“Cualquier
tiempo pasado fue mejor”, dice un refrán castellano. Pero no es verdad. Tampoco
lo es “Vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer”…
Miedo
y más miedo.
Miedo
al futuro, a lo nuevo, a quien pueda llegar, a cambiar de hábitos, a probar
otros sabores, otros olores y nuevos tactos. A escuchar melodías diferentes o a
llenar las pupilas con otros mundos.
Mirar
atrás está bien. Lo está porque sería bueno aprender de las experiencias. No
repetir historias y si se repiten que no sean de la misma forma.
Mirar
atrás puede, sin embargo, impedirnos ver lo que tenemos delante. Equivale a
caminar en el presente por vías que ya no existen e impedir que la vida nos
sorprenda.
Es
cierto que en el pasado está nuestra biografía, nuestras raíces y nuestro
origen. Es cierto que en él encontramos nuestra niñez, nuestros juguetes,
aquellos recuerdos que nos llenan de ternura y los que nos producen
escalofríos.
Nuestro
pasado explica muchas de nuestras actitudes del presente y en él se guardan
secretos, luces y sombras, espectros, fantasmas y hasta algunos ángeles.
Reposan
muñecas y balones. Dioses y demonios. Pecados y virtudes. Amores y odios. Juegos
y bailes. Travesuras y bondades. Todo recogido en el desván de la memoria.
Sin
embargo, la mente siempre está a nuestro favor. Ella tiene espacio para lo que
vendrá. Está deseando llenarse de brillos y colores nunca vistos. De
experiencias nuevas. De abrazos que borren el recuerdo vacío de los que nunca
llegaron. De besos ardientes que sanen el corazón maltrecho. De lunas y soles
que pongan el acento en lo mejor nuestro.
Porque
lo único que nos llevamos puesto en lo etéreo de nuestra efímera existencia es
el amor que hayamos sentido y el que hayamos regalado.
Por
eso y porque el tiempo es corto. Ama.
En
el pasado lo que amaste. En el presente lo que ames. En el futuro lo que
amarás.
Llévatelo
todo porque todo es tuyo. Lo más tuyo.
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