Hay
un momento especial en el día: cuando se apaga la luz. Es ese momento delicado,
lleno de oscuridad y vacío donde de pronto los pensamientos más oscuros saltan
cabalgando sobre nosotros.
Hay
personas que hacen, en ese instante, un repaso del día. Una especie de acto de contrición, de
autoreflexión sobre lo que ha sucedido, de cómo nos hemos comportado o de cómo
hemos dejado que se comporten los demás.
A
veces, en ese tiempo, nos revelamos como los más estúpidos del universo. Hemos
dejado pasar delante de nosotros, traiciones, mentiras, sagacidades y
comportamientos resbaladizos que nos definen como tales.
Otras
veces seremos nosotros los vencedores. Los que hayamos estado atinados en el
éxito o los que hayamos sometido a otros en la conquista.
De
cualquier modo, el momento de apagar la luz siempre crea otro espacio e incluso
otro tiempo. Pasado y presente se mezclan con la mirada puesta en un futuro que
siempre parece incierto.
Los
problemas se agrandan, las dudas crecen, los fantasmas aparecen y aquello que
nunca ha estado resuelto se fija en la mente de forma recurrente rondándonos
sin cesar.
Lo
mejor sería poner a estos enemigos sentados enfrente y conversar con ellos.
Nada tan grande que no pueda resolverse, ni tan pequeño que no tenga
importancia. Pero siempre y por encima de todo está la voluntad de actuar como
uno quiera, a pesar de todo.
En
definitiva, lo que no sepamos resolver nosotros, la vida lo hará. De cualquier
forma, pero lo hará.
Apagar
la luz debería suponer una oportunidad para estar a solas no con nuestras
sombras, sino con nuestras luces. No con nuestros sufrimientos, sino con los
gozos aunque sean pasados. No con el temor, sino con la esperanza y la fe en
que en la vida todo son ciclos. Creer en que los tiempos malos también pasan y
que a todos nos toca una recompensa que si aún no ha llegado, lo hará.
Apagar
la luz supondrá, desde hoy, entrar en lo mejor nuestro y abrazarnos con fuerza
a ello para dormir tranquilos.
La
esperanza por almohada y como colchón todo el amor que nos constituye. ¡Que no
es poco!
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