Uno no sabe hasta qué punto puede
buscar cobijo cuando se siente perdido. De qué forma empieza entonces a creer
en lo que sea con tal de recuperar la confianza en algo, de saberse protegido,
de encontrar un punto de apoyo.
A veces, nos descoloca la noticia de
que una persona, que consideramos inteligente, equilibrada y sensata, se adhiera
a una u otra forma de pensar, a una religión desconocida o abrace una u otra
ideología extraña.
En ocasiones, cualquier bastón sirve. Y
comenzamos a aceptar oraciones, pócimas, ritos o plegarias que nos permitan tener
un trato de favor en el más allá, al que
aunque no creamos, apelamos.
Cuando te hace falta, todo te viene
bien. Un abrazo, un apretón de manos, una promesa…hasta una falacia puede
convertirse en un regalo. El caso es pasar el trago amargo, la soledad molesta,
el peso de la pena o el sufrimiento de la culpa. El caso, también, es tener un sostén
que nos acoja, un viento que nos recorra con aire fresco y que haga emerger,
como una semilla brotando, una pizca de esperanza.
Hay que creer en algo, no hay más
remedio. Hay que proyectar la ilusión y el entusiasmo a una distancia
prudencial, ni tan cerca que nos agobie el no gozarla con rapidez, ni tan lejos
que se esfume entre sueños no cumplidos.
La verdad es que cuando uno necesita un
punto de inflexión no basta con buscarlo, debemos estar abiertos a lo que con
seguridad, después de creer que lo que queda por venir traerá lo que
necesitamos, llegará.
A mí, me basta comenzar por una palabra
amable, por una sonrisa sincera o por una mirada abierta y clara. El resto del
día se dibuja entonces de otra forma y, yo misma, agradezco que estos regalos
lleguen a mí después de desear que todo me vaya mejor.
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