Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


martes, 19 de enero de 2016

NO TE FIES DE TU FORTUNA



Estoy aprendiendo a no quejarme. De cualquier forma las cosas suceden sin marcha atrás. Por otra parte, no sabemos cómo los sucesos de ahora, los que tan buenos parecen o los que tan mal se presentan, pueden ser el trampolín para lo contrario.

Uno nunca deja de aprender. Lo mejor es quedarnos con la lección que nos pasa la vida como factura.

No ser demasiado entusiastas en las épocas de bonanza porque seguro, terminan; ni demasiado angustiados en las de desgracias porque, sin duda, también acaban.

La vida es una sucesión de eslabones que van cambiando de tonalidad y desde el más espléndido brillo van destiñendo hasta el herrumbre, más quejumbroso, sin apenas darnos cuenta. La buena noticia es que siempre retornan a lo contrario.

Veamos este antiguo cuento.
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Un humilde campesino vivía en el norte de China, en los confines de las estepas frecuentadas por las hordas nómadas. 

Un día regresó silbando de la feria con una magnífica potranca que había comprado a un precio razonable, gastando pese a ello lo que había ahorrado en cinco años de economías.
 Unos días más tarde, su único caballo, que constituía todo su capital, se escapó y desapareció hacia la frontera.

 El acontecimiento dio la vuelta al pueblo, y los vecinos acudieron uno tras otro para compadecer al granjero por su mala suerte. Éste se encogía de hombros y contestaba, imperturbable:

- Las nubes tapan el sol pero también traen la lluvia. Una desgracia trae a veces consigo un beneficio. Ya veremos.
Tres meses más tarde, la yegua reapareció con un magnífico semental salvaje caracoleando junto a ella. Estaba preñada. Los vecinos acudieron para felicitar al dichoso propietario:

- Tenías razón al ser optimista. ¡Pierdes un caballo y ganas tres!

- Las nubes traen la lluvia nutricia, y en ocasiones la tormenta devastadora. La desgracia se esconde en los pliegues de la felicidad. Esperemos.

             El hijo único del campesino domó al fogoso semental y se aficionó a montarlo. No tardó en caerse del caballo y poco le faltó para romperse el cuello. Salió del paso con una pierna rota.
A los vecinos que venían de nuevo para cantar sus penas, el filósofo campesino les respondió:
- Calamidad o bendición, ¿quién puede saberlo? Los cambios no tienen fin en este mundo que no permanece.

Unos días más tarde, se decretó la movilización general en el distrito para rechazar una invasión mongola. Todos los jóvenes válidos partieron al combate y muy pocos regresaron a sus hogares. Pero el hijo único del campesino, gracias a sus muletas, se libró de la masacre.

Lo que hoy vives, gózalo intensamente o súfrelo ligeramente porque cambiará seguro.


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