Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


miércoles, 14 de diciembre de 2016

RECONOCER NUESTROS ERRORES, ¿DIFÍCIL?



El primer paso para sanar, mejorar o reconducir una conducta es reconocer lo que hacemos, cómo lo hacemos y por qué.


 A veces, no es fácil porque solemos perdonarnos mucho a nosotros mismos y tendemos a derivar culpas en cabezas ajenas. 

Pero no debe olvidársenos que en realidad, cuando surge un problema, cuando una situación se nos pone en contra, no hay otro modo nada más que parar y analizar en qué punto del caminos nos hemos tropezado y qué parte de culpa tenemos en ello.


Reconocer que nos hemos equivocado es la parte más difícil; en principio por la claridad mental que debemos ejercitar y luego por la valentía de corazón que tenemos que usar para ello. Sin duda, es el paso más importante para poner remedio, se llame como se llame nuestra culpa.


De nada vale, sin embargo, si después de llevar a cabo este trabajo de reconocimiento con nosotros mismos, no dejamos de actuar en sentido contrario. La dirección prohibida nos lleva a chocarnos, seguro. En un momento y otro, nos daremos frente con la verdad y tendremos que llamar a las cosas por su nombre.


A mí no me cuesta nada reconocer los errores. No me cuesta nada, pedir perdón si ellos han causado un daño a otra persona. Ya me cuesta más reconducir conductas porque a veces actuamos con el piloto automático puesto y a la nada te ves cayendo de nuevo en la misma piedra.


De nada valen las disculpas, entonar el “mea culpa” o rasgarse las vestiduras en un momento dado, si en realidad no reparamos en la nueva conducta que debería derivarse del problema causado por nuestras acciones.


Lo primero es llamar a cada cosa por su nombre. El camino se abre entonces. A partir de aquí, uno decide si quiere seguir en la batalla, y salir descarnado cada poco, o si elige la tranquilidad de hacer las cosas sencillamente con normalidad.


Veamos este breve relato zen.
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“…El Primer Ministro de la Dinastía Tang fue un héroe nacional por su éxito como estadista y como líder militar. Pero a pesar de su fama, poder, y salud, se consideraba un humilde y devoto Budista.

 A veces visitaba a su maestro Zen favorito para estudiar con él, y parecía que se llevaban bien. El hecho de ser primer ministro parecía no afectar su relación, que parecía ser la de un venerado profesor y un respetuoso alumno.

 Un día, durante su visita usual, el Primer Ministro le preguntó al maestro, "¿Su Reverencia, qué es el egoísmo de acuerdo al Budismo?" La cara del maestro se volvió roja, y con una voz condescendiente e insultante, le respondió, "¿qué clase de pregunta estúpida es esa?" Esta respuesta inesperada impactó tanto al Primer Ministro que se quedó callado y furioso. 

El maestro Zen sonrió y dijo, "ESTO, Su Excelencia, es egoísmo".

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