Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 16 de enero de 2016

LO QUE HACES A LOS DEMÁS...



«Lo que haces a los demás
te lo haces a ti mismo.»
(Eckhart Tolle)


Ayer leía un artículo en el que estaba incluida esta frase. Y me quedé pensando largo rato.

Efectivamente la vida te lo devuelve todo. Tardará tiempo, pasarán circunstancias, serán otros momentos pero si miramos hacia atrás podemos unir los puntos y explicarnos muchas cosas.

Muchas veces, me ha pasado ya. Y me sigue pasando, inversa y directamente. Lo que hago me es devuelto y lo que me hacen también les revierte a ellos.

A veces, indignarnos con una situación que no entendemos no sirve de nada. Personalmente opto por esperar a que la tortilla se dé la vuelta. Porque, sobre todo, creo en una justicia natural. En una especie de balanza que tarde o temprano ajusta los gramos a todos. 

Por eso espero. Y cuando me asaltan las dudas y me parece que no estoy siendo valorada o que lo que me sucede no lo merezco, me digo a mi misma…”espera”, “tranquila”…no tardará mucho en tomar otro giro la situación y demostrarle al otro/a que de algún modo está siendo injusto. Posiblemente, lo verá cuando le llegue lo mismo desde otro ángulo y lo viva en sus propias carnes.

No quiero revancha. No tengo rencor. Sin embargo, me reconforta la idea de que todos pasamos por todo. Que somos señores, a veces, y esclavos, otras. Que estamos arriba y abajo. Que gozamos y sufrimos. Que repartimos miel y hiel y nos llega lo mismo.

El equilibrio se produce de forma natural. Llega aunque estemos inmersos en el caos. Por eso,  estoy convencida que donde no tomamos decisiones, donde parece que todo está perdido, la vida resuelve.

Me gusta la frase con la que he empezado. Recoge toda una religión. “Ama al prójimo como a ti mismo”…yo añadiría, si no lo haces, la vuelta será para ti. 

¡Feliz sábado!

jueves, 14 de enero de 2016

LA RANA QUE QUERÍA SER AUTÉNTICA



              Había una vez una rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad.

        Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.

            Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era Rana auténtica.

           Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.

           Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían qué buena Rana, que parecía Pollo.
____________________________________________________________________


¡Ser auténticos!...uno empieza su vida con estas ganas. Empieza siendo transparente. Dándose a los demás sin pensar lo que los otros puedan hacer con los pedazos de corazón que se van dejando.
Posiblemente más tarde nos ponemos un caparazón porque comenzamos a entender que ni todos son como pensamos, ni todos piensan como nosotros.
Por último, cuando uno logra entender que dar gusto a los demás solo sirve para perderse a uno mismo, volvemos al caminar hacia la autenticidad.
 Cada vez nos importa menos lo que opinen los que nos observan. Cada vez, hacemos menos caso de convencionalismos y críticas. Cada vez actuamos más desde y con el corazón porque acabamos comprendiendo que no hay otro camino que el que nos lleva hacia lo mejor de nosotros mismos. Y ese está muy bien definido. Elegir siempre lo que nos haga sentir bien.
Coherentes con nosotros mismos. Centrados en lo que está de acuerdo con nuestras convicciones.
Que el espejo y tú seáis lo mismo.


miércoles, 13 de enero de 2016

LAS LECCIONES DE OTROS



Hasta ahora había pensado que cada uno tiene que aprender sus propias lecciones y que éstas no servirían a los demás. Sin embargo, tengo un ejemplo muy cercano cuya forma de ser e instalarse en el mundo me ha enseñado mucho.

He aprendido que hay que saber esperar. Que lo que ha de llegar llegará sin buscarlo y que ni todo vale ni de cualquier forma.
Muchas veces nos aceleramos porque nos sentimos agobiados en una situación y la queremos remediar, suavizar o aliviar buscando otra que nos haga olvidar las penas. Error seguro. Uno tiene que darse tiempo a sí mismo. Tiene que pactar consigo una tregua. Amainar los vientos y enderezar la nave mientras tanto.

Solemos evitar aquello que nos asusta. Muchas veces no sólo lo evitamos, sino que lo escondemos detrás de otras opciones que ni siquiera nos gustan. Todo por no sentirnos perdidos, por no dejar que el dolor fluya.

Cuando uno pasa una mala temporada hay que dejarla pasar con la tranquilidad de que ésta anuncia algo mejor. Con la seguridad de que es lo que nos toca vivir en aquel momento y de que, posiblemente, sea la puerta de un nuevo cielo que ahora ni imaginamos.

Hay que comerse las horas malas. Tragarlas a sorbos pequeños. Dejar que pasen. Mirarlas y despedirnos de ellas.
Nada es para siempre. Todo pasa. Hasta lo bueno.

Cuando pienso que detrás de los miedos están las oportunidades no me explico por qué nos paralizamos sin poder dar un paso. Ese es el primer paso que abre puertas y cierra dolores. 

Avanzar hacia nuestra propia serenidad, hacia la elección de un egoísmo productivo en el que sea lo que nos haga sentir bien, el único criterio para elegir. 

Somos mayores ya para seguir rondando la tontería. Para hacer caso a viejos temores  que ya deberían haberse hecho amigos. Para no disfrutar de lo que nos hace bien. Para no dejar que los sueños aparezcan y se expresen con libertad.

Somos mayores para morder el polvo. Somos mayores para someternos al más fuerte. Somos mayores para no dejar salir, de una vez, al niño que hay en nosotros con todas sus ganas de ser feliz.

Sí, ya va siendo hora.

domingo, 10 de enero de 2016

VENCER EL MIEDO



Todos tenemos miedo. Todos lo tenemos a algo. Tal vez difiera el objeto del miedo pero el sujeto es el mismo, nosotros.
          Todo consiste en vencer el miedo. En oponer resistencia aunque aparezca y en hacer lo que tengamos que hacer de igual modo.

Ante cualquier nuevo reto, aparece el miedo. Los acontecimientos sorpresivos que nos descolocan, nos dan miedo. Miedo a salir y miedo a quedarnos. Miedo a las críticas, a los comentarios, al poder del mal extendiéndose como un virus en torno nuestro. 

El miedo tiene un enorme poder paralizante. Es un inmenso muro puesto delante de nuestra intención. Nos bloquea, nos anula.
Podemos pasar mucho tiempo temiendo. Alimentando nuestros fantasmas. Sosteniendo la bandera del temor ante el cambio, ante lo nuevo, ante la vuelta de lo viejo… y sin embargo, en un instante darnos cuenta que es muy simple salir de ello.
En un simple chasquido de dedos. En un abrir y cerrar de ojos.  En esa chispa que se enciende en nuestro interior cuando vemos con claridad.

Hay que hacerlo. De un modo u otro. Hay que hacerlo.
Lo que sea que te cause temor. Aún con él y junto a él mueve tu ficha. Seguro que al otro lado del miedo te está esperando un puñado de dicha que ni sueñas ahora mismo.

La primera satisfacción la tienes asegurada por traspasar tus propias barreras, tus límites, tus muros. Haber cruzado la línea del miedo nos da fuerzas. Nos encontramos con otro “yo”. Uno que se aleja casi siempre  cuando en vez de “hacerlo” solo lo pensamos.
El miedo se deshace ante la decisión de avanzar. Pasa con nosotros sin hacer ruido, espera nuestra reacción, se asegura de su posición y ataca o se retira. 

Por eso, cuando el miedo asome a tus pupilas no cierres los ojos, míralo de frente y dile tranquilamente que lo vas hacer igual.
Estoy segura de los beneficios y las bondades de pisar la raya, de poner el pie encima de la mina, de cerrar la puerta por fuera.

¡Ten miedo, pero hazlo igual!

VIAJE A ÍTACA (Relato del domingo)



DOMINGO ANTERIOR

.-¡Valeria!, la estaba buscando. Hay mucha gente aquí. ¿Dónde se había metido?.- La mujer de ojos claros sintió un inmenso alivio. Estaba allí. 

.- ¡Qué alegría!, tampoco yo pude encontrarle.

.- ¿Me permitirá acompañarla a su destino?, aunque tal vez sea mejor idea descansar un rato frente a un café.

.-¡ Oh sí!, gracias. Es una excelente idea.- Steve volvía a ser él. Casi había olvidado el motivo que le había llevado a realizar aquel viaje. Tanto le gustaba tener frente a él una nueva posibilidad de vencer la resistencia ante una mujer que se sentía nuevamente un depredador acosando a su pieza.

Sonó su móvil. No era la llamada que esperaba. No conocía el número. Dudó en cogerlo. Aquella línea no la conocía nadie salvo Owen. (…)

___________________________________________ 

DOMINGO 10_01_2016-01-09

 Relato del Domingo (El teléfono de Owen)

Después de breves instantes, descolgó el teléfono.
.-¿Owen?. ¿Estás ahí?
.- ¿Quién es al otro lado?. Alguien acaba de perder su móvil y solamente tiene este número marcado en la entrada de llamadas.- En ese momento, Steve comprendió la gravedad de aquel suceso. ¿Qué habría ocurrido?. De cualquier forma, Owen no tenía el teléfono y la posibilidad de utilizar el código asci estaba en peligro.

.-¿Está ahí?.- preguntó la misma voz que había iniciado la llamada. Probablemente Steve permaneció un largo rato absorto en sus pensamientos; lo suficiente como para que su interlocutor dudase.

.-Sí perdón. El teléfono es de un amigo mío. ¿Cómo puedo recuperarlo?.

.-Lo he encontrado en un antiguo café de la parte baja de la ciudad.

.-¿Dónde podemos vernos?. Es muy amable al llamar. Mi amigo le estará muy agradecido.

.-Le volveré a llamar. Antes tengo que hacer algunas gestiones y diciendo esto colgó- Steve sintió un calor asfixiante que recorrió todo su cuerpo. Había tenido allí mismo a la persona que tenía en su poder el móvil de Owen y sin embargo se le había escurrido entre las manos.

.-¡No cuelgue! Oiga! Por favor!...-Irremediablemente había decidido concluir la conversación. Tenía que recuperar aquel móvil y saber que había sucedido a su amigo.

Valeria advirtió la preocupación de su acompañante, que ahora permanecía en silencio.

.-¿Sucede algo importante?.

.-Sí, tal vez muy importante.- Ella supo en aquel instante que su vida iba a estar ligada a él. Sentía que algo grave pasaba y estaba dispuesta a involucrarse en ello. 

Tampoco sabía de dónde nacía aquel interés por un desconocido tan singular. No quería perder el contacto con él o nunca más volvería a verle.

.-Podríamos ir a un pequeño café que hay a la salida del aeropuerto. Si lo desea puede contarme qué es lo que sucede.-

.-Vayamos. Antes me gustaría conocer otros aspectos de usted. Lo mío puede esperar.-

De nuevo mentía. Owen estaba en peligro, pero su devorador deseo de conocer a aquella mujer superaba cualquier incertidumbre acerca de su amigo. Era tal el irrefrenable y desatado instinto de seducción que replegaba a un segundo plano la preocupación por lo que acababa de descubrir.

 Swa caminaba rápido. Estaba muy preocupada. Conocía el valor de aquel teléfono y sobre todo, sabía lo que suponía para su querido Owen. Tenía que encontrarlo.
Adelantaba la calle avanzando a pasos rápidos que de vez en cuando se transformaban en carrera. Entró acalorada al café y con gran inmediatez preguntó a uno de los camareros que recogían las mesas más cercanas a la puerta. Éste le indicó con presteza la dirección que había tomado un hombre delgado, de mediana edad, al que había visto recoger un móvil del suelo e ir hablando con él. 

Sin agradecer aquel gesto siquiera, Swa corrió calle abajo en busca de él. A lo lejos caminaba, con paso acelerado, un hombre similar al que le habían descrito.
.-¡Eh!, por favor…usted!, por favor no corra. El teléfono…-Swa le vio doblar una esquina. Apenas podía correr más. Sofocada y sudorosa empezó a transitar aquella calle con todas las fuerzas que pudo reunir. 

Solamente visualizó cómo la falda del abrigo del misterioso sujeto rozaba el quicio de un portón de una casa solariega.

Tenía que recuperar aquel teléfono. No entendía por qué aquel hombre huía de ella. Llegó extenuada al lugar donde por última vez había visto la figura resbaladiza del desconocido. Se apoyó en la pared de piedra que enmarcaba la entrada. 

Respiraba fatigosamente. Observó que no había timbres. Sin embargo, ante ella se alzaba un edificio rústico con varios balcones de amplio alzado.

 Miró hacia arriba y observó que solamente había luz en dos de ellos. No sabía cómo pasar. Se apoyó en la puerta con el rostro entre las manos para secar las lágrimas que empezaban a caer a borbotones rodando a través de él.

De pronto, la puerta comenzó a deslizarse suavemente invitándola a pasar; tal vez para descubrir la verdad o posiblemente para no volver a salir de allí. (…)