Hoy no lo he escrito
yo pero me ha gustado mucho esta reflexión con la que comenzaba mi mañana.
Lo comparto por si a
alguien pudiese venirle bien.
¡Feliz Miércoles!
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Como si de una carta a Los
Reyes se tratara, pedimos un amor que nos cuide, nos mime, sea
bueno, nos proteja…. ¡Ah, y que tenga detalles! Y cuando esa persona aparece en
nuestra vida, paradójicamente, no la valoramos porque nos cuida demasiado, nos
mima demasiado, nos protege demasiado, es demasiado buena y tiene demasiados
detalles. Demasiado para ser real.
Y
es en este punto, en el que tras hacer una larga lista de cualidades y virtudes
maravillosas de esa persona, acabamos por pronunciar el famoso ‘… pero te quiero como amigo’.
El primo hermano del ‘No eres tú, soy yo’
a veces me lleva a pensar que, en el fondo, parece
que nos gusta lo complicado y difícil (y los
raritos, los bordes, los malotes, los aparentemente especiales y un largo etc),
porque pareciera que así merece más la pena. ¿Qué
hay de malo en la sencillez de una persona que nos cuida el corazón con ese
cariño? ¿Qué es lo que falla?
“Pasa con la felicidad como con los relojes,
que los menos complicados son los que menos se estropean.”
— Nicholas Chamfort.
que los menos complicados son los que menos se estropean.”
— Nicholas Chamfort.
Principalmente,
dos cosas (de entre una larga lista que tú
y yo ya sabemos porque a una amiga de tu amiga le pasó algo parecido, ¿verdad?):
En primer lugar, la falsa creencia de que lo
realmente importante debe ser resultado de un gran sacrificio.
Que a mayor dificultad, mayor valor. Y, a pesar de creer firmemente que la perseverancia y el esfuerzo son valores fundamentales para
alcanzar nuestros objetivos, la sencillez
y la flexibilidad
también lo son. Es cierto que el amor se construye, pero también que no hace
falta dejarse la vida en ello cuando tu
autoestima iza la bandera blanca. Hay que luchar, sí, pero no a
cualquier precio o ante cualquier
ganancia. Tan importante como decidir dónde y cuánto
insistir es acotar dónde ceder y saber en qué momento decir ‘hasta aquí’. En segundo lugar,
la sospecha o, por qué no, el complejo de que alguien tan genial no solo sea real sino que,
además, pueda fijarse en nosotros . ¿Acaso no nos han dicho siempre que “las
apariencias engañan”? ¿Acaso no lo han demostrado así una y otra vez nuestras
experiencias del pasado? (“A saber
qué esconde para ser tan perfecto”).
¿Por
qué ocurre esto? No tengo ni idea.
Quizá sea porque en un mundo que avanza a gran velocidad, todo se amontona, se
enreda y se complica de tal modo que valores como la sencillez, la autenticidad o la
naturalidad – tan admirados a nuestros ojos – hayan acabado por
convertirse en actitudes en peligro de extinción. O, quizá, porque de tanto buscar en los rincones equivocados, hayamos
terminado por creer que algo
tan sincero no puede ser verdad. Pero no, no es magia. Ni siquiera es algo
raro. Es amor del de antes, amor del
bueno. Es amor vintage.
Amor
de ese que arreglaba lo roto
porque no existía un tesoro mayor que lo construido entre esas dos personas.
Amor del bueno, de ese que entiende realmente qué es
comunicarse. De ese que sabe que un silencio
vale más que mil palabras y que la mayor conexión entre dos
personas, lejos de ser la WiFi,
es mirarse a los ojos
al hablarse. Amor del bueno, de ese que sabe que unas palabras bonitas ablandan el ego de
cualquier discusión. De ese que sabe que el cuidado, el mimo y
el cariño se construyen de puertas para adentro y no entre selfies y puertas entreabiertas. Amor del
bueno, de ese que se centra en cuidar
la calidad con una persona y no en mirar por el rabillo del ojo de la cantidad.
Un amor del de antes, del de-toda-la-vida,
de ese que sabe que el fuego lento
siempre es plato de buen gusto para quienes se sientan en la mesa con amor. Y,
por supuesto, un amor de dos…
que tres, cuatro y cinco son multitud. Un amor
único, de uno y con uno, no uno que coleccione
cromos con la misma facilidad que hace scroll
en una aplicación de citas. Un amor del de antes, de ese que repite
camiseta tres días seguidos porque te dijo que le encantaba cómo te quedaba, y
no cambiarte tres veces al día para sacarte una mejor foto de perfil. Un amor vintage, a la antigua, de andar por casa, del que
colecciona paseos en el parque y no likes
en Instagram.
Si eres de los que añoran esa época, lee con atención lo siguiente:
mereces
un amor del de antes. Porque el amor no es sufrir, ni hacer grandes logros
para merecer el cariño del otro, ni intentar deslumbrarle para que se fije en
ti. Ya eres
lo suficientemente valioso como para que una persona te mire y vea en ti una vida
llena de experiencias maravillosas.
Por
eso, y aunque no viva a la moda,
yo quiero un amor que no se rompa o deshilache con facilidad. No quiero un amor de temporada e Inditex, sino uno fuerte, resistente y de verdad.
Como aquellas Wayfarer que duraban
generaciones; como aquella vieja Polaroid
que – sin querer – siempre encontraba
el filtro perfecto para cada una de nuestras aventuras; como aquellos Levi’s cuyos años justificaban su
precio; o como aquella carismática furgoneta que cada verano resistía historias
de lagos y montañas. Porque, aunque todo esto parezca del pasado, se hace
presente en el momento en que, pase el tiempo que pase, cuando llega lo hace
para nunca desaparecer.
Lo vintage no es aquello que siempre vuelve, sino aquello que
nunca se va.
Yo
lo tengo claro. Yo quiero un amor vintage.
Escrito por @Nekane_González
y Virginia Gonzalo de Reparando Alas Rotas
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