Hacer
limpieza, ordenar armarios, colocar despensas, ordenar estanterías o
simplemente redistribuir el espacio en la mesa de despacho son tareas que, de
vez en cuando, se presentan absolutamente necesarias. Lo mismo sucede con las
emociones y el orden mental.
Hay una tendencia al equilibrio después
del caos. La tempestad trae la calma y la torrencial lluvia, el plácido día más
tarde. Uno no puede seguir por inercia. Hay que tomar las riendas de lo que en
el camino se va descolocando y volver a recomponer el escenario de la obra de
teatro que cada cual protagonizamos.
En poco tiempo llega de nuevo la
primavera y es necesario revisar los armarios para hacer hueco a lo nuevo. No
podemos seguir reteniendo actitudes de las que siempre renegamos, ni
comportamientos que nos alejan de lo que nos gustaría ser. Alguna vez hay que
sentarse frente a uno mismo y dialogar con el ser que siente, desea y anhela
sin cumplir nunca con sus metas.
Los propósitos que al comienzo del año,
la mayoría de las personas solemos hacer, hay que revisarlos nuevamente. Con
seguridad aún no estarán concluidos y
con suerte, tal vez, aún no estén abandonados. Pasados unos meses este es el
momento de recolocar las intenciones, de renovar los contratos con uno mismo y
de coger impulso de nuevo para retomar la carrera o lanzar más lejos el salto.
De vez en cuando, los papeles se
descolocan. La mente también. De cuando en cuando, las tareas por hacer se
acumulan. Los propósitos también.
No queda otra que ponerse a la tarea para
revisar, ordenar, limpiar, tirar o reciclar, no vaya a ser que carguemos, día
tras, día con la basura mental que nos acompaña siempre y a la que a fuerza de
pujarla, parece nuestra. No lo es. Comencemos la limpieza antes de que pida
paso todo lo que ha de llegar. Que lo que sea, encuentre aireada la casa y
fresquito el corazón.
Manos a
la obra.
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