He
comenzado la mañana leyendo un artículo sobre el amor y la costumbre. La rutina
como salvoconducto para creer que se posee al otro y de ahí la construcción del
puente hacia la falta de atención por él.
No
hay fuerza mayor que la ilusión, ni empuje más fuerte que la esperanza. Nada
gusta más que las expectativas iniciales cuando todo parece posible. Nada da más
fuerza que creer que es posible, lo que sea.
Cuando uno se enamora lo primero que se opera
en el proceso es la admiración. Algo en el otro nos sorprende y nos gusta. Su
belleza, su encanto personal, su mirada, la fortaleza de su carácter…infinidad
de aspectos que nos pueden cautivar, según, la mayoría de las veces, las
carencias propias que tengamos que rellenar.
La
tumba del amor se cava con la indiferencia y la decepción.
La
indiferencia es el peor de los castigos. Te deja en el vacío. Sumido en el
olvido del otro y en su amnesia más profunda. Es como no existir en el universo
de la otra persona. Ni para bien ni para mal. Para nada. Y eso causa un dolor
profundo que no cicatriza mientras el olvido se cambie de bando.
La
decepción anula la ilusión. Mata la esperanza y te sume en un mar de dudas
sobre lo que inicialmente parecía el cielo en las manos.
Nos
decepcionamos a base de comprobar que aquello que nació con posibilidades
ilimitadas se va acotando. Se levantan barreras donde antes era campo abierto.
Se construyen muros donde anteriormente se divisaban caminos.
En
muchas ocasiones los culpables somos nosotros mismos por creer en lo que vemos con la razón y negamos con el
corazón.
Las
expectativas nos matan. Componemos un amor a medida cuando a veces es de otra
talla. Intentamos adelgazar para poder caber en él, pero finalmente estalla.
Lo
mejor es aprender a tomar medidas. No grandilocuentes, sino las justas. Y sobre
todo, hacer las costuras a medida y si es imposible ajustarnos al modelo que
tenemos delante cerrar la caja de los hilos y esperar serenamente a hacernos un
nuevo traje.
Siempre
podremos recurrir a mirarnos al espejo y descubrir que no hay nada que tapar,
que estamos bien con lo que nos cubre y eso no debe ser otra cosa que un
inmenso amor hacia nosotros mismos que nos lleve a hacer por nosotros lo que
esperamos que los demás nos ofrezcan.
De
todos modos, si encuentras tu talla quédatela. No hay mayor placer que vestirse
con un amor a la medida.
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