Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 7 de diciembre de 2013

LAS FECHAS QUE LLEGAN



Por todos los lados se anuncia la Navidad. Esto parece que sea sinónimo de felicidad sin fronteras, de luces que brillan con un resplandor inusual, de sonrisas por doquier, de horas gratas y amor sin límites.
Los colores rojo, oro y plata, símbolos del poder desde los inicios de los tiempos, llenan escaparates, cafeterías, restaurantes y locales del tipo que sean. Todo se viste de fiesta y uno piensa que debe meterse en ese escenario o será un extraño sin ubicar. Sin embargo, la navidad es, en realidad, una actitud en el alma.
A mí, estas fechas, me traen a la memoria mi infancia. Posiblemente porque en ellas debería primar la felicidad y yo la encuentro allí.
Hay muchas Navidades que mucha gente no quiere vivir. Cuando el alma llora sobran los brillos, las luces y la alegría impuesta. Cuando las ausencias invaden las horas donde otros son felices, quisiéramos huir lejos y despertarnos el día 7 de enero. No para todos sonríe la vida al mismo tiempo, ni todos los ojos lloran a la vez.
Sin embargo, mientras en el día a día de cada mes, el dolor de cada uno parece llevadero, el mes de diciembre lo convierte en insoportable.
Por todos los lados se intenta vender felicidad. En estas fechas los saludos se multiplican, los buenos deseos se amplían, las sonrisas se derrochan y la amabilidad que debería presidir la vida entera, se regala como un lujo escaso que pasará cuando cambie el mes en el calendario.
A mí no me gustan estas fechas, o mejor dicho, han dejado de gustarme. No hay niños pequeños cuyos ojos brillen más que las luces del árbol, ni están personas que amo a mi lado, alguna ni siquiera están más en ningún día. Pienso, a veces, que sería un tributo al pasado seguir gozando de estos momentos en recuerdo de lo que fueron, pero más tarde cambio de idea y me encuentro con una realidad distinta en la que prefiero los días normales, en los que tengo mi felicidad, construida con puñaditos de amor, a la propuesta navideña con fecha de caducidad.
Me gustaría un largo sueño reparador que me llevase a despertarme en enero, en un frío y soleado día con el corazón abierto a las bondades del nuevo año que comienza.

viernes, 6 de diciembre de 2013

¿PARA QUÉ SOMOS TAN DISTINTOS?



Cuando pienso en las personas que han hecho tanto por los demás siento que para algo somos diferentes. Que cada uno tenemos una misión y que lo mejor de todo es descubrirla, sea cuando sea, no hay tiempo para la excelencia.
La muerte de Nelson Mandela, Ghandi, Teresa de Calcuta y tantos y tantos más que han dedicado su vida al AMOR incondicional sobre los demás y a la lucha, pacífica o vehemente, de los derechos de los oprimidos, me estremece. Hay algo en mí que me llama a empeñarme por los más desvalidos, a ser solidaria con el dolor de otros y a amar la libertad de conseguir que en las diferencias no haya opresión, ni nadie levante la cabeza por encima de otro para asfixiarle, ni se pise fuerte sobre el débil.
Todos podríamos hacer algo más de lo que hacemos. Todos podríamos tener un reino de Taifas creado a la medida del malestar que apreciamos en los que tenemos alrededor y desde nuestra pequeña almena, lanzar redes salvadoras para que otros puedan asirse antes de morir en la derrota de la soledad, la pobreza o la miseria del alma.
Hay corazones inmensos. Pero no son privativos de unos pocos. Todos tenemos uno. Todos. A veces demasiado cerrado, otras deformado, incluso otras remendado, pero en la ayuda a los demás está la nuestra propia. No hay nada más gratificante que la sensación de que otras personas tengan algo bueno por una acción nuestra. Ayudar es ayudarse. No hay sensación de vacío, entonces, ni de soledad, ni de inadaptación. No hay vida perdida, ni malgastada, ni olvidada si otros son el centro de nuestros desvelos.
Tampoco hay que dedicar cada segundo de nuestro tiempo a los demás. Basta hacer lo posible, en lo pequeño, en nuestro día a día, con el amigo, el vecino, el compañero o incluso el enemigo que lo necesita.
Tal vez, algún día, seamos nosotros los que precisemos de otro corazón que quiera regalarnos lo que nos falta.
Descansa en paz Nelson, la misión de tu vida fue cumplida. Para eso fue larga, para tener más tiempo para amar tu lucha y a los que les beneficiaba.
No hay mejor motivación, para los que quedamos aún aquí, que la gente como tú y esa sonrisa tuya siempre abierta al otro.

jueves, 5 de diciembre de 2013

MOMENTOS CON ENCANTO



Hay momentos, incluso instantes, que bien valen una eternidad. Son períodos que pueden durar poco, que pasan brevemente o que se visten con lo efímero pero que perduran en el alma por siempre.
Lo bueno, lo mejor, en estos casos, es saber reconocerlos cuando pasan y poder entrar en ellos cuando lo necesitamos.
Los momentos con encanto pueden suceder en cualquier parte, pero no con cualquier persona. Suelen ser privilegio de un tiempo en el que uno entra sin pretenderlo, en el que te dejas llevar por la necesidad de que ocurra algo en tu vida y en el que sin buscar, encuentras. Para eso hay que dejar que la vida suceda, que transcurra y que se recree en nosotros.
Muchas veces estos instantes no suceden como algo ajeno. No son externos. Siempre he dicho que la felicidad nadie nos la trae a casa. Ni nuestras lágrimas importan al vecino, ni nuestro gozo anima al de enfrente. Uno vive la vida demasiado solo. Por eso, tal vez, en la soledad de nuestro interior hemos de aprender a crear esos momentos con encanto.
Cuando no ocurren, cuando tardan demasiado tiempo en llegar, tal vez sea bueno que sepamos cómo entusiasmarnos a nosotros mismos, como embelesarnos con lo que nos gusta y darnos un capricho para los sentidos que cale hasta el alma.
Si hace mucho que los hados no nos regalan un pedazo de cielo vayamos en su busca. Es una inversión con premio seguro porque si la felicidad no llega a nuestra puerta hemos de facilitarle el camino.
Nadie lo hará por nosotros.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

PERSONAS CON ÁNGEL



Hoy quiero dedicar nuestro comentario diario a esas personas que tienen un ángel con ellas o que ellas mismas son un ángel.
Es difícil crecer, es complicado salir de la inocencia de la infancia e ir abriéndonos camino entre desconfianzas y escudos protectores hechos de lágrimas y sinsabores para que el resto no te dañe. A unos nos cuesta más que a otros, sin duda, pero todos terminamos abriendo los ojos a lo que en realidad no nos gustaría ni siquiera que existiese. Luego, con el tiempo, el camino se invierte y uno deja de estar ojo avizor para reposarse en la seguridad de ir por delante de los bandidos y en la certeza de saber responder a sus embestidas. También, con el paso de los años, vamos matizando, cribando y filtrando cada vez más. No todo vale, no todo el mundo llega, ni tampoco estamos para cualquiera.
En este camino, un tanto complicado del crecimiento interior, nos acompañan, por suerte, personas de esas que tenía que haber tantas. Gente, a veces, anónima y ajena a nuestro círculo vital. Hombres y mujeres que solamente con regalarte una sonrisa te hacen la vida fácil por lo bien que te permiten sentirte.
Todos podríamos pertenecer a este grupo con un poco de entusiasmo. Poniendo pasión en lo que hacemos, comprometiéndonos con los empeños cotidianos, colaborando con los demás siendo comprensivos, flexibles y empáticos. Marcando límites y definiendo espacios pero con la franqueza como bandera, evitando malos entendidos y, sobre todo, impidiendo que los demás imagen, ideen y fantaseen con imágenes de nosotros mismos que no queremos venderles.
Las personas que son amables abren puertas en vez de rendijas y permiten que fluya, sin obstáculos, una riada de entendimiento cuando se produce la comunicación.
No estamos, de este modo, a merced de la mezquindad de otros porque para esos, con la misma cordialidad, podemos pararles en seco.
Que no nos cuelen los goles no depende de la cara de amargura que pongamos, ni de los malos modos, ni las formas inadecuadas.
Hoy apuesto por la actitud de esas personas que da gusto tener al lado y que con su sola presencia, nos cautivan el alma. Al menos a mi me gustaría estar en ese grupo.
De verdad me  empeño en ello.

martes, 3 de diciembre de 2013

SENSACIONES INEXPLICABLES

¿Nunca has tenido una sensación inexplicable? Un cosquilleo suave que parece rozar tu piel, un airecillo imperceptible que se extiendo sobre la cara, una punción leve sobre el corazón, un bienestar inesperado que pasa con rapidez?. Posiblemente el origen de tales impresiones esté fuera de nuestra consciencia o eso me gusta a mi pensar.
Cuando cierro los ojos por la noche abro la mente y el corazón. A veces, dejo pasar a monstruos y fantasmas que parecen esperarme en el dintel de la puerta; otras, cierro el paso al malestar y permito el avance de lo que no es esperable, de lo que sorprender sin manifestarse, de aquello que se cuela en el duermevela para saber que no estamos solos.
Hay sensaciones inexplicables que a veces suceden en solitario. Otras suceden aún cuando estamos acompañados. La advertencia de éstas se agudiza cuando comenzamos a dar rienda suelta a la sensibilidad y notamos, por primera vez, que sucede.
Muchos lectores estarán, ahora mismo, pensando que a ellos nunca les ha ocurrido. Se preguntarán si no es un juego de la mente o si, tal vez, no será un deseo de traspasar esta dimensión para hacer real otra más soñada que real.
Entiendo estos pensamientos si nunca te ha sucedido. Comprendo la incredulidad de los que quieran estar pegados a la contingencia, a lo que “si no toco no existe”, al mundo de las certezas y lo palpable.
Basta dejar, por un instante los apegos. Basta dejarnos querer por la magia. Basta con querer tocar el halo que deja tras de sí lo inexplicable, lo que se siente sin estar, lo que aparece sin verse.
Posiblemente, esta noche, puedas cerrar los ojos y por un instante dejarte llevar. A ninguna parte y a todas a la vez. Esperar y sentir. Estoy segura que en algún momento, cuando menos lo esperes vas a notarlo. Algo, no sé bien qué, ni cuándo, ni de qué forma, pero desde luego si notarás una sensación extraordinaria que no ubicas en lo conocido. Una sensación pequeñita posiblemente, pero distinta y única.
La mía se repite. Es una especie de soplidos breves, suaves y frescos sobre la piel de mi rostro cuando estoy en reposo.
Si tú notas algo diferente, no dejes de decírnoslo.