Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 26 de abril de 2014

LA NECESIDAD DE MENTIR



Hay personas adictas a la mentira. Gente cuya percepción de la realidad depende de lo que se cuente a sí mismo, aunque se aleje de ella; de lo que quiera creerse aunque tenga o no relación directa con la verdad.
         Estas personas viven en una burbuja, tan delicada de explotar como fina y resplandeciente. Aplican brillo a todo lo que cuentan, se presentan con el matiz del victimismo, elucubran, componen y se lo creen en primera persona. Después te lo cuentan.
         Lo peor es que a base de creerse sus propias falacias inventan un mundo que no existe pero que tiene conciencia real en su mente. Y se enfadan cuando no les creen, o les descubren aquello sobre lo que fantasean porque en realidad, dentro de sí, lo han parido de tal forma que tiene existencia efectiva.
         Cuando se está acostumbrado a pincelar el mundo con los colores que te gustan o te convienen o te dulcifican o te presentan de mejor forma, es difícil cambiar. Y lo es porque este procedimiento de conversión mágica de la realidad, que se opera en la mente, cobra una dimensión tan grande que lo invade todo.
No pueden dar marcha atrás cuando de su boca ha salido algo que sin ser verdad crece como un hongo después de la lluvia en el campo, y tras lo enunciado viene la componenda, la artimaña para acomodar lo dicho, la coherencia incoherente con la que pretenden convencernos. Ni siquiera la demostración de la falsedad es evidente para ellos y pretenden enredarnos entre los hilos que tejen sobre la historia, trascendente o trivial, que nos cuentan.
Lo peor es que los que están acostumbrados a este juego son devorados por él. Tarde o temprano todo se sabe, se intuye y se comprueba. Tarde o temprano, también, se deja de confiar en ellos y el sagrado vínculo que nos une, en la entrega, se va diluyendo como la sal en el agua…y más tarde ya nadie puede beberse el líquido resultante porque no hay quien lo trague.

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