Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


domingo, 14 de agosto de 2016

VIAJE A ÍTACA (Relato del Domingo)



Domingo anterior

Efectivamente, el perro estaba herido de bala pero no revestía una gravedad inmediata. Su padre había regentado una clínica veterinaria en su país de origen y estaba acostumbrada a ver lesiones y a valorar sus riesgos.
.-No sé cómo te llamas, ni por qué has llegado a mí, pero te pondrás bien. ¡Todo nos irá bien a los dos! - Mientras decía esto observó que la pequeña bolsa que se ajustaba a su cuello estaba semiabierta. Separó ambos lados de ella y a partir de ese momento solamente pudo dar un grito inmenso de desesperación.
.-¡!! Nooooooooo ¡!!!... 

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Domingo 14 de agosto de 2016 


La foto de Liu estaba allí en su fondo, arrugada y casi imperceptible. Le devolvía una imagen que le destrozaba el alma. Arrinconado en una habitación húmeda y desconchada, atado y drogado. A su lado, el perro que ahora sostenía en sus manos, acurrucado en su cuerpo, recostaba su hocico sobre su espalda.

Aquello era un mensaje que irremediablemente aflojó sus piernas para dejarse caer en uno de los bancos con el animal en brazos. Volvió a mirar la foto. En su dorso, una palabra que no entendió le dio la pista de quienes estaban detrás del rapto: Kalenka. 


Sin duda, un grupo perteneciente a la  mafia  rusa estaba detrás de la operación. Tenía que actuar rápidamente. El perro no dejaba de sangrar. Tal vez su hijo estaría sufriendo lo mismo. No podía sostenerse con ese pensamiento rondándola la mente. Echó su cabeza hacia atrás cerrando sus ojos en señal de evasión. Le hubiese gustado desaparecer. Solamente el sonido de las ruedas frenadas con rapidez contra el asfalto le sacó de su impotencia.


Abrió los ojos y ante sí, a pocos pasos del banco en el que estaba sentada, un coche negro abrió su puerta trasera. Era para ella. No tenía otra posibilidad. Estaba perdida.


Owen acababa de decidir sobre el fin de la truculenta historia que desde hacía tantos años le perseguía.

Había llamado a su amigo el inspector de policía que durante mucho tiempo sabía de la existencia de las pruebas pero le había sido imposible convencerle para que las entregase.


La venganza que el psiquiatra pretendía, directamente ejecutada con sus manos, era ya un imposible. Se había convencido de que arrastraba a muchas personas en este juego maquiavélico en el que todo el mundo salía perjudicado. No podía más. Debía optar por dejar en manos de la justicia la condena de este matrimonio que había sido continuada por sus sucesores.


Ahora no sabía que Swa estaba punto de cometer el error más absurdo y costoso de su vida sin la posibilidad de regresar atrás.


Nadie tenía a Liu…



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