Estamos equivocados cuando pensamos que podremos ayudar a nuestros hijos, a
los hermanos, a los padres, a las parejas o a los compañeros a resolver sus
propios duelos.
Nadie puede hacer nada por nadie.
Tenemos que hacerlo nosotros. Las tareas, el trabajo, el recorrido…siempre es
nuestro. Y si no lo fuese, en realidad no aprenderíamos.
Los ejemplos enseñan, los modos enseñan, las maneras, el lenguaje no verbal;
todo enseña y nada, a la vez logra la enseñanza definitiva.
Lo que de verdad enseña es la experiencia propia. Sufrirlo en ti. Cuando
sucede así, entonces integramos lo aprendido y no se nos olvida jamás porque al
volver a recordarlo irán asociados un montón de sentimientos, emociones,
dolores o sin sabores con ello.
Vemos este breve y sugerente cuento.
___________________________________________
Se dice que un maestro sufí contaba siempre una parábola al finalizar cada
clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma.
-Maestro -lo encaró uno de ellos una tarde- tú nos cuentas los cuentos pero
no nos explicas su significado…
-Pido perdón por eso -se disculpó el maestro-, permíteme que en señal de
reparación te convide con un rico durazno.
-Gracias maestro -respondió halagado el discípulo.
-Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?
-Sí, muchas gracias -dijo el alumno.
-¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano el cuchillo, te lo corte en
trozos para que te sea más cómodo?
-Me encantaría…, pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro…
-No es un abuso si yo te lo ofrezco. Sólo deseo complacerte… Permíteme que
también te lo mastique antes de dártelo…
-No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! -se quejó sorprendido el
discípulo. El maestro hizo una pausa y dijo:
-Si yo les explicara el sentido de cada cuento, sería como darles a comer
una fruta masticada..
No hay comentarios:
Publicar un comentario