Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 28 de julio de 2012

LA FORTUNA DE CONOCERTE

Hay personas que pasan por nuestra vida y en el primer instante dejan una huella imborrable que no podemos eludir nunca más.
Cuando el destino está a punto de ponernos frente a una de estas personas, un sexto sentido se dispara en nuestro interior y nuestro corazón reconoce, sin remedio, que aquella persona estuvo allí dentro hace ya mucho tiempo.
A veces, no es un conocimiento lo que se inaugura al verla por primera vez, sino un inequívoco “reconocimiento” que activa la memoria celular atrapada en los tejidos del alma para sentir la alegría de estar frente alguien que ya nos importó mucho en otro tiempo.
De hecho, las personas que se cruzan de este modo en nuestro camino, por breve que sea su estancia, nos suscitan una espera larga y serena que estamos seguros de resolver en algún punto de la existencia.
Reconocer a estas almas gemelas es fácil. Lo primero que no importa es cualquier rasgo de la apariencia externa que en otras ocasiones sería el primer punto de encuentro o desencuentro.
Todo es sencillo con ellas. Nada necesita explicitarse, nada queda obviado sin embargo, nada urge ni nada espera. El entendimiento es inmediato y la claridad de la mirada es tal que para ambos se hace la luz cuando los ojos se encuentran.
La fortuna de encontrar a una persona con la que el tiempo ya ha existido y seguirá existiendo a pesar de la presencia y más allá de la ausencia es un lujo sin precio que podremos llevar prendido en el alma como la mejor joya.
Hagamos el ejercicio de repasar la memoria y encontrar al menos un nombre que podamos identificar con ella.
Si después de breves instantes no aparece… solo hay que esperar. Llegará con seguridad y con mayor certeza aún, sabremos que la hemos encontrado nada más que aparezca.

jueves, 26 de julio de 2012

LO INVISIBLE

Tenemos una excesiva facilidad para juzgar al resto nada más conocerle. Observamos su aspecto y en función de sus gestos, la apariencia física, sus ropas, los rasgos de su cara, su mirada y sobre todo su sonrisa, le aceptamos o rechazamos desde el primer instante.
No es fácil presentarse ante los demás y no someterlos a examen; a una extraña prueba donde ellos no pueden participar salvo con su presencia.
Muchas veces el tiempo  nos ha demostrado que aquella persona que parecía encantadora realmente es insoportable o que aquella otra que se mostraba antipática y lejana ha sido la que más cerca ha estado de nosotros.
Lo invisible, aquello que guardamos detrás de la apariencia es lo que nos hace grandes o lo que nos empequeñece. Y es que no es bueno demostrarlo todo en un primer instante. Las relaciones se construyen en el descubrimiento pero debemos dar tiempo para que se produzca.
Descubrir lo que la otra persona tiene reservado para nosotros es uno de los más apasionantes trayectos. Porque en realidad, una misma persona, no se comporta de igual forma con todo el mundo que llega a su vida. Cada uno tenemos nuestro mundo propio con el que nos relacionamos y desde el que proyectamos nuestra sociabilidad.
Entrar en otro significa permiso, en primer lugar, por su parte para poder hacerlo y deseos, más tarde, de querer culminarlo. Porque comenzar una relación, del tipo que sea, exige compromiso; un dar y recibir que va a tirar de nosotros,  nuestra pereza, nuestro cansancio, nuestro egoísmo y hasta nuestras ganas de abrazar el riesgo.
Hay que tratar de esperar para juzgar. Hemos de encontrarnos primero con lo invisible  y lograr que se haga presente. Cuando esto sucede, todo se vuelve natural y la aceptación o el rechazo será tan cómplice y compartido que todo será sencillo.

martes, 24 de julio de 2012

COMO AGUA EN LA SEQUÍA

A veces uno hace cosas que no debe, si es que el deber lo determinan las reglas sociales. A veces también contravenimos las advertencias, las normas internas que desde la infancia gobiernan nuestra vida, los consejos y las reprimendas que hemos llevado como aprendizaje a las espaldas. Pero si se hace así es, la mayoría de los casos por pura y estricta necesidad.
La urgencia puede venir de la asfixia que podemos llegar a tener en nuestro milimetrado entorno. O puede que la soledad, la dejadez a la que nos hemos visto sometidos o el abandono permanente que nos han impuesto hayan calado tan hondo que nos tenga tendidos al sol a punto de morir.
La necesidad puede ser tan grande que no importen las consecuencias e incluso se deseen como forma definitiva de romper de una vez con lo que nos atenaza.
Podemos encontrarnos siendo otros, actuando como otros, respondiendo diferente… sin reconocernos. Podemos encontrarnos como una persona distinta, con alguien al que alguna vez hayamos criticado y otras habremos condenado. Interpretando el papel contrario a lo que siempre creímos que  habíamos sido, jugando con las cartas a favor y haciendo trampas aún así.
Nos hemos podido cansar de ser buenos, de ser condescendientes, de llevar siempre la peor parte. Nos hemos podido hartar de llorar a escondidas, de ser el paño de lágrimas de todos y de no encontrar un hombro para nosotros, nunca.
Hemos podido sentir la miseria de estar al otro lado de la fortuna y sonreír encima, incluso hemos podido romper el silencio del miedo para abrazar la locura de bebernos de golpe la emoción de vivir en la otra cara de la moneda.
En cualquier caso, la pasión de transgredir lo correcto pude hacernos vivir lo necesario y sentirlo como agua fresca en la sequía más demoledora.
No busquemos justificaciones para nuestras conductas incorrectas. No las hay. Pero al menos dulcifiquemos el juicio al que debemos someternos delante de nosotros mismos y pensemos que la necesidad imperiosa de no morir en el abandono de los afectos puede llevarnos muy lejos.
Solamente midamos, en lo posible, las consecuencias para que otros, si se puede evitar, no sufran.

lunes, 23 de julio de 2012

LLEGAR A TIEMPO

No es suficiente correr. Ni siquiera salir más temprano, ni levantarse antes, ni adelantarse a los demás. No es preciso ser el primero, ni inventarse nuevas horas añadidas al día, ni rescatar momentos que no se tienen. Nada de eso sirve si no es tu tiempo.
Podemos entrar, pasar y observar serenos, si de verdad es el instante preciso. Podemos quedarnos en la puerta y esperar a que lo sea. O incluso, podemos resguardarnos del momento que esperamos lejos, muy lejos de la entrada. Y sin embargo, en todos los casos, el tiempo esperará por nosotros, si es el nuestro.
No vale correr, sino llegar a tiempo. Así sentenciaba un refrán popular en boca de nuestras abuelas. Porque no en cualquier momento podemos mostrar al mundo nuestra presencia. A veces no conviene, otras no es la que debe estar y algunas, no es bien recibida.
Nuestros deseos de ayudar, de poseer, de enmendar, de proteger…solamente pueden culminarse si son aceptados. Si la otra parte lo desea, si de verdad se encuentra en un tiempo de ambos en el que todo es posible. De otra forma, por mucho que lo deseemos, por más que nos esforcemos, por todo lo que luchemos no será posible.
Hay que serenarse. Tener la calma en nuestras manos y derramarla sobre nuestra mente. Esperar tranquilos, detenerse y mirar en silencio el tiempo que corre y nos acerca a lo anhelado.
La carrera que iniciamos contra viento y marea, casi nunca termina en la victoria.
No hay que ser el primero, a veces es mejor ser el último. Aquel tras del cual nadie va a ocupar de nuevo el lugar. El que habiendo llegado tarde acertó en el instante preciso de alcanzar la gloria. Porque ésta, como todo, sucede así…instantáneamente, con la levedad de lo impredecible, con la seguridad de lo definitivo, con la emoción brevísima de prender la chispa que ilumina toda la obra, atemporalmente.
No hay tiempo mejor que otro. Hay que buscar el debido. Ese que nos espera sin antes ni después. El nuestro.

domingo, 22 de julio de 2012

DOMINGOS LITERARIOS

AL BORDE DE TU ALMA
Llegan los recuerdos del roce de tu piel a mi mente,
de las caricias soñadas al borde de tu alma,
de tu mirada súbita sobre mis ganas,
de tu pasión en calma brotando lenta en mi cama.
Llegan de nuevo los placeres mudos
Y el miedo ciego de saberte humo
en mis manos de fresa y nata.
Llegan desnudos tus besos de escarcha
hasta mis labios que revientan de gusto
cuando tu boca los ata.
Y disfrazados llegan tus pensamientos
en la risa de otro que con su deseo me abraza
Y te recuerdo, nítido…cerca de mí
Acariciando sin cesar mi credo hambriento
de anidar en tu corazón para someterlo.
Indómito y vagabundo te escapas siempre
Como el agua entre mis dedos
Como el aire entre mi pelo
Como el sonido en el viento
Como el dolor que siento.
Me perdería ahora sin nombre
ni lugar, ni tiempo
ni historia que me explique
lo que de ti no debo.
Me perdería contigo
Sin preguntarte…
Sin saber siquiera
Si puedo o quiero.