Cuando la vida no parece regalarnos
flores no hay otro remedio que acunar deseos. Hacer hueco en la mente para
desear, porque hay veces que no tenemos ganas ni de eso.
Nos metemos en un bucle. Atendemos
más a las desgracias y los sinsabores
que al dulce sentir que se nos oculta. Por eso, si no lo hay…tendremos que
inventarlo.
Es
difícil dejar la mente libre y abierta a lo que pueda suceder. Instalarse en el
presente. No confundirnos con lo que fue y buscaremos fantasmas que se esfuman
para decepcionarnos cada vez que no aparecen.
Hay
que desear y hay que hacerlo fuerte. Como cuando se juega a la lotería. Hay que
apostar y mucho. No vale meter la patita por debajo de la puerta. De ese modo
puede que ni nos vean.
Tenemos que hacernos notar. Que el universo se
entere que estamos deseando montones de cosas y que seguimos dispuestos a
recibir.
Para
estar disponible y receptor hay que previamente haber sembrado. Uno puede
sembrar amabilidad, afecto, ternura… o puede esparcir dudas, mentiras y
sombras. Lo que crezca dependerá de la semilla; lo que nos sea devuelto,
también.
La
vida nunca se queda con nada nuestro. Nos lo devuelve todo.
La
basura mental se recicla, sin duda, y de ella podemos extraer aún beneficios. Estoy
segura que todo lo malo conlleva alguna bondad a la larga, aunque ahora no
podamos verla.
No
puede ser que nos quedemos fuera del reparto. Ni en lo que nos sacude y tumba,
ni en lo que nos deleita y engrandece. Somos un microcosmos que tiende al
equilibrio y todo lo que nos separa de él debe eliminarse.
De
una forma u otra, la vida siempre resuelve y lo hace a nuestro favor a pesar de
que parezca lo contrario. Lo que acontece está dentro de un plan: el nuestro.
Por
esto, desea y desea fuerte.
El
resto vendrá si no te resistes, si dejas fluir, si después de pensar en negro
logras disipar los pigmentos de la adversidad y aclaras tu mundo interior con
la luz de la serenidad.
Total
que más da. No pasa nada nunca. Con o sin nosotros.
Todo
seguirá igual.
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