Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 3 de diciembre de 2011

BARRERAS MENTALES

De todos los muros que se puedan alzar sobre el espacio y el tiempo, posiblemente los más sólidos e indestructibles sean las barreras mentales. Uno actúa tras el miedo, los prejuicios, los estereotipos y las malformaciones de las ideas instaladas en la mente. Se han levantado poco a poco, casi sin darnos cuenta. Y tras ellos nos hemos quedado escondidos al abrigo de la sombra más absoluta. Han hecho su estructura sin nuestro permiso y han dibujado muros sinuosos en donde nos hemos ido recostando cuando los problemas aparecen. Tras ellos, nos escondemos con la vergüenza, la timidez, el temor al qué dirán o la ansiedad de ser el centro de las miradas cuando quisiéramos estar en la oscuridad. Han crecido en manos de otros. Nos los han ido colocando, ladrillo a ladrillo, con la argamasa de lo correcto y lo incorrecto, del bien y del mal particularmente entendido por los que ayudaron a elevarlos. Y de esta manera, arrastrándolos tras de nosotros, pesadamente, los llevamos encima.
Nada hay más fuerte que las barreras que nos impiden avanzar en libertad. Nada más poderoso que la imagen que se refleja en el interior de cómo deben ser las cosas que no encajan en el modelo que domina nuestra forma de comprender la realidad. Y si en algún momento, hemos hecho intención de saltar nuestros muros…hemos sentido terror al otro lado, a la orilla que no vemos, a ese otro mundo que queda fuera de nuestros límites. Pero lo peor llega cuando de verdad nos lo hemos saltado, en alguna ocasión, porque no podremos librarnos ya de la culpabilidad de haber cometido un error que nos persigue por siempre.
Romper las barreras de la mente cuesta mucho porque uno se imagina perdido, sin referencias claras, sin tener un contrate que nos dé la medida de lo correcto. No entendemos que el bien y el mal sólo pueden diferenciarse desde el corazón y no desde los modelos establecidos al uso en una época, la que nos ha tocado vivir. Ni tampoco pueden rendir cumplimiento a la mentalidad de quienes nos educaron, con su mejor intención, pero a veces con nefastos resultados. Todos sabemos cuando estamos haciéndolo bien y cuando dañamos a alguien, o a nosotros mismos. Hemos de guiarnos por nuestra intuición y desnudarnos ante la claridad de lo que indique nuestro interior en un acto puro de sinceridad personal. Romper barreras significa encontrarnos al otro lado con un yo desconocido que nos dará paso al entendimiento y la comprensión de la sencillez de vivir. Merece la pena intentarlo. Desde ahora mismo.

viernes, 2 de diciembre de 2011

APRENDER A DESAPRENDER

Comenzaremos el nuevo año, otra vez más, llenos de propósitos avalados por los mejores deseos de lograr lo mejor en nuestra vida con la nueva oportunidad que representa todo aquello que se inicia. Querremos tener la certeza de que llegará lo que tanto anhelamos o se mejorarán nuestros defectos. Incluso aparecerá la confianza en que las negativas emociones que experimentamos con aquellos que nos caen mal o no son, incluso, indiferentes, también cambiarán. No podemos pretender que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo. Posiblemente, este año que está próximo a llegar, podríamos intentar la inversión del camino y en lugar de seguir aprendiendo a cometer errores que se superponen y calcifican, desaprender todo aquello que nos induce a ellos repetidamente y nos sumerge en una espiral centrífuga de la que no podemos salir. No hay que olvidar que siempre somos dueños de nuestra voluntad y en último término, nunca nada está completamente cerrado, decidido o resuelto hasta que nosotros digamos la última palabra.
Entre todo aquello que deberíamos desaprender está la toma de posturas herméticas con las que nos incapacitamos para entender, cambiar, aceptar, corregir o mejorar cualquier situación o conducta en la que nos veamos implicados. Debemos desaprender a someternos sin reflexionar, sin tener un juicio propio o sin darnos por vencidos antes de entrar siquiera en la batalla. Desaprender el sistemático y compulsivo hábito de juzgar con gratuidad, de pensar que el resto lo hace mal por no ser nosotros quienes lo hacemos, de instalar la manía persecutoria hacia quien no comparte nuestras ideas o no responde a nuestro color de piel, lengua materna o situación social. Desaprender los gestos de desesperanza que se aglutinan en nuestro rostro bajo cada línea de expresión. Desaprender los estereotipos nos que llevan a pensar que nada cambia, que las normas deben ser siempre las mismas o que lo considerado como correcto hasta el momento, debe serlo siempre. Desaprender que el sentido del honor debemos ejercerlo a nuestro modo, caiga quien caiga, para validar nuestros intereses. Desaprender las seguridades a las que tan atados estamos. Instalarnos en la certeza de que el equilibrio de nuestro futuro se basa en aceptar que los planes pueden desaparecer en un instante cuando la vida decide por nosotros y estar seguros de que cualquier momento es el adecuado para estar frente un cambio radical por cualquier suceso no esperado. Desaprender esa confortabilidad blindada por la rutina engañosa en la medida en que la realidad está en constante cambio. Comprender y tolerar la inseguridad natural de la vida cotidiana como la mejor forma de aceptar lo que venga. Desaprender que el amor propio significa egoísmo y que la mejor forma de querernos, sentirnos valiosos y ser felices es mejorándonos continuamente para compartirnos con los demás en esa mejora. Desaprender el camino que nos lleva a querer agradar a todos  porque eso no solo es imposible, sino ni siquiera debe ser deseable. Descender de las garantías que pretendemos conseguir en las relaciones y asumir que tener afecto por alguien hoy no significa que continúe mañana, si aceptamos el derecho de ambos a querernos en la más absoluta libertad de hacerlo así.  Desaprender que la felicidad está más allá de lo que ya tenemos para instalarse en lo que nos queda por conseguir y seguir pensando que siempre es un deseo insatisfecho mientras perdemos la oportunidad de rescatar aquello que teniendo valor en nuestra existencia, jamás tendrá precio. Desaprender el camino de las reclamaciones a la vida para que nos devuelva lo que sólo en ella está prestado. Y es todo. Desaprender a quedarnos en las buenas intenciones sin tomar parte activa en la acción transformadora y comprender que los cambios no solo deben ser responsabilidad de otros, sino que debemos comprometernos cediendo un enorme grado de energía, pasión y determinación de nosotros mismos para mejorar lo que criticamos. Desaprender que los estilos de proceder  de la gente tóxica, que se han expandido como un gas venenoso entre la mayoría de nosotros al concederlos cierto grado de normalidad, no solo no son lo deseable, sino que siguen siendo inaceptables. Que las venganzas nunca tuvieron un fin más ético que los motivos que llevaron a ellas y que no podemos comenzar mejor el nuevo año si seguimos empeñados en hacer de la derrota una justificación perpetua.
Desaprender, por último, a ignorar esa sensación de estar desbordados por emociones tales como el miedo, la ira, los celos, la culpa o incluso la alegría. Creer que amenazan nuestra paz interior y seguir la pauta, a menudo, de  preferir silenciarlas. Entender, eso sí, que las emociones en realidad son valiosos mensajes cifrados que nos dicen mucho sobre nosotros mismos y que si aprendemos a escucharlas y a dialogar con ellas, nos abrirán un nuevo horizonte vital, lleno de serenidad y mayor compresión de quiénes somos para actuar mejor y ser más felices. Entonces sí haremos realidad los buenos deseos que aún tenemos pendientes en la navidad.


jueves, 1 de diciembre de 2011

HEREDAR LA EXPERIENCIA

Sería estupendo que en el paquete de la herencia que nos llega de nuestros antecesores estuviese el resultado de la experiencia. No exactamente, esa secuela personal e intransferible de lo que pasó, sino el néctar puro de los actos y sus consecuencias. Por supuesto que es imposible. Explica un refrán que “nadie escarmienta en cabeza ajena” y la sabiduría popular es en ello, soberana. Cada cual debe hacer su camino aunque se encuentre con las mismas piedras que el compañero. La forma de verlas, la disposición para sortearlas, la habilidad para saltarlas o la torpeza de empotrarlas nos irá delimitando nuestra senda, la de cada uno de nosotros.
No queremos que sufran los que nos importan. No podemos soportar que vayan a caer en donde ya hemos caído nosotros. No estamos dispuestos a permitir que la herida que tanto tardó en cicatrizar en nuestra piel, se repita en la epidermis del que amamos. Y sin embargo, son ellos mismos los que nos invitan a retirarnos a tiempo. Antes de que no puedan aguantar nuestro direccional consejo. Antes de enfrentarse a nuestra sabiduría para rechazarla; mucho antes de que la batalla se desate sin reparar a quien se hiere. La postura a adoptar no es sencilla. Nos debatimos entre el conocimiento de las consecuencias ya vividas y el respeto por lo que otros deben vivir. Sabemos que nada de lo que digamos será entendido en un primer momento. Por lo que no queda nada más que recurrir a la paciencia. Una inmensa paciencia que, tarde o temprano, dará sus frutos. No se trata de dejar pasar la vida de los que nos importan como si se fuese una película. No podemos ser meros espectadores como si los que van a caer no estuviesen formando el tejido de nuestro corazón. Pero no olvidemos, y lo hacemos muchas veces, que tampoco somos los protagonistas. Que cada uno debe pasar por lo que le ha de enseñar lo que le falta de aprender. Que realmente, uno puede estar siempre para demostrar al que se inicia que hay un pilar que lo sostiene incondicionalmente. Para decirle, incluso sin palabras, que el amor que nos une está por encima y por debajo de las diferencias y que ante todo, pase lo que pase, seguiremos estando para ayudarle a retomar la vida. A veces, es mejor pararse. Quedarse quieto una vez que hemos hecho lo correcto que nos pide el corazón y esperar, aunque sea con desesperanza silenciada, a que sean ellos los que vuelvan. Porque siempre vuelven. Siempre. Y entonces, lejos de utilizar el reproche, hagámonos uno con la sabiduría que acaban de alcanzar aún a través del dolor…y brindemos con besos y abrazos serenos, su esperado regreso.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

DIALOGA CON TU ENFERMEDAD

Nuestro cuerpo es un todo en equilibrio en el cual cada célula, cada órgano, cada sistema asume su función espontánea y libremente orquestada por el ánima que le da vida. El pensamiento aporta, en gran medida, la dirección que deben llevar las emociones vividas. Organiza el resultado de las sensaciones percibidas y elabora una respuesta interna que nos da la medida del grado de felicidad, serenidad y calma o en su defecto, de angustia, desesperación o impotencia que sufrimos. Cada vez cobra mayor fuerza la evidente relación entre cuerpo y mente, comenzando, la ciencia médica, a admitir dicha incidencia de las emociones en la salud. Si esto es así, ciertamente, la enfermedad se presenta como respuesta a un desequilibrio que el cuerpo sufre cuando las coordenadas de desorden interno aparecen. Y lo hacen mucho más frecuentemente de lo que pensamos. Si cada vez que nos enfadamos supiésemos realmente el nocivo efecto para nuestra salud, tal vez pensaríamos mejor lo que decimos o cómo nos sentimos. Repetir estas actitudes continuamente no deja otro camino que la ruptura del orden sistémico de nuestro cuerpo.
         Cuando la enfermedad aparece debemos preguntarnos qué ha sucedido o viene sucediendo en nuestra vida para que así sea; otras veces la respuesta no está en el por qué sino en el para qué nos está sucediendo alguna alteración orgánica. Qué debemos aprender con ello. Tal vez a  comer más sanamente, a no beber alcohol, a reprimir la ira, a mejorar los hábitos de convivencia…tantas y tantas respuestas como personas somos.
         La buena noticia está en poder conectar con lo que nos pasa y dialogar con ello. No sólo debemos hacer las preguntas que nos lleven a descubrir en qué estamos alterando nuestro sagrado equilibrio, sino también considerar que podemos sanar nuestros males con la intención de recomponer nuestra conducta enviando toda la energía sanadora de nuestro interior a esa parte u órgano afectado. Otra novedosa noticia es que debemos perdonar a la enfermedad. El cáncer no es sino una equivocación de las células al reproducirse. Un error. Un comportamiento anómalo que puede ser comprendido y sanado desde la compasión por ellas y por nosotros mismos. ¿No tratamos de perdonar los errores ajenos?¿no nos perdonamos a nosotros tantas veces?¿Nos estará poniendo a prueba, nuestro cuerpo, para pulsar nuestra capacidad de perdón?. Sanar significa estar en paz. Rescatar la estabilidad perdida, reconstruir el comportamiento y recuperar la serenidad interna.
         Enviemos luz sanadora a lo que se ha detenido o está funcionando equivocadamente…hagámoslo…creamos o no…funciona, siempre funciona. Y sobre todo aprendamos de ello lo que se nos muestra como una gran lección. Si podemos enfermarnos a nosotros mismos…podemos sanarnos también, en una gran parte. No hay duda.

martes, 29 de noviembre de 2011

EL PRESENTE CONTINUO

Ayer cuando mi hija estudiaba inglés, uno de los contenidos que abordaba era “el presente continuo”. Ayudada, también, por una reflexión que llegó a mi correo de un lector de estas breves reflexiones, me di cuenta que esa era realmente la respuesta.
Nuestros miedos, nuestras angustias, los temores que se instalan en el alma y ahogan la esperanza…tienen su origen en un ir y venir frenético del pasado al futuro, reviviendo lo que nos dañó o lo que tememos que nos dañe. Ninguna de las dos categorías existe en tiempo real. Ninguna puede ejercer su tiranía sobre lo que acontece, a no ser que le demos permiso para ello. En verdad, lo único que tenemos es el PRESENTE, un presente que se hace continuo en el tiempo y que va estirando el día de hoy hasta que constituye los siguientes tramos que vivimos siempre como inmediatos y determinantes. Instalarnos en el AQUÍ y en el AHORA tiene el inmenso valor de rescatarnos del miedo que se diluye en lo que podemos enfrentar cuando estamos viviéndolo. La vida me ha demostrado muchas veces que de nada vale imaginar el dolor, siempre será otro cuando suceda. Que de nada vale suponer el miedo, no será el mismo cuando llegue o tal vez ni siquiera llegue. No tiene sentido vivir en dimensiones que ya sucedieron o adelantar las que están por llegar cuando la misma vida decide por nosotros tantas veces!!.
Somos capaces de enfrentarnos a TODO  y en ello, nadie es más que nadie. Cuando observamos situaciones terribles que suceden a los demás rápidamente al trasladarlas, hipotéticamente a nuestra vida, llegamos a la conclusión de que nosotros no podríamos con ellas. Nos equivocamos. Somos capaces de enfrentarnos a cualquier situación. Hay una fuerza unívoca que nace y se regenera de forma espontánea en el corazón que nos ayuda siempre a tener el valor suficiente para seguir adelante. Basta comprender. Es suficiente tener compasión con los demás y con nosotros mismos. Basta, en definitiva, pensar que todo puede pasar en un instante pero que a su vez nada puede pasar para lo que no debamos estar dispuestos en cualquier momento. Hay que vivir sin la angustia de lo que pasó, y ya no puede hacernos daño, o sin el miedo a lo que pasará y, que seguro, será distinto a lo que imaginamos. Esto nos dará la pauta de que solo hay un presente continuo que se prolonga en un tiempo siempre actual  y contemporáneo, siempre simultáneo y sincrónico…donde somos soberanos.

lunes, 28 de noviembre de 2011

EL VALOR DE LA CONQUISTA

La vida pasa demasiado deprisa. Cada amanecer, cuando comienza el día, nos apresuramos a disponerlo todo para que el tiempo transcurra en la carrera de las rutinas. En esas donde nos encontramos cómodos por ser tan conocidas, en las que apenas se arriesga y en donde la casualidad puede sorprendernos poco. Sabemos caminar por las horas del día sin demasiados sobresaltos y nos entregamos en los brazos de Morfeo casi con idéntica rapidez a como nos hemos levantado. A veces, solo a veces, somos conscientes de este rápido paso por la existencia y de que en él se escapa, en la mayoría de las ocasiones, lo fundamental. Es como si viviendo lo accesorio fuese bastante. Pero también, de cuando en cuando, nos llega la sensación de que la vida es algo más; otra cosa distinta a los hábitos de la prisa y las acciones repetidas.  Nos damos cuenta que se escurre entre las manos sin apenas notarlo y que cada hora que pasa, cada minuto, cada instante… es una implacable cuenta atrás que no se detiene. Bastan unos instantes, en estas reflexiones, para comprender que lo importante que tenemos al lado no se cuida con esmero. Posiblemente, enmarañados en los pequeños problemas cotidianos dejamos de lado hacer sentir al otro lo importante que es en nuestra vida. Eludimos caricias, evitamos arrumacos, obviamos ternura y sobre todo rehusamos verbalizar los afectos por temor a parecer idiotas. Nunca sobran las manifestaciones de cariño. Nunca uno es más débil por mantenerlas. Nunca estamos errando al propiciarlas.
         La vida es una conquista diaria en la que debemos empeñarnos a fondo para lograr avanzar con éxito o incluso, simplemente, para seguir con el acierto de sostenerla en equilibrio. Olvidamos que en esa batalla hay fantasmas invisibles que nos acechan. De ellos, el más demoledor es el automatismo en el amor. Todo se sobreentiende, demasiadas cosas se dan por sabidas, muchas más por hechas y casi todas por concluidas. Estamos así, en la mejor carrera hacia el desastre. Comienza a olvidarse la emoción de estar junto a lo que quieres, la pasión de demostrar que el afecto sigue incandescente, la turbación de encontrar algo diferente en el día a día; ese tiempo que nunca es igual al anterior y que no debemos dejar que lo sea. Porque si hay alguna característica cierta en nuestra existencia es el cambio. No dejemos que las relaciones cambien sin saberlo nosotros. No permitamos que poco a poco y sin hacer ruido, se vayan silenciosas por la puerta para no volver.
         Volvamos a reconquistarnos, hoy y mañana. Todos los días, sin la pereza de cambiar los hábitos de silencio y evasión por ilusiones renovadas que nos entreguen a la vida llenos de pasión.

domingo, 27 de noviembre de 2011

ADELANTE, SIEMPRE ADELANTE!

Hoy domingo dispongámonos para aminorar el cansancio de limar la vida a cada rato, dejemos que la serenidad se instale en el interior y hagamos que el ritmo con el que discurre el tiempo se relentice. Permitámonos un capricho, seamos beligerantes con nosotros, estemos algún rato sin hacer nada o hagamos lo que nunca hacemos, dejemos un ápice de locura asomar a nuestras pupilas…y acostemos la mente en una hamaca de ligeras plumas cuyo vaivén silencioso y acompasado vayan tejiendo su sueño.
Pero sobre todo, hoy domingo, repongamos fuerzas en el corazón, tomemos un sorbo de esperanza del manantial de la voluntad infinita y sigamos adelante…siempre adelante!!.
Un beso para tod@s

¡!!¡ADELANTE!!!
Si te postran diez veces, te levantas
otras diez, otras cien, otras quinientas;
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas.
Con el hambre genial con que las plantas
asimilan el humus avarientas,
deglutiendo el rencor de las afrentas
se formaron los santos y las santas.
Obcecación asnal, para ser fuerte,
nada más necesita la criatura,
y en cualquier infeliz se me figura
que no mellan los garfios de la suerte ...
¡ Todos los incurables tienen cura
cinco minutos antes de su muerte !
No te des por vencido, ni aún vencido,
no te sientas esclavo, ni aún esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y acomete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua, y no la implora...
Que muerda y vocifere vengadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza !
Los que viertan sus lágrimas amantes
sobre las penas que no son sus penas;
los que olvidan el son de sus cadenas
para limar las de los otros antes;
los que van por el mundo delirantes
repartiendo su amor a manos llenas,
caen, bajo el peso de sus obras buenas,
sucios, enfermos, trágicos, sobrantes.
¡Ah! Nunca quieras remediar entuertos;
nunca sigas impulsos compasivos;
ten los garfios del Odio siempre activos
y los ojos del juez siempre despiertos...
y al echarte en la caja de los muertos,
menosprecia los llantos de los vivos !
Esta vida mendaz es un estrado
donde todo es estólido y fingido,
donde cada anfitrión guarda escondido
su verdadero ser tras el tocado:
No digas tu verdad ni al más amado,
no demuestres temor ni al más temido,
no creas que jamás te hayan querido
por más besos de amor que te hayan dado.
Mira cómo la nieve se deslice
sin una queja de su labio yerto,
cómo ansía las nubes del desierto
sin que a ninguno su ansiedad confíe:
Maldice de los hombres, pero ríe;
vive la vida plena, pero muerto.
Si en vez de las estúpidas panteras
y los férreos, estúpidos leones,
encerrasen dos flacos mocetones
en la frágil cárcel de las fieras:
No habrían de yacer noches enteras
en el blando pajar de sus colchones,
sin esperanzas ya, sin reacciones,
lo mismo que dos plácidas horteras;
Cual Napoleones pensativos, graves,
no como el tigre sanguinario y maula,
escrutarían palmo a palmo su jaula,
buscando las rendijas, no las llaves...
Seas el que tú seas, ya lo sabes:
a escrutar las rendijas de tu jaula !
En pos de su nivel se lanza el río
por el gran desnivel de los breñales;
el aire es vendaval, y hay vendavales
por la ley del no fin, del no vacío;
la más hermosa espiga del estío
ni sueña con el pan en los trigales;
el más dulce panal de los panales
no declaró jamás: yo no soy mío;
y el sol, el padre sol, es raudo foco
que fomenta la vida en la Natura,
por calentar los polos no se apura,
ni se desvía un ápice tampoco:
¡ Todo lo alcanzarás, solemne loco...
siempre que lo permita tu estatura !
Como una sola estrella no es el cielo,
ni una gota que salta, el Océano,
ni una falange rígida, la mano,
ni una brizna de paja, el santo suelo:
tu gimnasia de jaula no es el vuelo,
el sublime tramonto soberano,
ni nunca podrá ser anhelo humano
tu miserable personal anhelo.
Qué saben de lo eterno las esferas ?
de las borrascas de la mar, las gotas ?
de puñetazos, las falanges rotas ?
de harina y pan, las pajas de las eras ?...
¡ Detén tus pasos Lógica, no quieras
que se hagan pesimistas los idiotas !
Almafuerte es el seudónimo conocido de Pedro Bonifacio Palacios