El cuento del Tunecino nos ha dejado un valioso mensaje. El valor de la esencia, la importancia de la consciencia de lo que somos y la búsqueda y el mantenimiento de nuestra identidad en la evocación y el recuerdo del ser interior.
Ante los avatares de la vida debemos se siempre nosotros. Estar al filo de lo propio y desenvolvernos como la conciencia plena de nuestro ser, nos pide. Para ello, es necesario conectar con lo que somos. Pero esa conexión no siempre es fácil. No se trata de seguir impulsos. No consiste en reaccionar según pautas aprendidas, normas morales o imposiciones sociales. No procede acudir solamente a lo que hemos aprendido hasta el momento. Hay, dentro de nosotros, una sabiduría interior que está desde siempre y que nos reclama. Pero no está instalada en la superficie, ni en las apariencias, ni en lo exterior. Es preciso establecer contacto con ella y a partir de ahí, todo será diferente.
Tendremos la suficiente autoestima para comprender y poner en práctica la divinidad que nos constituye; sabremos actuar de acuerdo a nuestro corazón, elegiremos guiados por la luz que nos compone y sobre todo, dejaremos libre el espíritu de angustias y desasosiegos sin fundamento real porque entenderemos que todo lo que nos acontece es pura anécdota en el proseguir del ensayo de nuestra vida.
Descubriremos que no son solamente la envergadura de las dificultades nos ponen el reto. La verdadera dificultad está en la actitud que mostremos ante los problemas, ante las inflexiones de nuestra personalidad, ante las caídas y los baches en los que tropezamos. Si esta actitud es de derrota…la derrota llega. Si es de lucha y superación…la victoria está cerca.
Conectar con uno mismo, con la fuerza interior que mantiene la vida y sobre todo con la luz divina que nos ha permitido llegar hasta aquí para experimentarlo todo equivale a preparar el proceso con detenimiento y a concederle el tiempo y la serenidad que requiere.
Os dejo una posible forma de conexión que al menos, personalmente, me ayuda cada momento tranquilo que le dedico. No es la primera vez que aludo a ella pero quiero hacerlo de nuevo, con matices diferentes, para aquellas personas que lleguen al blog por primera vez.
1º Imaginemos una habitación; la más bella. Adornémosla con todo lo que nos guste. Incluso podemos imaginar que tiene salida a un bellísimo jardín con piscina, cenadores etc… Decorémosla con lo que mejor que nos haga sentir; mimemos los detalles e imaginémosla radiante y comodísima.
2º Situemos un sofá muy cómodo y agradable en su centro; será en el que nos recostaremos para esta meditación. Vayamos hacia esa habitación e imaginemos que entramos en su interior y nos tumbamos en él. Visualicemos, encima del sofá, una claraboya de cristales purísimos, a través de la cual puede llegarnos una luz brillante, blanca o dorada muy cálida, capaz de penetrar por nuestra cabeza y recorrernos por completo.
3º Imaginemos, de nuevo, que la luz invade y completa poco a poco nuestro cuerpo por dentro y a su paso va limpiando todas las angustias, los temores, los desajustes de salud; regenerando células, reconectando neuronas y recomponiendo todo lo que en cada uno esté equivocado o en mal estado. Hagámosla llegar al corazón y visualicemos que en este poderoso punto divino la luz es aún más fuerte, más intensa, más cálida y mucho más sanadora. De ahí hagámosla bajar por nuestro vientre hasta el final de las extremidades.
Lentamente. Mientras respiramos con suavidad pero de forma profunda, haciendo llegar el aire al abdomen (para saber si lo hacemos bien podemos poner una de las manos sobre el vientre y comprobar si se eleva o no, cuando introducimos el aire. Debe bajar, en una inspiración profunda desde los pulmones al abdomen y cuando lo expulsemos el proceso se operará al revés, lo primero que desciende es el abdomen para extraer, por último, todo el aire que queda en los pulmones.)
4º Pediremos, en este proceso, que nuestro guía/s interior, la luz divina que te constituye y todos los que del otro lado nos puedan ayudar, lo hagan. Pensemos en lo qué nos sucede y pidámosles, también, que nos den respuestas, pautas y gente que aparezca en nuestro camino y nos lleven a superar todo lo que nos sucede.
5º Cuando lo hayamos hecho, imaginemos delante de nosotros a las personas que nos han hecho daño. Una a una. Poco a poco. Y con cada una de ellas, probemos a mirarlas a los ojos y a decirles lo que nos ha dolido; pidámosles perdón por si inconscientemente hemos hecho algo que les ha dolido a ellos también y ha empeorado la situación y dejémosles ir libres de nuestro rencor. Permitámosles que nos abandonen a la vez que se alejen con nuestro perdón.
Supongamos e imaginemos, que todo lo malo que sentimos por esa persona/s o las circunstancias que genera, lo metemos dentro de un globo aerostático y lo mandamos elevar hasta el infinito del cielo para que se aleje de nosotros Y NUNCA MÁS REGRESE; y si algún día volviésemos a encontrarnos con esa persona/s… todo haya cambiado…todo sea distinto y no exista rencor, solo la sensación estar frente a un ser humano como nosotros que se ha podido equivocar también como nosotros.
Esto debemos hacerlo con tantas personas tengamos para sanar una relación.
6º Cuando terminemos demos GRACIAS POR LA RESPUESTA/S que vamos a conseguir, por la ayuda y por todo lo que aparecerá en el camino que contribuya a que salgamos de nuestro momento difícil.
7º Confíemos y CREAMOS que las respuestas van a llegarnos y que todo se irá resolviendo de tal forma que se acomoden las piezas en un orden preciso que permita que entre lo nuevo en nuestra existencia.
Nos encontraremos personas, señales, ayudas…que sin saber cómo irán contribuyendo a que todo cambie.
Hagamos esto cada noche o cada despertar.
Muy pronto, muy pronto, todo será distinto porque habremos empezado a mirar y a sentir nuestra vida, de otro modo.