El perdón es
necesario para salvarnos de nuestra propia rabia, del dolor ajeno puesto a
fuego en nuestro corazón, de la decepción y el desencanto que otro deja en
nosotros o de las expectativas erróneas que hemos puesto en el de enfrente.
El veneno que prueban
nuestros labios se cuela al corazón y de ahí invade el alma.
Perdonar y olvidar
no son sinónimos. Cuando se perdona no se olvida pero no se recuerda con
rencor. A eso hay que llegar.
Veamos esta
historia.
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Dos amigos viajaban por el desierto y en un determinado punto del viaje discutieron. El otro, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena:
"Hoy, mi mejor amigo me pegó una bofetada en el rostro".
Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse, tomo un estilete y escribió en una piedra:
"Hoy. mi mejor amigo me salvo la vida".
Intrigado, el amigo pregunto: Por que después de que te lastime, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra? Sonriendo, el otro amigo respondió: "Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargaran de borrarlo y apagarlo; por otro lado cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde el viento no podrá borrarlo".
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