A
lo largo de la vida me he dado cuenta. Por mucho que amemos a una persona, por
mucho que nos importe, por más que la sintamos dentro, nadie puede salvar a
nadie. Sería mucho ya si podemos salvarnos nosotros de nuestras propias debilidades.
Nada más que hacer.
Hay
un pensamiento instalado en lo más instintivo de nuestra conducta que, sin
duda, nos impele a “salvar” a quienes amamos de lo que consideramos peligroso,
dañino o inadecuado para ellos. Pero esta convicción, en la fuerza de nuestra
actuación, es imposible.
Cada
persona tiene que recorrer su camino. Con sus baches, sus piedras y sus
montículos. Solamente la experiencia propia permite una reacción en la forma de
comportarnos.
Por
mucho que nos duela, de nada vale aconsejar. Ni hijos, ni maridos, ni parejas,
ni amigos… podrán captar la carga de
emocionalidad y voluntarismo que ponemos en nuestro empeño. Y no lo pueden
comprender porque las vivencias no se razonan, no pasan por la lógica, no se
seccionan con el cerebro.
La
vida es experiencia en estado puro y eso con nada se puede sustituir. Ni
palabras, ni ejemplos, ni siquiera con chantajes de ningún tipo, se logra.
Si
alguna vez has cambiado en algún sentido, observarás que responde a un impulso
que llega de ti mismo, de tu interior y de la respuesta propia con la que
reacciones ante lo que te sucede y sus consecuencias.
Nadie
puede gozar por nosotros pero tampoco lo contrario. Nadie sufrirá en nuestras
carnes. Por eso, nada mejor para convencernos de algo que asumir lo que nos
queda después de hacerlo. Ese será el único maestro.
Os
dejo una reflexión sobre este tema.
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…”Tú
no puedes salvar a nadie. Puedes estar presente con ellos, ofrecer tu
estabilidad, tu cordura, tu paz. Incluso puedes compartir tu camino con ellos,
ofrecer tu perspectiva. Pero no puedes quitarles su dolor.
No
puedes recorrer su camino por ellos. No puedes ofrecerles respuestas correctas,
ni tampoco respuestas que no sean capaces de digerir en ese momento.
Ellos
tienen que encontrar sus propias respuestas, plantear sus propias preguntas o
bien perderlas, ellos tienen que hacerse amigos de su propia incertidumbre.
Ellos
tendrán que cometer sus propios errores, sentir sus propias tristezas, aprender
sus propias lecciones. Si realmente quieren estar en paz, tendrán que
confiar en el camino de sanación que se vaya revelando paso a paso. Pero tú no
puedes sanarlos.
No
puedes ahuyentar su miedo, su ira, sus sentimientos de impotencia. Tú no puedes
salvarlos, o arreglarles las cosas.
Si
presionas demasiado, ellos podrían perder su tan singular camino. Tu
camino podría no ser el de ellos. “
Jeff Foster
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