Domingo anterior
Había llamado a su amigo el inspector de policía que durante
mucho tiempo sabía de la existencia de las pruebas pero le había sido imposible
convencerle para que las entregase.
La venganza que el psiquiatra pretendía, directamente ejecutada
con sus manos, era ya un imposible. Se había convencido de que arrastraba a
muchas personas en este juego maquiavélico en el que todo el mundo salía
perjudicado. No podía más. Debía optar por dejar en manos de la justicia la
condena de este matrimonio que había sido continuada por sus sucesores.
Ahora no sabía que Swa estaba punto de cometer el error más
absurdo y costoso de su vida sin la posibilidad de regresar atrás.
Nadie tenía Liu…
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Domingo 21 de agosto de 2016
Swa subió al coche. Un cristal ahumado le separaba de la persona
que conducía. A su lado, sentado esperándola estaba un hombre acorazado tras
sus gafas oscuras con una cicatriz de aspecto dantesco que surcaba su cara. No era desconocido para ella. Había algo que
le recordaba que ya le había visto alguna vez. Su aspecto era tan desagradable
que no podía olvidarlo. Sin embargo, no podía ubicar el recuerdo con claridad.
De pronto, observó lo que aquel personaje sostenía en su mano izquierda.
Era un colgante egipcio como aquel que hacía tiempo le había dado una pareja
desconocida en la puerta del despacho de Owen. Ella nunca se lo dio al doctor.
Lo había guardado en una cajita de marfil que se hallaba guardada en una de las
estanterías movibles del despacho. No podía ser el mismo. ¿Por qué nunca se lo
había dado a Owen como aquel hombre le había encargado?.
Estaba nerviosa y temerosa que aquella efigie representara, ahora, la
posibilidad de recuperar a Liu.
.-Vamos a dar un paseo, hermosa Swa.- dijo aquel hombre de voz
grave y un tanto ronca.
.-¿Y mi hijo?.¿Cómo puedo saber que está bien?.
.-Tranquilízate. Tu hijo está colaborando de forma excelente. No le
pasará nada.-
El coche había arrancado aceleradamente. Swa volvió la cabeza y en
el suelo, al borde la de acera estaba aquel animal que le miraba con tristeza
lamiéndose sus heridas. Alguien había acudido en su ayuda, lo que convirtió la
pena de la mujer china en un alivio inmediato al remediar su culpa por no haber
podido auxiliarle.
El hombre, que distaba de ella a penas medio metro, puso aquel
medallón egipcio en sus manos. En aquel momento se dio cuenta de que en
realidad era una de las dos mitades en las que se dividía el que antes había
estado en sus manos.
.-¿Lo ves?. Tú tienes la otra mitad.- Swa asustada respondió:
.-En realidad no la tengo. No sé qué ha sucedido con ella.
.-Te dije que se la entregaras al psiquiatra. ¿Lo hiciste?.
.-No. Nunca lo hice.- De pronto aquel despiadado ser le propino una
bofetada descomunal.
.-¡Zorra! ¿por qué no se lo entregaste?. Todo hubiese sido más
fácil. Lo has complicado todo.
El labio de la mujer china estaba sangrando.
.-¿Tienes al menos la tarjeta sim?.-Swa pensó dársela con rapidez.
Sin embargo, optó por otra estrategia.-¿Cómo sé que mi hijo está bien?. No la
tengo aquí.
.-¡Para el coche!.- le ordenó al chofer. –Te registraré hasta el
último poro de tu piel.- Mientras tanto, la alterada orden que había dado aquel
hombre no se cumplía.
Swa lloraba desesperadamente y se abrazaba a sí misma con sus
brazos en señal de recogimiento y defensa.
Ante el caso omiso del chofer de parar el vehículo, pulsó un botón
que deslizó el grueso cristal que separaba ambos habitáculos.
.-¡He dicho que pare el coche!.- EL joven que iba al volante volvió
ligeramente su cara con una leve sonrisa en sus labios. Swa no podía creer lo
que estaba viendo.
El conductor dirigía el
volante con un brazo pegado al cuerpo.
Un grito ahogado fue proferido por la mujer china que solamente
podía repetir en su mente un nombre: ¡Steve!...
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