Vida y muerte, sexo y tránsito,
movimiento y silencio, todo y nada. El contraste es el motor de la existencia.
Ambos límites, las dos orillas, el principio y el fin, el comienzo y el
desenlace suponen la diferencia en este mundo.
Pocos son los tránsitos que
verdaderamente determinan el ritmo de la existencia y pocas, también, las
ocasiones en las que logramos valorar lo que tenemos y obviar lo que nos falta.
Posiblemente, sea el sexo y la muerte
dos polos que se toquen en sus extremos. Hacer el amor es morir de algún modo
para dar vida, no sólo a otro ser, alguna vez, sino al propio que se desvanece
siempre en la soledad de la emoción inmensa que le embarga entonces.
Cuando
uno lo piensa bien, para todo estamos solos. Solos en nuestros adentros,
viviendo entre las paredes de nuestra consciencia y en el fondo de lo
subconsciente. Solos sin que nada, ni nadie pueda sentir por nosotros, sin que
puedan sufrir lo nuestro, sin que consigan llorar nuestras lágrimas o reír
nuestra risa. Solos en lo profundo del ser. Nadie puede nacer por nosotros, ni
morir tampoco. Nadie sentirse solo en compañía, ni pleno en soledad. Nadie huir
de sí mismo o reencontrarse más tarde.
Por
eso, el sexo debería ser sagrado, porque a pesar de vivirlo en nuestros
adentros, otro ser es parte de él. Debería ligarse al amor siempre, aunque tal
vez, pensándolo detenidamente, sea así aun cuando no se ama y se utiliza.
Posiblemente, en ese caso es cuando más amor se necesita aunque no se tenga y
se juegue a simularlo. Muchas veces, los relatos de las profesionales dedicadas
a su ejercicio, podrían contarnos las amarguras que llevan a sus clientes a
comprar caricias.
La necesidad de
las necesidades, por excelencia, es encontrarnos con unas manos que se dejen
caer por nuestra piel lentamente, o unos labios que besen con ternura nuestras
ganas de sentirnos deseados, o un ímpetu salvaje que derrame en nuestro gozo el
suyo propio en un intento de salvarnos mutuamente.
Nacer y morir; puerta de entrada y salida a esta vida
maravillosa en la que hay que aprender a jugar para no vivir muriendo a cada
instante.
Amor y sexo, el juego más bello y exquisito de todos
cuantos aquí logramos conocer; con ello la muerte y el renacimiento perpetuo;
todo en un solo acto.
Si este fuego no ardiera ....
ResponderEliminarSi esta distancia no existiera....
...!