Tenemos un acentuado culto al mal
humor. Parece que las personas que lo ejercen tienen un valor añadido. Un
puntito más de credibilidad y un mucho de autoridad ante la que asoma, de algún
modo, el miedo.
Nos hemos acostumbrado a pensar que lo
serio, lo que de verdad tiene criterio, que el valor y el coste, pasan por un
temperamento ácido. Nos parece que el que lo tiene, es capaz de sacar más de
los demás y sobre todo que lo que dice es mucho más válido y veraz.
El mal humor, las maneras agrias, las
formas puntiagudas tienen un coste. Un inmenso desgaste del bienestar, una
proyección oscura sobre el ámbito en el que se ejercita, un malestar sobrante
que no permite la ilusión, la pasión y el entusiasmo, que el resto deberían
poner en lo que se les pide, se realice de tal forma.
La molestia se ha extendido como la
pólvora, al igual que la exigencia de los derechos. Hoy, todo el mundo somos
capaces de reclamar lo que consideramos nuestro, incluso lo que no. Nos
enfadamos con facilidad y siempre estamos dispuestos a pelear.
Hemos entendido mal la democracia
porque olvidamos, en muchas ocasiones, que los derechos tienen apareados
deberes y que si somos ávidos para exigir unos, también debemos serlo para
entregarnos a los otros.
Lo que es cierto es que las cosas van
mejor “ con miel que con hiel”…decía mi abuela y que una sonrisa, una mirada de
apoyo o una frase cortés, muchas veces logran lo que no logra un dilatado
discurso o una enconada discusión.
La amabilidad es una llave de paso que
abre todas las puertas, excepto una, la del personaje de mal carácter porque a
este le molestará infinitamente encontrarse con lo que pone de manifiesto su
aspereza, que en el fondo es bien conocida por quien la padece.
Si queremos cambiar el ambiente que nos
rodea, debemos comenzar por cambiarnos a nosotros mismos. Revisar, lo primero,
la dosis de mal humor que nos acompaña el paso y diluir las proporciones de
sabor amargo que la componen.
Todo comenzará a ser mucho más sencillo
y si el que está enfrente no lo entiende, al menos que no nos contagie con este
virus pandémico al que hemos comenzado a dar culto envenenando el pensamiento y
los comportamientos.
Ser amable es tan importante que puede
cambiar, en un soplo, cualquier mala noticia, cualquier situación complicada o
cualquier equívoco dislocado.
Es fácil. Solamente hay que probar.
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