Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


viernes, 30 de enero de 2015

¿HAS NECESITADO ALGUNA VEZ CAMBIAR?



Nuestra vida es frenética. Todo se intensifica. Todo se desborda, incluso la rutina. La competencia, las zancadillas, los “sí” pero “no,” el “nadar y guardar la ropa” y otros refranes que la sabiduría popular pone a nuestra disposición, casi son pocos para delimitar lo que nos pasa.

La mayoría de la gente quiere que su vida se quede como está. Nos sentimos cómodos en lo conocido, nos llene la vida o no. Tememos los cambios, preferimos la soledad con futuro a la soledad en compañía, rechazamos las nuevas formas de instalarnos en la vida e incluso a la nueva gente que pueda llegar a ella.

Nos asusta descubrirnos de otro modo, terminar con el que siempre hemos creído ser, descubrir otras maneras de vivir, incluso otras respuestas de nuestra mente o nuestro cuerpo.

Hay ocasiones en las que la vida se estanca. Momentos en los que nada parece que se mueve, incluso ocasiones en las que claramente retrocede. En ese punto aparece una necesidad imperiosa de que las cosas sean de otro modo. Estoy segura de que esa misma urgencia nos traerá que lo sean más tarde o más temprano. 

Si nosotros no damos ningún paso y los pies los tenemos clavados en el cemento, la vida se encargará de eliminar este inmovilismo.
No hace falta esperar demasiado. Siempre lo hace. De una forma u otra, las situaciones evolucionan y en algún momento que el destino elige lo que nos queda por vivir.

A veces, uno va en busca de ese destino. Lo idea, lo visualiza y se encamina hacia él. En el momento del logro, cuando se llega a dónde nos dirigíamos, no hay satisfacción mayor. Pero de poco vale encontrar lo que tanto se busca si no se evoluciona con ello, si una vez logrado no sabemos mantenernos o si el camino de llegada a la meta es el único que no tiene proyección.

A veces hay que parar, detenernos y reflexionar…o tal vez, dejar que la vida haga su trabajo. Es una postura más cómoda pero mucho más peligrosa porque ella nos llevará a su antojo, hacia el mismo punto tal vez, pero  por sendas diferentes.

Quién sabe, de todo se aprende. Posiblemente, de otro modo nunca hubiésemos cambiado y no llegaríamos al punto que nos está esperando.

jueves, 29 de enero de 2015

¿SABEMOS DAR?



La única forma en la que el universo trabaja es entregando. Dar es la única forma de recibir, pero esta lección se aprende mal.
Desde la infancia nos han enseñado a almacenar; amor o lo contrario, palabras o silencios, regalos o vacíos. Por constitución natural tendemos al egoísmo. Y a causa de una deformación progresiva nos acostumbramos a recoger, en muchas ocasiones, sin sembrar.

Para muchas personas es difícil compartir. Posiblemente no encuentren el beneficio de gozar con otros seres en ello. Se pierden, quizá, lo mejor de la vida porque en soledad nada se multiplica.

El procedimiento progresivo del dar genera abundancia. Vuelve lo que se lanza abiertamente y sin esperar el cambio. Y siempre vuelve mejorado.

Hay que tener paciencia porque siempre habrá otro campo donde sembrar si en un terreno no germina.
De cualquier forma es bueno esparcir semillas, sean éstas en forma de afectos, bondades o incluso dinero.

Tenía una alumna que decía que ella “sembraba dinero en los bolsillos de sus ropas”. Siempre, cuando volvía a encontrarlo le parecía que era un regalo porque aunque era el mismo, no lo esperaba lo que aumentaba el que creía tener.

Tal vez, esta sea una forma de autoengaño pero, incluso así, es bueno sembrar porque recoger lo propio es más que no tener cosecha.

Comparto un documento con reflexiones sobre éste tema.

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"El universo opera por medio de un intercambio dinámico... Dar y recibir son aspectos diferentes del flujo de la energía del Universo.

Si estamos dispuestos a dar aquello que buscamos, mantendremos la abundancia del Universo circulando en nuestra vida."

En realidad, practicar la ley del dar es muy sencillo:

Si deseamos alegría, démosle alegría a otros; Si deseamos amor, aprendamos a dar amor; Si deseamos atención y aprecio, aprendamos a prestar atención y a apreciar a los demás; Si deseamos riqueza material, ayudemos a otros a conseguir esa riqueza.

En realidad, la manera más fácil de obtener lo que deseamos, es ayudar a los demás a conseguir lo que ellos desean. Este principio funciona igualmente bien para las personas, las empresas, las sociedades y las naciones.

Si deseamos recibir el beneficio de todas las cosas buenas de la vida, aprendamos a desearle en silencio a todo el mundo, todas las cosas buenas de la vida.

"Todo lo que damos regresa a nosotros" y es verdad. Intentemos hoy dar algo positivo a quienes nos rodean y veremos los resultados.

Se habla del efecto boomerang, del dar para recibir. Todos comprendemos el mensaje pero eso no alcanza. Es necesario practicar, cambiar, transmutar. ¿Cómo? Tenemos que aprender sobre todo a cambiar decretos, a imaginar de una manera diferente, a potenciar las buenas energías que yacen en cada uno de nosotros.

miércoles, 28 de enero de 2015

CARTA A UN PEDIATRA DIFERENTE



Te conocí buscando un buen pediatra que atendiese a mi hijo en un momento en el que una madre primeriza siempre se asusta. Tu apellido era difícil de olvidar, como luego lo fue tu pericia y tu excelente trato con los niños, pero sobre todo tu gran capacidad de resistir “madres preocupadas” y “abuelas angustiadas”.

Muchas veces, las enfermedades eran más supuestas que reales pero así es cuando se tiene un hijo y no se sabe nada de sus respuestas biológicas, en un principio. 

Era complicado llegar a ti porque tu consulta rebosaba cochecitos de niños, bufandas, juguetes y madres deseosas de resolver la fiebre de sus hijos, su tos incesante o esa delgadez endémica que todas nos empeñamos en ver en nuestros niños por más que la báscula diga lo contario. 

Tu teléfono tampoco dejaba de sonar. Siempre pensé cómo tenías aún, después de todo, horas para leer, estar en familia o soñar con otros objetivos que no fuesen la infancia.

Tu apellido es, ciertamente, difícil de olvidar como lo es tu gran calidad humana. 

Esta es una de esas veces en las que lamentas que la vida pase, que el tiempo llegue y que las etapas se consuman. Nos gustaría que las buenas personas, los profesionales excelentes y los amigos del otro lado de la mesa, no terminasen nunca su labor.

 Somos egoístas, lo sé. Quisiéramos que otros pudiesen tener el privilegio de poder poner a sus hijos en manos de un pediatra como tú.
Ha llegado tu momento. El de disfrutar de tus nietos, el de dedicarte a viajar, el de seguir, seguro, aportando tu sabiduría a tu paso en el lugar que alguien lo precise porque uno no se jubila nunca de lo que ama y tú amaste mucho tu labor.

Como todo gran hombre estás acompañado por una excelente mujer, Luisa, que seguro habrá contribuido a que tu carácter  siempre fuese alegre y a sentirte feliz como demostrabas.

Hoy mi hija me enviaba un Whatsapp en el que me preguntaba si su pediatra, esa persona cercana y entrañable, su tabla de salvación en los malos momentos, se jubilaba. 

De pronto revivió sus años de infancia, las largas esperas y lo que compensaban éstas cuando entrabas a la consulta. Sintió pena porque le parecía que algo importante de su niñez terminaba con ello. También yo lo sentí. Pero ahora es tu tiempo para gozar de los tuyos.

Gracias por ese tiempo de calidad que nos diste a cada uno al pasar la puerta de tu consultorio. Gracias por tus sonrisas y tus buenas palabras cuando no podías más con el cansancio. 

Gracias por haberme atendido aquel día en el que nadie quiso hacerlo, de otro modo no  habría tenido la suerte de  conocerte, ni mis hijos la de haber crecido con la extraña sensación de descubrir que ir al médico siempre fue agradable.


martes, 27 de enero de 2015

LA IMPORTANCIA DE LA NIÑEZ



Creemos que esta etapa es importante pero en realidad no sabemos cuánto. Si lo supiésemos, cada persona que tiene algo que ver con ella lucharía insaciablemente por que fuese la mejor de la vida, la más  cuidada, las más compasiva, la de mayor aprendizaje, la que establece límites donde deben estar sin oprimir, la que enseñase lo tierno, lo bondadoso y lo oscuro de la vida.

Muchas veces he pensado que a las personas que rechazamos, aquellas en las que vemos rencor, odio, agresividad y aspereza deberíamos preguntarles por su infancia. Entonces, tal vez, nos encontraríamos con carencias afectivas, vacíos de amor, nulidades de límites o prisiones crueles de consecuencias indescriptibles.
Los padres lo hacen lo mejor que saben o lo mejor que pueden hacerlo después de ser ellos mismos el resultado de los suyos. Es cierto. 

No se trata de buscar culpables, sino de encontrar caminos que salven al adulto que está en el infante.

Luego, llega la sociedad con su educación pautada en lo que considera “correcto”… y sigue añadiéndose la religión y sus leyes y todas las instituciones por las que pasa el niño cuando va creciendo. Normas y cánones que no enseñan, precisamente, a tener actitudes positivas ante la vida; reglas y más reglas que no se cuestionan prioridades éticas.

 Nos enseñan a competir y no a cooperar. A asumir el control y no a repartir la responsabilidad, a juzgar y no a valorar razones, a condenar y no a dar oportunidades de cambio.

Nos inscriben en axiomas que nos condicionan por siempre. “Que la vida es un valle de lágrimas, que hemos venido a sufrir, que quien te quiere te hará llorar, que la letra con sangre entra…y que más vale pájaro en manos que ciento volando”, entre otras cosas.
Estos refranes del lenguaje español escenifican la trayectoria en se ha fundamentado la sabiduría popular aplicada a cada generación.

La educación tiene un gran reto por delante. Tener en cuenta las emociones y su gestión. Porque en definitiva, a cada cosa que nos enfrentamos o cada situación que vivimos, genera una emoción en nosotros, un sentimiento y una pasión positiva o negativa. Y a eso, a valorarlo, a saber qué hacer con ello y cómo comportarnos en función de lo que sentimos y queremos, a eso, no nos enseña nadie.

Si acaso…cuando lo necesitamos, en lo más profundo del corazón, recurrimos al amor de nuestra madre; ese que incondicionalmente queda dentro toda una vida. Y allí, en ese reducto, logramos resolver la batalla contra nuestros fantasmas preferidos. ¡Que no es poco!


lunes, 26 de enero de 2015

¿DÓNDE ESTÁ LA VERDAD?



Cuentan que un buscador de la verdad salió en cierta ocasión a los caminos del  mundo. Y allí, en el gran cruce de éste, interrogó a sus hermanos.

- Decidme ¿cual es la verdad?
- Busca la filosofía -respondieron los filósofos
- No -argumentaron los políticos-. La verdad está en el servicio.
- Entra a las catedrales -le aseguraron los clérigos.
- Sin duda, la verdad es la sabiduría -terciaron los sabios.
- Renuncia a todo -esgrimieron los ascetas.
- Contempla y ensalza las maravillas del señor -le anunciaron los místicos.
- Acata y cumple las leyes -señalaron los gobernantes.
- Conócete a ti mismo -cantaron los guardianes del esoterismo.
- La verdad está en los números sagrados -dedujeron los cabalistas.
- Vive los placeres -aconsejaron los epicúreos.
- Únete a nosotros -le gritaron los revolucionarios.
- La verdad es un mito -respondieron los escépticos.
- Vive y deja vivir -clamaron los existencialistas.
- El pasado: esa es la única verdad -lamentaron los nostálgicos.

Confundido, aquel humano se dejó caer sobre el polvo del camino, mientras aquella multitud se alejaba cantando y reivindicando "su" verdad. En eso, acertó a pasar junto al hombre un venerable anciano que portaba un refulgente diamante.

- ¿Quién eres? -preguntó el derrotado buscador de la verdad.
Y el anciano, mostrándole el diamante respondió:
- Soy el guardián de la verdad.
- ¿La verdad? ¿Es que existe?

El anciano sonrió y aproximando la gema al rostro del humano, replicó:

- La verdad, como este tesoro, tiene mil caras. A cada uno le corresponde averiguar cual es la que le toca. Y esta joya se llama AMOR.

Efectivamente, la verdad contiene el crisol del amor. No se puede mirar a los ojos a la verdad sin beber previamente de la fuente del amor; de otra forma, uno puede consumirse en la fantasía de lo aparente.

Carmen Novoa