Esta
frase la escuché ayer en una conferencia. Me gustó. Hay que pensarlo bien y si
lo hacemos así, su contenido nos dará paz.
La
desesperación, efectivamente, nunca está en el presente. Es del dolor del pasado
o de la angustia por el futuro. Por eso, debemos centrarnos en el aquí y el
ahora. Un presente que siempre nos ayuda.
Dónde
está tu cuerpo, está tu mente. Y donde ambos están, se concentra el punto de
energía. No canalices la experiencia hacia el recuerdo, sino hacia el momento
en el que te encuentras. Sea como sea. En ti y por ti.
A
veces uno no tiene nada, o no tiene nada de lo que quiere. Pero siempre se
tiene uno a sí mismo; y uno mismo es todo un universo.
Hay
que comenzar por concentrarse en lo más profundo del ser propio. Ahí, en el
templo del alma con suma calma. Hacer un espacio interior. Un silencio interno.
Un momento de paréntesis donde entrarás en un paraíso solamente tuyo y en donde
nunca estarás sólo.
Ahí
en lo más íntimo, está tu dios. Una energía poderosa, compasiva y amorosa que
te envuelve llenando de luz todo tu ser. Y ahí, en ese punto, en ese mismo
momento, todo está bien.
Absolutamente bien. Y no necesitas a nadie. Ni tienes
nada pendiente, nada que resolver, nada por lo que sufrir, nada que atender, ni
nada que reclamar.
Estás
tú y tu energía. Tú y tu templo. Tú y tu dios.
Entra
dentro, lejos, a lo más profundo, en ese reducto donde todo es posible y dónde
estás cuidado; donde todo está bien. Donde nada te puede dañar.
Desea
esa luz. Búscala. Encuéntrala. Está ahí para ti. Es tuya. Disfrútala y disuelve
tus dudas, tus temores, tus angustias en su fragancia.
Dentro.
En el silencio interior.
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