Por
todos los lados se anuncia la Navidad. Esto parece que sea sinónimo de
felicidad sin fronteras, de luces que brillan con un resplandor inusual, de
sonrisas por doquier, de horas gratas y amor sin límites.
Los
colores rojo, oro y plata, símbolos del poder desde los inicios de los tiempos,
llenan escaparates, cafeterías, restaurantes y locales del tipo que sean. Todo
se viste de fiesta y uno piensa que debe meterse en ese escenario o será un extraño
sin ubicar. Sin embargo, la navidad es, en realidad, una actitud en el alma.
A
mí, estas fechas, me traen a la memoria mi infancia. Posiblemente porque en
ellas debería primar la felicidad y yo la encuentro allí.
Hay
muchas Navidades que mucha gente no quiere vivir. Cuando el alma llora sobran
los brillos, las luces y la alegría impuesta. Cuando las ausencias invaden las
horas donde otros son felices, quisiéramos huir lejos y despertarnos el día 7
de enero. No para todos sonríe la vida al mismo tiempo, ni todos los ojos
lloran a la vez.
Sin
embargo, mientras en el día a día de cada mes, el dolor de cada uno parece
llevadero, el mes de diciembre lo convierte en insoportable.
Por
todos los lados se intenta vender felicidad. En estas fechas los saludos se
multiplican, los buenos deseos se amplían, las sonrisas se derrochan y la
amabilidad que debería presidir la vida entera, se regala como un lujo escaso
que pasará cuando cambie el mes en el calendario.
A
mí no me gustan estas fechas, o mejor dicho, han dejado de gustarme. No hay
niños pequeños cuyos ojos brillen más que las luces del árbol, ni están
personas que amo a mi lado, alguna ni siquiera están más en ningún día. Pienso,
a veces, que sería un tributo al pasado seguir gozando de estos momentos en
recuerdo de lo que fueron, pero más tarde cambio de idea y me encuentro con una
realidad distinta en la que prefiero los días normales, en los que tengo mi
felicidad, construida con puñaditos de amor, a la propuesta navideña con fecha
de caducidad.
Me
gustaría un largo sueño reparador que me llevase a despertarme en enero, en un
frío y soleado día con el corazón abierto a las bondades del nuevo año que
comienza.
A mí me sucede algo muy parecido. Pero quiero decirte, que a pesar del forzado sentimiento de amor que profesamos en estos días y del exagerado consumismo al que nos sometemos, puedes encontrar, si estás abierta, exactamente el mismo amor de todos los días sin excepción. Podemos abrirnos sin cegarnos a la luz de la noche navideña..., a la luna, las estrellas, la nieve, la escarcha mañanera, y los parques donde juegan los niños. Las luces navideñas producen tristeza porque ahora más que un tiempo atrás, sirven para iluminar la desgracia y el desamparo que sufren muchas personas en estos tiempos.
ResponderEliminarBajo el cielo, ahí es donde estamos en Navidad.Miremos arriba cuando la luz que fabricamos irradie esas terribles sombras que no terminamos de asumir como reflejo de nuestra propia miseria humana.
PAN, AMOR Y TRABAJO para todos.
Xara la Navidad es un "cómo es" siempre, no "como debe ser". Nada puede imponerse al alma y menos en un momento en el que tanto necesitamos.
ResponderEliminarGracias por tu amplio, sereno y reflexivo comentario.
Besos cálidos.*