Es
muy importante saber perder, porque si se sabe uno se da cuenta de que en
realidad no pierde.
Saber perder es relativizar lo
importante y discriminarlo de lo trascendente. Hay motivos que son pilares de
la vida. Otros no tanto pero les concedemos ese escalafón y entonces perdemos.
Hoy
me decía una amiga, que nunca juzga ni condena, que lo importante era ser
feliz. Que veníamos a eso y que nos perdíamos en el camino. Y es cierto. Nos
bajamos demasiado a la tierra. Nos mezclamos con el lodo y salimos pensando que
la realidad es solamente una continua forma de tener problemas de los que no
salimos bien parados.
Estamos
enfrascados en lo difícil de la vida y lo que no lo es, lo hacemos.
Perder
nunca es restar. Porque muchas veces la pérdida trae ganancias. Siempre hay
bondades en lo que parece una desgracia. Por pequeñas que sean, por
insignificantes que se presenten nos cambian la situación y a nosotros de
lugar. Y eso, siempre es positivo.
Cuando
parezca que hayamos perdido, que todo se ha acabado, que ya nada será igual,
que nada volverá a su antiguo lugar…es justo el momento de avanzar.
Lo
que nos deja mal sabor de boca, aquello que empañó nuestra inocencia, lo que se
llevó las esperanzas, lo que parecía trasparente y se tornó opaco…eso es
precisamente lo que constituye el punto de partida de un nuevo tiempo en el que
perder significa crecer.
Habrá
que dejar lo accesorio si queremos tomar el caldo de la felicidad. La del instante.
La del momento. La de unas horas. La de un solo día. Cualquiera por pequeña que
sea será un pedazo de lo que olvidamos encontrar al llegar aquí.
Está ahí…esperando ser alcanzada. Por ti. Por mí.
Por todos. Para todos.
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