Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


martes, 4 de octubre de 2016

EL LLANTO MÁS TRISTE



El llanto más triste es el que no tiene sonido. El que deja rodar las lágrimas sin escapar palabras, ni letras, ni se acompaña con gestos que lo definan. No hay nada que añadir a ese llanto. Nada que decir, nada que consolar.


Cuando uno llora de esa forma solamente quiere dejar salir todo lo que siente, todo lo que es, todo lo que fue y lo que no será.
Se llora para uno mismo desde uno mismo. Cada uno llora por sí porque en realidad todos estamos solos, tremendamente solos cuando sufrimos. 


El dolor asusta a los demás. Es como si no supiésemos cómo intervenir, parece que quema, que fija un cerco en torno al que sufre en el que nadie puede entrar. Y así es. Cada uno debe vivir su dolor plenamente, sin miedo y abrazándole en toda su plenitud. 


Sólo del dolor se aprende. La alegría no enseña, solamente amplía la zona y el tiempo de gozo pero no es un vehículo para conocernos más y mejor.


En muchas ocasiones recuerdo el mensaje del libro “El Caballero de la armadura oxidada”. Únicamente las lágrimas pudieron con el herraje oxidado de su indumentaria de hierro. El sufrimiento que nacía de la comprensión fue lo que hizo surgir el milagro. A solas consigo mismo, en cada habitación del castillo logró encontrar la salida que le negaban a los sentidos; y es que no son los sentidos quienes abren puertas, sino el alma cuando se manifiesta en la absoluta comprensión y compasión con lo que nos sucede y somos.

Negar la tristeza u ocultar el llanto no sirve de nada. Se trata de trascender el dolor pasando por  él. 


Cuando de verdad se atraviesa se va dejando atrás, pero después de haber cumplido su misión: Una mente más clara, un ego más difuso, un corazón más compasivo y una intención más generosa.


Llorar es regar la rosa del alma para que todo esto suceda.

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