Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


miércoles, 26 de febrero de 2014

ACUNANDO LA ESPERANZA



         Una de las sensaciones peores que podemos tener es el vacío de la esperanza. Cuando uno no espera, su vida discurre en un punto negro sin un ápice del brillo que concede el entusiasmo por lo que guardamos en nuestro corazón como expectativa. Y si malo es no tener esperanza en la propia vida, casi peor es no tenerla para después de ella.
         Ayer, con la mirada muy triste y una voz cansada, alguien se quejaba a mi lado de la vida, de lo que temía y de lo que no esperaba. Renegaba de los problemas, de su edad y de no creer en nada que le salvase de la mortal apatía que le afectaba.
         No puedo entender que se tema cuando no se espera. Cuando en realidad no creemos que haya nada tras la línea que marca el final de la vida, nada debe temerse. En ese caso, la muerte se convierte en dormir sin soñar y cuando esto sucede, no somos conscientes ni del estado en el que estamos como durmientes o como “murientes”.
Sin embargo, a pesar de no creer, había un amargo ácido en sus palabras, en sus gestos y en ese mirar perdido en el cual, estoy segura, que le gustaría creer sin ver.
Tener fe es ya un regalo. Fe en lo que sea. Fe en la vida, en su contrario, en nosotros, en los otros, en el sentido oculto de nuestra existencia o en el explícito de nuestro día a día.
La fe no puede comprarse, ni regalarse, ni siquiera robarse. No se puede ampliar, reducir, ni malear. Existe o no, como el amor. Ambos sentimientos, que generan estados imposibles de igualar, constituyen un privilegio cuando llaman a nuestra puerta porque uno se da cuenta que con ambos todo parece posible. Todo lo es.
 Lo que suceda más tarde ni siquiera importa.

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