Un
día más, cada día que vivimos. Un día más cada momento en el que seamos
felices, infelices o estemos en la más absoluta indiferencia, un día más que no
pasa en vano.
Estamos
en el centro de una chispa. La que se ilumina entre la vida y la muerte, ese
paso corto, por largo que sea, que damos galopando en un arco sin cuerda.
Hoy
nos preguntábamos en clase cuál era la finalidad de la existencia, para qué
creemos que estamos aquí, por qué y de qué forma encontramos un sentido a este
fogonazo que somos, y sobre todo cómo debe movernos para obtener, de esta
experiencia única, todo el beneficio posible para nuestra conciencia.
Todos
hablábamos de felicidad. Todo apuntaba a desear conseguirla desde un camino u
otro. Cualquiera de nuestras acciones y
comportamientos parece que se encaminaran a atraparla. Y todo ello se presenta
como algo obvio.
Elegimos
una profesión porque creemos que en ella seremos felices, ayudaremos a la
sociedad y nos esforzaremos por mejorarla; elegimos una pareja para ser más
felices aún, elegimos unas aficiones porque nos reportarán ratos de placer
sostenido y siempre pendiente; elegimos amigos porque son afines a nuestra alma
y creemos que con ellos aumentarán nuestros ratos de felicidad…y así
sucesivamente vamos tejiendo la vida.
Sin
embargo, esta finalidad que todos compartimos se pierde en el camino, se
dispone debajo de cualquier motivo para apartarla, queda oculta tras el
orgullo, el egoísmo y las rutinas de cada día donde luchamos más por tener
razón que por ser felices.
Cada
día es un día más que hemos perdido o que hemos aprovechado. Un tiempo que no
vuelve. Un momento valiosísimo para bebernos sorbo a sorbo el dulce caldo de una felicidad que
deberíamos anteponer a todo.
Ir
despacio, caminar firme y seguro en la cuerda floja. Respirar profundo en las
desgracias, ser camaleónicos en el dolor y saber encajar los golpes nos llevan,
sin duda, a estar más cerca de ese gran concepto que sin embargo se resume en
lo más sencillo de lo sencillo, porque para vivir plenamente se necesita poco y de ese poco, muy poco.
Vivir,
en definitiva, con lo que tiene valor y con lo que nunca tendrá precio.
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