A veces te sientes atrapado en
una red. Como un mosquito en la mosquitera. Pequeño, diminuto y enredado por millones
de hilos tejidos sobre sí.
Lo peor es que sigues un camino y penetras dentro. Te parece
que es un techo cobertor que te llevará a la gloria. Parece también un pasadizo
a otra parte, a un mundo nuevo donde no faltará el oxígeno. Una zona cálida
donde reposar por más de un rato.
Y vas entrando lentamente
primero, con miedo por si los humanos te tienden una trampa. Pasas más adelante
y cada vez te sientes mejor. El ambiente es más agradable, el aroma más
intenso, el placer más dulce.
Vas libando el néctar de las
flores que te saludan al pasar. Les das la mano. Besas sus pétalos. Te sientes
feliz.
Cada vez, también, vas más
deprisa. El pasadizo se torna, de poco en poco, más oscuro. El ambiente cálido
se vuelve asfixiante. Algo te rozaba continuamente al pasar entre paredes que
se estrechan.
De repente, no sé cómo fue,
algo te golpea. Con fuerza, repetidamente. Comienzas a quejarte pero no
obtienes respuesta. Te lamentas y lamentas aunque solamente el eco te devuelva
tus gritos.
Sin embargo, una fuerza
centrípeta te absorbe hacia dentro. Te has dado cuenta de que has caído en una
trampa; cuenta de que tú eres muy pequeño y tus fuerzas escasas. Cuenta, de que
por más que luchas contra los deshilachados hilos no puedes librarte.
Pasas así mucho tiempo. Muerto
por el dolor, desgarrado por la presión y desolado con tu desesperación.
Algo se acerca a ti. Es una
mano. Alguien viene a rescatarte, o eso crees. Estas seguro de que por fin serás
libre. No pueden dejarte allí. Qué sensación más agradable sientes en esa convicción.
Una explosión ensordece tus
oídos. Es como si se hubiese caído algo muy cerca, como si un grandísimo
estruendo intentase aplastar la red contra el suelo.
¡Oh no! Era a ti a quien buscan.
Eres tú el que debía haber quedado debajo de aquella palmada. La mano no vino a
salvar tu delicado cuerpo si no a llevárselo para siempre.
En ese momento recuerdas quién
eres. Eres un mosquito que tiene un gran poder.
Solamente tienes que alargar tu
aguijón y penetrar su piel.
Lo piensas largo rato. Sientes
pena por aquel gigante que tan poco puede contra ti. Pero al instante vuelves a
sentirte desplazado por el aire que otra de sus palmadas te da muy cerca.
No esperas más.
Lo haces.
Eres libre.
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