Cuando
uno comienza otra vez, aunque sea conocido el camino, siempre parece nuevo.
Uno
espera encontrarse con lo mismo pero seguramente nada será igual. Todo cambia.
Nosotros mismos cambiamos. La gente es la misma pero con un tiempo más sobre
sus conciencias. Con un tiempo en el que habrán reído y llorado. Estando
felices y habiendo protagonizado tristezas, quedando menos para el final,
siendo un poco más viejos, un poco más listos, un poco más doloridos, un poco
más necesitados.
Comenzar
nos obliga a renovarnos, sobre todo cuando somos nosotros los que dirigimos
algo. Cambiar el ritmo diario, ilusionarnos para ilusionar.
Alta
responsabilidad en este caso, porque la ilusión no crece por generación
espontánea. La ilusión hay que ganársela a la vida. Hay que trabarla día a día.
Hay que alimentarla rato a rato.
Comenzar
siempre da pereza. Es como ponernos en marcha de nuevo. Se trata de arrancar
motores y poner en marcha la maquinaria. Es alimentar el fuego para poder
alumbrar y dar calor a los que se cobijan en nuestro espacio vital.
Mañana
abrazo de nuevo el reto de ilusionar. Es como si fuésemos repartiendo magia. Se
trata de hacer surgir destellos en el alma
y la mente de los que nos escuchan y crear en ellos la necesidad de
seguir manteniendo el interés por lo que les entusiasma.
Siento
una gran responsabilidad cada septiembre. No sé si llegaré, no sé si sabré, no
sé si podré, no sé si calaré…el único criterio que tengo para estar conforme
con lo que hago es medir lo que en mi produce lo que enseño.
Si me engancha, logro enganchar. Si me motiva,
logro motivar. Si me emociona, logro emocionar.
Esperemos
que un curso más abra las puertas de la esperanza a flor de piel, de la ilusión
por lo sencillo, del entusiasmo por el día a día, de la alegría que chisporrotea
en los ojos cuando dos amigos y compañeros vuelven a encontrarse.
Esperemos
que yo misma me supera una vez más para entregar lo mejor de mí.
¡Feliz
comienzo de curso ¡
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