Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


lunes, 28 de marzo de 2016

PROTEGERNOS A NOSOTROS MISMOS



De protección va nuestro cuento de hoy. De guardarnos a nosotros mismos; de los beneficios de querernos y de defendernos ante exterior y sus peligros.

          Hay personas que apenas han salido de su nido originario, cuya vida es cómoda y segura…y casi nunca aprenden a moverse, ni siquiera, entre sus conocidas coordenadas. 

Otras, viajeros incansables de experiencias ajenas, pregoneros de dichas y desdichas en un mundo lleno de batallas siempre están al acecho de lo que puede dañarles y se resguardan maravillosamente.

          De eso se trata. De saber preservarnos del dolor que llega de fuera, de tener recursos contra él, de poder seguir sin condenarnos, de mantenernos en la batalla.

Veamos este relato…
______________________________________________________________

En tiempo de los Reinos combatientes, el Hijo del Cielo no tenía ya de emperador más que el título. China estaba a merced de los señores de la guerra, que se disputaban incansablemente los despojos del Imperio. 

El rey de Wu había decidido conquistar el reino de Shou, cuyo ejército, según diversos informes, era muy inferior en número al suyo y estaba mucho peor equipado. Durante los preparativos, sus espías le señalaron que un rey vecino concentraba tropas en las fronteras, a la espera, sin duda, de que el ejército de Wu abandonara el reino para invadirlo. El soberano hizo oídos sordos y persistió en su proyecto de conquista. Sus ministros estaban muy inquietos. Uno de ellos tuvo la audacia de hablarle abiertamente de sus temores y fue depuesto en el acto.

En aquella época, Zhuangzi vagaba con su rosario de discípulos por el reino de Wu. El dignatario destituido le visitó para pedirle que interviniera ante el rey antes de que el país se convirtiera en pasto del dragón de la guerra. El sabio prometió intentar alguna cosa.

Unos días más tarde, Zhuangzi irrumpió en la sala del trono, sin afeitar, maniatado, prisionero de un patán que vestía uniforme de los guardias reales.
El rey de Wu, en el colmo de la indignación –ya que había reconocido al venerable sabio a quien había ido a consultar en varias ocasiones-, mandó de inmediato que desataran las manos del prisionero. 

Reprendió al guarda de caza por tanta inconsecuencia y lo cesó inmediatamente de sus funciones. Pero éste se prosternó varias veces y se defendió explicando que había sorprendido al llamado Zhuangzi practicando la caza furtiva en el parque real del Oeste. Exhibió el objeto del delito: un arco que había arrancado de manos del transgresor. Perplejo, el rey se volvió al viejo maestro y le preguntó qué significaba aquello.

Zhuangzi acarició su perilla blanquecina y contestó:

- Pues bien, Majestad, he tenido una extraña aventura. Había salido a cazar en la pradera que bordea el parque de Su Majestad, con la firme intención de no sobrepasar en absoluto los límites, ya que había visto bien los mojones donde estaba grabado vuestro sello. Caminaba, pues, entre las hierbas altas acechando el vuelo de una presa, cuando, de repente, el ala de una urraca rozó mi sombrero. 

Se posó en la linde de vuestro parque. Me dije: ¡qué extraño, me ha rozado sin verme y ahora está a mi merced, al alcance de la flecha de mi arco! Intrigado, me acerqué al ave para averiguar lo que le había hecho olvidar toda prudencia. Dio algunos saltos en el sotobosque, la seguí, y de repente se quedó inmóvil como si fuera a lanzarse sobre una presa. Seguí avanzando sin que la urraca advirtiera mi presencia ¡y entonces vi que esperaba que una mantis religiosa, escondida tras una hoja, se apoderara de una cigarra, para abalanzarse y devorar a los dos insectos a la vez! Deseosa de aprovechar esta doble acción, no había visto al cazador que tenía detrás. 

Y me hice la reflexión siguiente: así es la naturaleza animal, cegados por sus apetitos, los animales olvidan protegerse del peligro.
¡Fue entonces cuando vuestro guarda de caza me sorprendió y me detuvo como a un vulgar cazador furtivo! Y me hice la reflexión siguiente: así es la naturaleza humana, ¡cautivado por el mundo exterior, el ser humano olvida protegerse así mismo!

No hay comentarios:

Publicar un comentario