Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


viernes, 18 de mayo de 2012

EL VALOR DE LA TRISTEZA

La tristeza tiene mala fama. Cuando aparece todo el mundo se empeña en salir de ella o en apartar a otros de su camino. No entendemos que tiene una misión y que en realidad solo en su compañía valoramos la de otros o la falta de lo que antes parecía sobrarnos.
Es una gran desconocida. Nos regala un estado en el cual podemos conectar con lo que nos sucede alejándonos del ruido, recogiéndonos en nuestro interior permitiéndonos adelgazar nuestro ego sin las dificultades que solemos tener para ello.
No todas las tristezas son iguales. Hay que distinguir al menos dos tipos de ellas.
La tristeza que nos aflige, nos oprime y devora prolongadamente, aquella que no es de ida y vuelta, que se instala en nuestra casa y lo invade todo, esa…es la que hay que evitar sabiendo tratar aquella otra por la que comienza.
La otra tristeza, la de cara más amigable es la que responde a un estado de melancolía y añoranza donde uno se siente pequeño, donde las pérdidas dejan huella, donde el desánimo hace presencia y nos advierte, donde las lágrimas son su expresión más aliviada. Es un sentimiento de comienzo, de apertura hacia dentro, de inicio de un trayecto que puede ser muy enriquecedor si sabemos tratarlo.
Puede que tenga el poder de transformar a las personas. Del  débil puede salir el fuerte; del agresivo y prepotente puede nacer el humilde, del silencioso puede arrancar palabras; al hablador puede regalarle silencios…
Es la otra cara de la felicidad con la que uno puede pedir ayuda. Nos lleva a darnos cuenta del valor de las cosas que tenemos, que perdimos o que necesitamos.
Pero la tristeza cuando nace advierte y en esa advertencia está implícito un mensaje que puede servir de antídoto durante el proceso.
Podemos ser sus amigos, dejarla llegar, dialogar con ella y aceptarla. Solo quiere que la reconozcamos, que la dejemos un espacio, que le hagamos un hueco y le demos calor. Una vez que ha llamado nuestra atención, que nos ha hecho reflexionar y que nos ha urgido al recogimiento podemos dejarla ir. Ella nos ayudará a readaptarnos y cuando sienta que no es necesaria…se marchará sola.

jueves, 17 de mayo de 2012

CAMINO...


Cada camino es uno entre un millón.
Por ende, no hay que olvidar que un camino no es más que eso. 
Si piensas que no debes seguirlo, no te quedes en él bajo ninguna circunstancia. 
Un camino no es más que un camino.
Que lo abandones cuando tu corazón así te lo indique no significa ningún desaire a ti mismo ni a los demás.
Pero tu decisión de seguir esa senda o apartarte de ella no debe ser producto del temor ni la ambición.
Te advierto: examina cada camino atentamente. Pruébalo tantas veces como te parezca necesario.
Luego hazte esta pregunta: ¿Tiene corazón este camino? 


Todos los caminos son iguales, no llevan a ningún lado. Atraviesan la maleza, se internan o van por debajo de ella.
Si ese camino tiene corazón, entonces es bueno. De lo contrario, no te servirá de nada …
Don Juan de Castañeda

…”Me gustaría encontrar la senda, esa que no llevando a ningún lado me de acceso a la que lleva a mi verdad; me gustaría recorrer el camino que escondido entre la maleza me llama para que le haga visible; me gustaría ser el camino por el que otros se encontrasen en mi…y mirar a lo lejos y siempre ver camino por andar…”

miércoles, 16 de mayo de 2012

LA TRAMPA DEL ESCÉPTICO

La fe no se compra, ni se aprende, ni se copia, ni se enseña. No se regala, ni se piensa, ni se examina. Se siente o no.
Uno puede no adherirse a ninguna religión. Puede no querer involucrarse en ningún sistema de pensamiento concreto, en ninguna teoría. Incluso puede no querer seguir a ningún personaje público, histórico o legendario por no atar su voluntad a ningún axioma incuestionable.
No se trata de libertad. Se trata de necesidad. La creencia o la fe van más allá de lo que uno puede y quiere, más allá de lo que se programa o lo que se prevé, más allá de lo que se quiere o lo que se anhela.
La fe se relaciona con una necesidad profunda de protección y cobijo. Con la absoluta premura de sentirnos arropados en nuestras quimeras más allá de los regocijos familiares o de amistad.
Donde nadie puede llegar, llega ella. Por eso se convierte en una necesidad aunque uno no lo quiera.
Hay determinados tipos de fe que son momentáneos. Uno cree ante un inminente peligro, ante el problema irresoluble, ante la condena de una enfermedad, ante la desesperación y el desconcierto. Otras veces, la creencia es permanente e invasiva y sirve para confiar plenamente en que el azar está de nuestro lado y justificar lo que de negativo nos llegue.
Hay una fe reposada e invisible. Una fe silenciosa y determinante. Una fe que no espera nada cambio. Una fe que permanece quieta en algún rincón de nuestra conciencia para salir a nuestro encuentro cuando de verdad  nuestro equilibrio depende de ello.
La fe puede inmolarse en aras de conquistar una imagen de uno mismo autosuficiente y distante de lo que el incrédulo supone un espejismo. Sin embargo, la fe nos sorprende muchas veces apareciendo cuando menos lo esperamos y cuando más lo necesitamos.
Estamos hechos de fe. Los que nos trajeron al mundo, creyeron, en su proyecto. Nosotros podemos decir que no creemos en nada, pero siempre nos quedará el “nosotros mismos” como apoyo incondicional del más escéptico.
Lo que no se da cuenta el que dice no creer es que adora a un dios escondido que se confunde consigo mismo sin advertirlo y que de cualquier modo…no puede resistirse a lo que le constituye.
Es curioso como entre mis alumnas hay alguna que dice no creer…pero sorpresivamente sigue viniendo a escuchar todo lo que en la fe se fundamenta.
Por algo será.

martes, 15 de mayo de 2012

EL SUEÑO DE MI GATA

Mi gata procede de Persia, no es extraño por tanto su misterio aún más inusual que aquel al que los gatos nos tienen acostumbrados.
La miro muchas veces y me pregunto qué pensará desde su vida de observación y silencio. Qué moderada y autosuficiente es su estancia y cómo duerme a ritmos distintos de los habituales recordándonos continuamente que ella, como los de su especie, no son iguales.
Creo que tenemos mucho que aprender de estos callados compañeros que siempre nos recuerdan que el silencio es un valor inconmensurable al que debemos adherirnos.
Estamos en una época en la cual la palabra es la moneda de cambio. Con ella se convence, engaña o manipula a lo que conviene y se intima o se estima a lo que importa.
Hablamos mucho. Tal vez demasiado. Estamos poco acostumbrados al silencio. A crear un espacio interior en el que poder creer en el poder de la fusión con nuestra esencia más íntima y ahí, sobran las palabras.
Deberíamos probar a estar en silencio un ratito más cada día. Y dentro de él…observarnos. Una vez que logremos pasar nuestro comportamiento, como en una película, delante de nuestro ojos internos hemos de dar otro paso, dejarnos llevar por el susurro de lo que llega a nuestra conciencia como hoja al viento en un vaivén acompasado.
Siempre hay preguntas a las que no encontramos respuesta. Siempre pende de nuestra intención voluntades rotas que no logramos concretar. Siempre hay un punto débil en el que debemos reforzar la intención. Ese es el momento de recoger la cosecha. En el silencio de nuestro claustro interior, a solas con nosotros mismos…escucharemos el clamor de las respuestas. Y una a una, como si de desgranar un racimo se tratase, ir encajándolas en el mecano dificultoso de lo que nos preocupa.
El silencio se ha convierte en un sueño perpetuo para mi gata que tras sus bellos ojos naranjas me mira profundamente preguntándose por qué me resulta tan difícil seguir su ejemplo.
Probaré a acurrucarme sobre mí y a observar tranquilamente el mundo. Posiblemente sea menos complicado de lo que me parece y todo consista en esperar a que las respuestas lleguen.

lunes, 14 de mayo de 2012

DEL OTRO LADO...

A veces la realidad nos engaña. Creemos que la vida está del lado que la vemos y excluimos a todos los que parecen estar en la orilla opuesta.
Creemos en verdades absolutas: las nuestras y derribamos por sistema las que llegan a nosotros desde labios opuestos.
Todo es relativo. Cada opinión, cada pensamiento, cada estado de conciencia puede graduarse por contraste con lo que le ofrece el contexto por referencia. Nada es tan negro, ni tan blanco. Los buenos no lo son tanto. Los malos tampoco.
Juzgar a los demás o a nosotros mismos depende siempre de la parte de donde nace la crítica. El tiempo, el espacio, la historia y la peculiar biografía de cada uno imponen sus particulares formas de seducir al criterio y lo que podría no condenarse se condena con facilidad si estamos al otro lado de la bondad.
En ocasiones, no saber dónde estamos ubicados nos ayuda. Nos mantiene en una especie de escenario mágico en el cual no nos damos cuenta que las víctimas somos nosotros.
Nos creemos otros y eludimos el dolor. No es fácil la estrategia porque mentirnos de ese modo siempre tiene el riesgo de que otro nos demuestre que estamos en el lado equivocado.  Entonces el mundo cambiará de color y sabremos que la ventana se abre hacia fuera.
Vemos cómo lo expresa este breve cuento:


“…A través de un ventanuco enrejado que había en su celda un preso gustaba de mirar al exterior. Todos los días se asomaba y, cada vez que veía pasar a alguien al otro lado de las rejas, estallaba en sonoras e irrefrenables carcajadas. El guardián estaba realmente sorprendido. Y un día le preguntó :
- Oye, hombre, ¿a qué vienen todas esas risotadas día tras día?
El preso contestó:
- ¿De qué me río? ¡Pero estás ciego! Me río de todos esos que hay ahí. ¿No ves que están presos
detrás de estas rejas?”…
¿Es mejor vivir engañado por uno mismo evitando las consecuencias de la realidad?¿o acaso es preferible saber que los que estamos tras las rejas somos nosotros?. ¿Felicidad a precio de la ignorancia o sufrimiento a precio de realidad?.
Feliz tarde!

domingo, 13 de mayo de 2012

EL NUDO

He rescatado de mi joyero una cadenita de oro con un diminuto osito que pende de ella. La he llevado mucho tiempo atrás. Por motivos que no recuerdo, un día debí quitármela. Hace unos días volví a ponerla sobre mi cuello.
Siempre me ha gustado mucho porque la cadena apenas se ve. Es de una fragilidad extrema y no resta protagonismo al símbolo que protege.
Ayer me di cuenta que el muñeco no se movía libremente por la cadena, que su juguetón ir y venir a través de ella acompasando mis movimientos se había detenido y que como si hubiese perdido la vida yacía ladeado sin poder moverse.
Al revisar el por qué de ese inmovilismo me di cuenta que había un nudo introducido en el orificio del canal de ruedo. Sabía que sería una tarea difícil desenredar aquella maraña de eslabones diminutos entrelazados entre sí. No fue sencillo, ni siquiera fue un éxito, pero me ha servido para aprender el valor de la paciencia y sobre todo, para reconocer la existencia de capas superpuestas que parecen invisibles y que engrosan los problemas.
Efectivamente, como el nudo que acometí lentamente son en realidad las dificultades emocionales. Sabemos que están ahí, conocemos su tamaño pero a veces no nos damos cuenta de que no están formadas por un solo bloque, sino que al igual que los nudos se superponen en estratos imbricados mutuamente que requieren un tratamiento individualizado si queremos liberarnos de ellos.
No era pues, un solo nudo. Con paciencia fui descubriendo que bajo un nudo había otro…y otro. No podía acceder al nudo base sin haber liberado los anteriores. Así nos sucede cuando hay una emoción enquistada en el alma. Nunca está sola. Se compone de capas de una trama delicadísima que han de sanarse una a una.
Finalmente, no puede liberar el último nudo. Ahí está, junto al osito, para recordarme que he caído, que me he enredado muchas veces y que de no cuidar mis afectos volverá a engrosarse el nudo hasta que pierda la misión de sostenerle. Pero ahora, al menos, puede moverse a pesar de las dificultades.
Está aprendiendo a desplazarse con ellas.

DOMINGOS LITERARIOS


DESPUES DE TI…

   ...Y ahora,
después de haber anclado en tu puerto,
¿qué queda sino un abismo insondable
de tiempos muertos y sollozos
del pecado,
qué, si no infiernos de angustia
y desespero,
fuegos fatuos en noches
de paquidérmica agonía,
arácnidos de luto por la frente
y espinas de turbios peces
en la playa del pecho
desolada?
   Recorro descalza los caminos
de la vida;
hay lodo en los inviernos
e infinito polvo sucio en los estíos
sin dios,
migajas del festín, fondas frías,
ventas de hollín y navajas afiladas
urdiendo turbios complots
contra las horas.
   Hay  
la lepra de los días
depositándose en los labios,
como costra de nieves sin nombre,
y la eternidad
de un mundo en alquiler;
los sótanos,
los posos sucios de la fe agotada,
los aljibes de las cuencas yertos,
las dunas arteriales
y el regazo
de la madre ausente.
   Y hay también
la muerte garnde en la memoria
por haber mordido del fruto
del árbol prohibido,
del Árbol de la Ciencia
del Bien
y del Mal.

Autor: Victor H. Istriati