Todo cambia cuando cambiamos nosotros. Los lugares que
tuvieron un significado lo pierden cuando pasamos siendo otros. Cambiamos la
manera de sentirlos, transformamos la mirada que los contempló una vez y en un
instante, todo se transforma. Te vas dando cuenta de que el cambio se ha
operado en ti y que tu eres la medida de todo.
Nada o poco cambia fuera. Todo sucede dentro. Y en esa
soledad del interior vas evaluando, contrastando y rehaciendo el escenario que
ocupan los recuerdos.
Estamos atravesando el tiempo con ojos nuevos cada vez. Por
eso, cuando uno vuelve a los lugares donde ya estuvo no encuentra lo mismo.
Posiblemente, la historia se resuma en eso. En un escenario
siempre continuo poblado de ojos nuevos, de formas nuevas de atrapar la
realidad, de sentimientos olvidados que dan paso a otros que nacen. Y en ese
proceso de transferencia de emociones, uno se va haciendo más flexible porque
se da cuenta que todo es ocasional y transitorio, que todo pasa y que nada es
definitivo salvo el amor que se recoja, gota a gota, en el corazón.
Destilar la vida para obtener el mejor caldo, no es fácil.
Reímos y lloramos en el mismo lugar. Amamos y odiamos, en las mismas partes. Vivimos
y morimos tantas veces y en tantos lugares, que poco a poco ya no cuesta
renacer.
Hay que saber quedarse con lo bueno y de ello, con lo mejor.
Yo tengo una memoria selectiva para el dolor y lo desagradable. Lo aparco, lo
trato de embolsar en el olvido. A mí me va bien así porque trato de no rumiar
el pasado molesto, una y otra vez, y sin embargo quiero dar oportunidad al
presente que llega a cada instante.
No todos piensan así, hay personas que defienden que no
puede olvidarse lo que hizo daño o lo que hemos hecho mal porque es un modo de
no volverlo a repetir o al menos de estar alerta con ello. Puede que sea una
forma de verlo e incluso que sea un modo práctico de superar el ayer que
molesta, pero a mí me viene mejor recolocarlo en un rincón al que apenas entro
nunca.
El espacio no es el mismo en todo tiempo. Pero no lo es
dentro de nosotros. Lo de fuera, apenas cambia. Nos espera con la misma
pasividad que lo hizo antes. Nos deja que las notas de color sean todas
nuestras y que pintemos matices que podrán reinventar un escenario siempre
cambiante.
Ahí está la magia que nos permite ser siempre magos. Yo al
menos, lo siento así.
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