Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 13 de abril de 2013

JUECES Y VERDUGOS


Estamos acostumbrados a un ejercicio mental rapidísimo que consiste en juzgar y sentenciar en un mismo acto, al que tenemos enfrente. Pocas veces, nos observamos a nosotros y analizamos nuestra propia conducta.
         Nos perdonamos con facilidad y excusamos los defectos,  malos hábitos o coqueteos con el error que podamos llevar a cabo en muchos momentos de nuestra vida. Sin embargo, para los demás somos implacables. No nos cuesta nada opinar, con ello, lanzar juicios, sentencias y veredictos que no nos gustarían recibir en caso contrario.
         Estar en la piel del otro es imposible. Por eso debe ser impensable tatar de juzgarlo. En realidad, si lo pensamos bien, bastante tenemos con los tropiezos de nuestro día a día y sobre todo, con caer una y otra vez en lo que tal vez recriminemos a otros.
         Os dejo este breve cuento para reflexionar sobre el tema.


Los cuatro monjes

Cuatro monjes se retiraron a un monasterio, en la cima de una alejada montaña, para llevar a cabo un entrenamiento espiritual intensivo.
                
Se establecieron en sus celdas y pidieron que nadie les molestase a lo largo de los siete días de retiro. Se auto impusieron el voto de silencio durante esas jornadas. Bajo ningún concepto despegarían los labios.

Un novicio les serviría esos días como asistente.
Llegó la primera noche y los cuatro monjes acudieron al santuario a
meditar. El silencio era impresionante. Ardían vacilantes las lamparillas de manteca de yak. Olía a incienso. Los monjes se sentaron en meditación.

 Transcurrieron dos horas y de repente pareció que una de
las lamparillas iba a apagarse. Uno de los monjes, dirigiéndose al
asistente, dijo:
- Estate atento, muchachito, no vayas a dejar que la lamparilla
se apague.
Entonces uno de los otros tres monjes le llamó la atención:
- No olvides que no hay que hablar durante siete días y menos
en la sala de meditación.
Indignado, otro de los monjes - dijo:
- ¡Parece mentira! ¿No recordáis que habéis hecho voto de
silencio?
Entonces el cuarto monje miró recriminatoriamente a sus compañeros
y exclamó:
- ¡Qué lástima! Soy el único que observa el voto de silencio.
Y es que no hay peor embuste que el del autoengaño. Es fácil que vemos la paja en el ojo ajeno y no apreciamos la viga en el propio.


viernes, 12 de abril de 2013

NECESITANDO UN MILAGRO



         A veces uno necesita un milagro. Algo que suceda urgente. Una solución inmediata a problemas que parecen no tenerla. Un rayo de luz que ilumine, una mano tendida capaz de recoger con ternura la nuestra o simplemente, una idea genial que nos muestre otro camino.
         Cuando no sabemos qué hacer lo mejor es no hacer nada. Vaciar, lo primero, nuestra mente de los fantasmas que crecen más deprisa que la esperanza y quedarnos absolutamente quietos.  Respirar profundo, desear la ayuda que se solicita desde el centro del corazón y esperar la respuesta.
         Ayer hablábamos del lenguaje del universo y su manera de funcionar. Posiblemente sea la lengua menos sonora de todas, pero la más interiorizada y poderosa. Aquella que nos une de forma universal, la que nos enlaza con la esencia primigenia. Lo ignoremos o no, todos conocemos esa forma de pedir. Pero hay que ponerla en práctica.
         Muchas veces hemos oído que cuando alguien quiere enamorarse, al menos en la tradición que yo conozco, se dice que los novios no vienen a casa a buscarte. Es decir, que hay que comenzar por poner de nuestra parte, de actuar, de “movernos hacia”, de estar en el camino para que el camino nos encuentre. Sin embargo, a veces el destino llega a ti. Llama a tu puerta o la ve entreabierta y se cuela dentro.
         Nuestro interior siempre está con nosotros. En cualquier lado, de cualquier forma, está siempre. Por eso es cómodo conectarnos con la serenidad del cosmos, donde cualquier cosa es posible.
         Los milagros existen y lo hacen en cuanto es un proceso que se elabora en la creencia de cada uno. Todos somos magos. Todos ilusionistas de la fe. Una fe que debe manar de la fuente interior para alimentarnos indefinidamente. Una confianza, en definitiva, que debe ser ciega sin temor a no ver a través de ella porque la luz que necesitamos siempre nos acompaña. Solo hay que mirar y estoy segura de que el milagro que esperamos sucederá.

jueves, 11 de abril de 2013

APRENDIENDO EL LENGUAJE DEL UNIVERSO





El proceso de atracción es algo muy simple. Aún con toda su simplicidad se nos hace difícil ponerlo en práctica porque crecimos acostumbrados a "batallar para que las cosas sucedan".

Lo desafortunado del caso es que entre mas batallamos para hacer que algo suceda, menos obtenemos los resultados que desearíamos. Y el resultado es que convertimos nuestra vida en una serie de problemas crónicos.
¡Y todo por no saber hablar el lenguaje del Universo!

El Universo no entiende nuestro lenguaje y por eso hay que aprender a comunicarnos con él, porque hemos estado pidiéndole las cosas al revés.
Por ejemplo, la siguiente secuencia es la forma normal en la que un humano reacciona ante sus circunstancias no favorables. (Ignorando que al hacerlo así está enviando una señal al universo que dice "mándame mas").


La única persona en el mundo que puede evitar que tus deseos se cumplan eres tú mismo, nadie más tiene ese poder.

¿Y cómo estás evitando que tus deseos se hagan realidad?. Pues es que estás comunicándote al revés.
Ya sea que en este momento tienes algo que no quieras:
*Una enfermedad
*Una mala relación
*Una economía pésima
*Preocupaciones
*Problemas familiares
*Falta de un lugar donde vivir
*Insatisfacció n laboral.
O ya sea que no tengas algo que quisieras tener:
*Una casa grande y bonita
*Amor
*Tu peso ideal
*Una vida feliz y armoniosa
*Libertad financiera
*Creatividad
*Armonía familiar
*Satisfacción laboral
Cualquiera de las dos circunstancias mencionadas anteriormente suceden debido a que no sabes hablar el lenguaje del universo.
El universo no entiende la palabra "NO" debido a que este opera en base a atracción no a exclusión.
Tu no puedes gritar lo suficientemente fuerte y decir NO QUIERO ESTAR OBESO!!!! Y hacer que la obesidad se derrita.
Tampoco puedes gritar lo suficientemente alto y decir NO QUIERO ESTAR ENFERMO!!! Y mantenerte sano.
Porque en realidad lo que estás haciendo al decir:
NO QUIERO TAL COSA
ODIO TAL COSA
ESPERO QUE NUNCA ME PASE TAL COSA
COMO QUISIERA DESHACERME DE TAL COSA
Lo que en realidad hacemos al decir lo que NO QUEREMOS es enviar señales que atraerán mas de ello.
Para que el Universo te entienda es necesario que comiences a hablar en términos de lo que si quieres.


¿En qué parte de toda esa queja se encuentra una petición? No podemos hacer peticiones como quejas, ni hablar de lo que no queremos.

En todo momento en que se está pensando lo pésima que es la situación, se envía energía que agranda esa situación. Tenemos un diálogo instalado en la negación y en el sentimiento de frustración que nos invade.  Creemos que fluimos con el deseo pero estamos fluyendo con energía contraria.

Así que nosotros  mismos  estamos creando esa realidad contraria al deseo, una y otra vez.
Hemos de enunciar lo que queremos en términos positivos de afirmaciones seguras, para pedir, para enfocarse, para fluir las energías hacia lo que desea atraer.

    Es fácil decirlo.... lo sé por experiencia, a veces también caigo en esa trampa de dirigir la mente enfocándola en lo que me preocupa, también reacciono con lo que me angustia poniéndolo de plataforma para que mi deseo ascienda.

Pero es importante comenzar a habituarnos poco a poco a decir lo que sí queremos.

Celebremos la vida !!!
Juan Carlos Fernández

miércoles, 10 de abril de 2013

LOS SALVADORES DE OTROS



         Hay personas empeñadas en salvar a otros. Muchos se dedican a ser el instrumento idóneo para que se sostengan a flote los demás y en esa misión escatológica pierden las riendas del apoyo a los propios y a sí mismos.
         He conocido personas que tratan siempre de ponerse al servicio del bien, aunque no lo practiquen. Que siempre están dispuestas a tirar la cuerda al que se ahoga y preparadas, con los brazos abiertos, a recibirlas cuando lleguen a la orilla. Sin embargo, no se explica que su morada la tengan dispuesta con el más absoluto caos afectivo.
         Siempre que pienso en este tipo de personas que salvan, aunque los demás no quieran ser salvados, me acuerdo del maravilloso librito de R. Fisher: “El caballero de la armadura oxidada”.
         El protagonista salía cada día a rescatar doncellas. Se entregaba a esta tarea con tal vehemencia que se olvidaba hasta de sí mismo. Paulatinamente,  fue viviendo únicamente dentro de su armadura quedando aislado del mundo afectivo de su mujer y su hijo e impedido para relacionarse con el resto del mundo. El óxido de la armadura solamente pudo liberarse mediante las lágrimas que brotaron desde su corazón al pasar una serie de pruebas, en las que la soledad y el silencio recompusieron su interior.
         El mensaje de este libro, desde la primera página, no solo puede conmovernos, sino que también nos acerca a la idea de que salvar a otros nunca debe ser nuestro objetivo en la vida porque antes de nada hemos de mirar a nuestra casa y ver si somos nosotros los que tenemos que ser rescatados de la ausencia que dejamos ante los nuestros o del silencio a los que les sometemos.
         No podemos salir al mundo, armados de lanza y escudo, para enfrentar dragones en parajes lejanos. Ni debemos tomar como prenda la felicidad de otros antes de resolver la propia. No podemos regalarnos a otras personas, si las que viven al lado, y decimos amar, no nos poseen ni dejamos que lo hagan.
         Hay que comenzar por procurar lo propio para  compartirnos más tarde con el resto, porque en definitiva nadie puede dar lo que no tiene y solamente tenemos lo que somos.
         Llenemos de contenido el corazón y dejemos que los demás beban espontáneamente de nuestra fuente sin ir ofreciendo el agua a los que tienen sed y a los que no.
         Llega un momento, que de hacerlo así, ya no sabríamos si somos nosotros mismos o un espectáculo continuo que se proyecta indefinidamente en un espejo.