Donde hay amor no
hay deseos. Y por eso no existe ningún miedo. Si amas de verdad a tu amigo,
tendrías que poder decirle sinceramente: “Así, sin
los cristales de los deseos, te veo como eres, y no como yo desearía que
fueses, y así te quiero ya, sin miedo a que te escapes, a que me faltes, a que
no me quieras.” Porque en realidad, ¿qué deseas? ¿Amar a esa persona tal cual
es, o a una imagen que no existe? En cuanto puedas desprenderte de esos
deseos-apegos, podrás amar; a lo otro no se lo debe llamar amor, pues es todo
lo contrario de lo que el amor significa.
El enamorarse
tampoco es amor, sino desear para ti una imagen que te imaginas de una persona.
Todo es un sueño, porque esa persona no existe. Por eso, en cuanto conoces la
realidad de esa persona, como no coincide con lo que tú te imaginabas, te
desenamoras.
La esencia de todo enamoramiento son los deseos. Deseos que
generan celos y sufrimiento porque, al no estar asentados en la realidad, viven
en la inseguridad, en la desconfianza, en el miedo a que todos los sueños se
acaben, se vengan abajo.
El enamoramiento
proporciona cierta emoción y exaltación que gusta a las personas con una
inseguridad afectiva y que alimentan una sociedad y una cultura que hacen de
ello un comercio.
Cuando estás enamorado no te atreves a decir toda la verdad
por miedo a que el otro se desilusione porque, en el fondo, sabes que el
enamoramiento sólo se alimenta de ilusiones e imágenes idealizadas.
El enamoramiento
supone una manipulación de la verdad y de la otra persona para que sienta y
desee lo mismo que tú y así poder poseerla como un objeto, sin miedo a que te
falle.
El enamoramiento no es más que una enfermedad y una droga del que, por
su inseguridad, no está capacitado para amar libre y gozosamente. (…)
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¿Qué os parece…?
Interesante ¿no?
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