Ayer
escuché por primera vez esta frase. Me gustó. Me hizo sentir bien y al mismo
tiempo me pareció un reclamo para las personas
que ponemos en manos de otras, las alteraciones de nuestro interior.
En
realidad, no hay nada mejor que la calma, la paz con uno mismo, el goce de lo
que uno es y de lo que uno vive.
Lo
que uno tiene es más relativo. Hoy podemos tener algo que encaja en nuestro puzle
de vida y mañana no necesitarlo, evaporarse o perderlo.
El
gran reto es uno mismo y no lo entendemos. Nos aferramos a lo de afuera. No
involucramos en el resto. Nos volcamos en emociones y sensaciones que parecen
que justifican todo. Y en realidad, por encima del culto a los sentimientos hay
un altar mayor: la estabilidad, el equilibrio y la serenidad que emana de uno
mismo. En ello está la clave de la felicidad en cada momento.
La
seguridad de no perder la calma nos prepara para todo. No hay desafío con el
que no se pueda, ni miedo que nos asalte que no se controle. Nos ayuda el
silencio. Nos afirma el mirar desde el interior. Nos impulsa el amor que emana
de uno mismo hacía sí.
Nos relaja el saber que todo está bien. Que estamos en
el momento justo y que solamente caminando desde el centro de uno mismo, se
llega al punto más alejado.
No
dejes que nadie te quite la calma que te pertenece, ni que las circunstancias
te arrebaten los tesoros del alma que solo tú posees.
Ahí
dentro, en lo más profundo, te estás esperando tú. Sin duda, la mejor cita.
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