Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


domingo, 27 de septiembre de 2015

VIAJE A ÍTACA (Relato del Domingo)



DOMINGO ANTERIOR

Llegaron hasta la máquina de café del final del pasillo. La cafetería no estaba abierta. Owen sacó dos cafés mientras la mujer china se sentaba en unas butacas dejando reposar su cansancio.

.- Swa, la vida no me ha tratado bien. No he sido feliz. Nunca. Ni siquiera sé que se siente junto al amor. –Ella no dijo nada. Simplemente alargó su mano para recoger el café y rozar discretamente la piel de aquel hombre atormentado. 

Una vez sentado junto a ella, Swa se acercó de forma que la cabeza de Owen pudiese reposar sobre su hombro.

.-No digas nada. Descansa sobre mí. Tenemos el resto de la vida para cambiar el recuerdo de lo que te hizo daño. No te preocupes amor..- Owen se levantó alterado y confuso.

.-¿Amor?. No te conozco de nada. ¿Cómo puedes llamarme amor?. ¡Lo has estropeado todo!. ¿Qué es lo que quieres de mi?...- De repente estrelló el café contra el suelo y se refugió en una de las paredes de enfrente dando la espalda a la mujer y golpeando su cabeza contra ella. (…)


Domingo, 27 de septiembre de 2015 

… La mujer china le miró compasiva. Se acababa de dar cuenta de la gran necesidad que Owen tenía de ser ayudado. Sin duda, era ella la que mejor podía ofrecérsela. Sabía lo que significaba estar en el infierno y sentirse atrapado por él.

Swa había conocido al padre de Liu en un Congreso dedicado al estudio y mejora del Medio Ambiente. El que más tarde sería su marido, ejercía como político representante del área ecologista en su país. 

Le había encantado su voz. Profunda, serena y apacible. Melódica y envolvente. Afectada de un peculiar tono que invitaba a la calidez más tierna.

Tenía una mirada sagaz llena de prometedores augurios que hizo muy sencilla la complicidad entre ambos.  

Swa organizaba eventos de alto nivel. En aquella ocasión Stella, la directora del acto, no pudo hacerse cargo de su organización. Mientras preparaba los últimos detalles, alguien le susurró por detrás.

.- Nunca imaginé que una espalda fuese tan hermosa.-Aquel comentario había llamado su atención. Se volvió hacia él. En aquel momento, encontró una mirada llena de deseo y una maravillosa intención de hacer de aquel instante el comienzo de un gran amor.

Al igual que ahora, nunca pudo imaginar que el dulce inicio terminaría en el mayor de los avernos. 

Steven parecía un ser maravilloso. Y lo fue durante algún tiempo. Sin embargo, una locura oculta y transformada en diplomática cortesía había desencadenado el caos en el que había nacido Liu.

Sabía cómo tratar estas situaciones.

Se acercó a Owen y apoyó la cabeza sobre su espalda. Cerró los ojos mientras dijo en voz baja.

.-Lo siento Owen. Nunca quise ofenderte. –Owen dejó de golpear su cabeza contra la pared para quedarse inmóvil. 
Despacio, se dio la vuelta y se abrazó a la menuda mujer, llorando.
.-No sé que me ha pasado. Lo siento Swa, lo siento tanto!. Perdóname, por favor. Perdóname.-La mujer le abrazó con toda la ternura de la que fue capaz. Le miró a los ojos y le sonrió llena de un maternal sentimiento que calmó el arrebato del psiquiatra.

Los ojos de Owen eran un manantial imparable de lágrimas amargas. Llenas de impotencia ante su situación desvalida. 

Invadidas de súplica, resbalaban raudas por sus mejillas implorando ayuda. No podía resistir más aquel tormento que se ceñía a sus recuerdos. Algo debía pasar para que aquella tortura cesase. 

Había recurrido tantas veces a amores de plástico que estaba demasiado cansado para aquel nuevo comienzo.

Tenía miedo. Esa parálisis le había hecho perder el control.
Ella le tomó de la mano, cogió su bolso y marcharon caminando muy lentamente a través del inhóspito pasillo.

De nuevo se repetía la historia pero en esta ocasión, Owen nada tenía que ver con Steven. Él necesitaba tanto amor que seguramente cualquier forma en la que lo recibiese sería bienvenida.

El que había sido marido de Swa la había sometido a una auténtica tortura psicológica de la que había salido fortalecida. 

Ahora sabía que podría con este nuevo reto. Es más, estaba deseosa de entregar todo su amor a un hombre que lo necesitaba tanto y que movía su compasión de aquella forma tan deliciosamente tierna.

Owen, con la mirada perdida, apretaba cada vez más fuerte la mano de la mujer hasta el punto de hacerle daño. Ella no protestó. Sin decir nada, soltó la mano del doctor y le cogió el brazo para sujetar el tambaleo de su paso.

Súbitamente Owen se desplomó.  (…)

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