostalgia y caminar por los recuerdos si es lo que nos pide nuestro corazón...pero una vez hecho ésto...debemos ponernos en pie, respirar profundo y decidir cómo actuaremos a partir de ese momento aunque sigamos cargando con el peso de uan inmensa emoción por la otra persona. No podemos, efectivamente, manipular lo que sentimos. Nos engañaríamos a nosotros mismos y tarde o temprano se alzaría con su voz propia reclamando lo que le pertenece. pero la esperanza debe estar en la forma de actuar frente a lo que sentimos. Eso sí lo podemos elegir. Siempre podemos quedarnos con las emociones, sin rechazarlas, sin pretender eliminar lo que tan fuertemente está arraigado en el alma... y comenzar de nuevo. Hay que dejar que el tiempo sea nuestro amigo y que junto a nosotros vaya encargándose de aligerar la pena, de permitir nuevamente la sonrisa y de encender la luz en nuestra mirada. Todo pasa. Todo. Solamente debemos saber cómo continuar con los afectos de la mano y no bajo nuestro pie.

miércoles, 15 de junio de 2011

Ni el pasado, ni el futuro están aqui

Con demasiada frecuencia ideamos nuestro futuro como si lo pudiésemos diseñar a nuestro gusto. Vivimos de seguridades en un mundo de incertidumbres. Cuando la vida nos demuestra una y otra vez que todo es cambio nos empeñamos en ignorarlo y en seguir creyendo que hay un destino que determinará su rumbo.
Cierto es que somos responsables de nuestra realidad inmediata y que, a pesar de no poder controlar las circunstancias externas, siempre podemos crear nuestras propias condiciones interiores para reaccionar ante ellas. Los malos momentos nos suceden, nos pasan de parte a parte, nos envuelven en una espiral de sinrazones que parecen acabar con nuestras fuerzas y hasta intentan equivocarnos haciéndonos creer que podrán con nosotros. Nuestra tarea inmediata es demostarnos que no es así. Que tenemos estrategias mentales para salir adelante y voluntad para seguir creyendo que es posible. 
La categoría temporal de pasado, presente y futuro solemos vivirla mal. Al pasado le dejamos invadir el presente, que no lo tratamos sino como un adelanto de lo que sucederá y no como aprendizaje eficaz de lo que ocurrió. Ni uno ni otro existen y sin embargo permitimos que anulen el aqui y el ahora que tan valioso debería ser.  Cuando todo a tu alrededor está muy mal, cuando parece que nada tiene sentido y que sería mejor no existir para dejar de sufrir, entonces es cuando el presente debe manifestarse con más fuerza. Posiblemente es en ese momento cuando la mente se pone en marcha y comprende que la única forma de salir adelante es centrárse en el instante que se vive, resistir el momento a cada rato, aceptar lo que venga sin resistencia y correr un velo que aisle lo que del pasado nos daña y otro más que no deje pasar los temores que sentimos frente al futuro en esos momentos. De este modo, en el espacio concreto y limitado de lo que se vive ahora es en el que empezaremos a encontrar el sentido a lo sencillo, a todo lo que pasa desapercibido cuando nuestra mente está ocupada en el sufrimiento, a aquello que nos hace sentir bien aunque sea solamente por un instante, a los olores nuevos de las estaciones que llegan, a la compañía de la gente que camina a nuestro lado y valorar que solamente despertarnos cada día ya es un milagro que lo justifica.
No hay otro camino que el que vamos haciendo paso a paso con nuestros propios pies. Si levantamos la vista y logramos ver cuando mirarmos, nos encontraremos con otros muchos ojos que están esperando ser mirados por los nuestros. No estamos sólos. Nunca lo estamos.

lunes, 13 de junio de 2011

Basura Mental

Estamos muy acostumbrados a que en el silencio nuestra mente no deje de hablarnos. A que incluso nos chille, a no poder impedir que una y otra vez nos haga dar vueltas a un mismo mensaje. A pesar de nuestros deseos de sosiego, a veces, cuando menos lo esperamos salta como un resorte que martillea la conciencia e intenta destruir nuestra tranquilidad. Y lo peor de todo es que lo consigue. Damos vueltas y más vueltas a un pensamiento que tal vez nunca llegue a suceder, imaginamos situaciones terribles que nos llenan de pánico sin saber si sucederán y nos quedamos inmóviles en esta espiral de sufrimiento mientras pasan las horas y no podemos librarnos de la compulsión de rumiar lo que tememos más que lo que sucede. Hay una predisposición magnífica en nosotros para abrazar la "posibilidad", el "va a suceder" o el "estoy seguro que me pasará"... tanto somos capaces de idear que creemos en estas fantasías de la mente antes que en la existencia de otros caminos que generalmente son los que suceden.
La vida, generalmente, resuleve por sí misma lo que nos parece estancado o irresoluble. Nos empastamos en ideas que nos ahogan e invalidan cuando el futuro no es ni siquiera predecible. Deberíamos deshechar la basura mental que se acumula por doquier en cualquier rincón de nuestra mente. Imaginar que la metemos en el interior de un globo aerostático que cerramos bien y lanzamos a la mayor altura que pueda alcanzar...tanta que se pierda de nuestra vista. Y quedarnos libres de las barreras de la mente, que sin duda son las más difíciles de derribar.

domingo, 12 de junio de 2011

Creer en ti

La necesidad de armonía y plenitud interior es el fundamento de la salud. Nada pasa porque sí y cada dolencia efectivamente está justificada desde dolores emocionales o desajustes afectivos. Debemos comenzar por amra lo que somos, por creer en nosotros mismos, por entender que todo está en el interior y que allí también existe la curación. Es diícil navegar en las aguas de la vida sin sentir que naufragamos muchas veces. La fustración, el fracaso, la ausencia de aamor, el vacío ético y todo lo que pueda salir a nuestro encuentro va a sucedernos con seguridad en algún momento. Lo importante es tener herramientas para poder aceptarlo y dejarlo ir. Muchas realidadees que asumimos como propias, no lo son. Por eso debemos aprender a diferenciar lo que es nuestro y debemos trabajar para disponerlo a nuestro favor, de aquello que no lo es y asumimos como tal.
Frecuentemente, las críticas, que tanto daño suelen causarnos, son opiniones ajenas que nada tienen que ver con lo que somos, con lo que sabemos, con lo que queremos o por lo que luchamos. Nada tienen en ellas mismas para hacernos daño si nosotros no dejamos que nos lo haga. No son nuestra realidad, es la realidad vivida y sentida por otros...y esa nunca debe afectarnos como nuestra.
Deberíamos reforzar la creencia en nosotros mimos, en nuestro inmenso poder interior, en esa chispa divina de la que participamos y sentirnos plenamente confiados en que la mejor ayuda está al final de nuestro brazo.
Poner en práctica la fe en nosotros mismos, es tal vez, la mejor religión.