Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


jueves, 16 de enero de 2014

EL CULTO AL MAL HUMOR



         Tenemos un acentuado culto al mal humor. Parece que las personas que lo ejercen tienen un valor añadido. Un puntito más de credibilidad y un mucho de autoridad ante la que asoma, de algún modo, el miedo.
         Nos hemos acostumbrado a pensar que lo serio, lo que de verdad tiene criterio, que el valor y el coste, pasan por un temperamento ácido. Nos parece que el que lo tiene, es capaz de sacar más de los demás y sobre todo que lo que dice es mucho más válido y veraz.
         El mal humor, las maneras agrias, las formas puntiagudas tienen un coste. Un inmenso desgaste del bienestar, una proyección oscura sobre el ámbito en el que se ejercita, un malestar sobrante que no permite la ilusión, la pasión y el entusiasmo, que el resto deberían poner en lo que se les pide, se realice de tal forma.
         La molestia se ha extendido como la pólvora, al igual que la exigencia de los derechos. Hoy, todo el mundo somos capaces de reclamar lo que consideramos nuestro, incluso lo que no. Nos enfadamos con facilidad y siempre estamos dispuestos a pelear.
         Hemos entendido mal la democracia porque olvidamos, en muchas ocasiones, que los derechos tienen apareados deberes y que si somos ávidos para exigir unos, también debemos serlo para entregarnos a los otros.
         Lo que es cierto es que las cosas van mejor “ con miel que con hiel”…decía mi abuela y que una sonrisa, una mirada de apoyo o una frase cortés, muchas veces logran lo que no logra un dilatado discurso o una enconada discusión.
         La amabilidad es una llave de paso que abre todas las puertas, excepto una, la del personaje de mal carácter porque a este le molestará infinitamente encontrarse con lo que pone de manifiesto su aspereza, que en el fondo es bien conocida por quien la padece.
         Si queremos cambiar el ambiente que nos rodea, debemos comenzar por cambiarnos a nosotros mismos. Revisar, lo primero, la dosis de mal humor que nos acompaña el paso y diluir las proporciones de sabor amargo que la componen.
         Todo comenzará a ser mucho más sencillo y si el que está enfrente no lo entiende, al menos que no nos contagie con este virus pandémico al que hemos comenzado a dar culto envenenando el pensamiento y los comportamientos.
         Ser amable es tan importante que puede cambiar, en un soplo, cualquier mala noticia, cualquier situación complicada o cualquier equívoco dislocado.
         Es fácil. Solamente hay que probar.

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