Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


lunes, 21 de noviembre de 2016

PARAR EN MEDIO DE LA TEMPESTAD



Hay veces que parece que la cabeza va a estallar, que el corazón se para y que la sangre no corre.

En esos momentos en los que se pasa tan mal, en los que todo parece ir contra, cuando las fuerzas se esconden y los ánimos bajan a tierra, entonces puede pasar algo casi imperceptible que nos detenga. Algo que fije nuestra atención y la desvíe del objeto de sufrimiento. Ahí se hace la calma y en ese silencio aparecen las respuestas.

Hay que confiar. Separarnos de la escena. Dejar actuar a los actores de la vida. Ser observador  a la vez que actor. Pararnos antes de entran en escena. Revisar el guión y volver a confiar.

La vida presenta sus piedras, a veces juntas, otras distanciadas en el camino. Cada tropezón nos hace avanzar con más cuidado y aprender a rodear los escollos.

No aprendemos tan rápido como sería deseable. Posiblemente, no aprendemos más porque cada vez que sufrimos nos encontramos con el alfa y el omega de nuestro microcosmos. Y allí, en el sagrado templo de lo íntimo aparece nuestro ser eterno manifestándose en todo su poder para que tomemos un poquito y salpiquemos nuestro dolor con estas gotas de escarcha dorada que nos hace más humanos pero también más divinos.

Un breve cuento Zen nos habla de parar en medio del abismo.

…”Un día mientras caminaba a través de la selva un hombre se topó con un feroz tigre. Corrió pero pronto llegó al borde de un acantilado. Desesperado por salvarse, bajó por una parra y quedó colgando sobre el fatal precipicio. Mientras él estaba ahí colgado, dos ratones aparecieron por un agujero en al acantilado y empezaron a roer la parra. De pronto, vio un racimo de frutillas en la parra. Las arrancó y se las llevó a la boca. ¡Estaban increíblemente deliciosas! …”


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