Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 6 de febrero de 2016

LA ENFERMEDAD Y LAS EMOCIONES ESTANCADAS



Lo leí anoche. Lo leeré muchas veces más. Lo que hoy os comparto, incluido el video, tiene una gran importancia tanto si estás sano como si estás enfermo.

No me canso de volver a ello porque explica muchas dolencias que no tienen justificación y que no responden al azar, pero sobre todo porque no adelanta que la solución existe, que es posible sanar de otra forma o no enfermar.

Os dejo con la lectura de este fragmento del artículo. Espero que encontréis en él alguna sintonía con lo que puede sucederos.

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          Nuestro cuerpo nos avisa cuando algo no anda bien… es como un coche que prende focos en el tablero para avisarte que hay que arreglar algo… pero lo único que hacemos es tapar ese foco con un pedazo de cinta de aislar, nos damos por bien servidos, y seguimos por el camino de la vida.

              Únicamente llegando al origen de estos efectos podemos corregirlos para empezar a vivir vidas plenas con salud al 100%.  Pero ¿qué estamos haciendo para trabajar estas cosas?  
          Jamás se nos ocurre buscar esas causas en el mundo de nuestras creencias, pensamientos y emociones, y cómo esto afecta nuestra salud física.

           El cuerpo está diseñado para sentir pequeños incrementos de estrés para sacarnos de peligro (desde nuestros orígenes más primitivos), pero no está diseñado para sostener niveles elevados de estrés emocional todos los días.

       Todo lo que somos es energía, somos una bola de átomos unidos moviéndose por el mundo.  Nuestro cerebro está hecho de átomos… nuestro hígado, igual… nuestra piel, riñones, corazón, etc… adivina?

            Todo lo que somos es una manifestación energética regenerándose todo el tiempo.

              El cuerpo humano renueva sus células y se regenera totalmente cada determinado tiempo… entonces si las células que nacen son nuevas, ¿por qué nacen con la misma información de la enfermedad?

             Es más, si estás leyendo esto y tú mismo estás lidiando con algún problema de salud, trata de recordar si antes de empezar con estos problemas tuviste algún conflicto emocional muy fuerte… tal vez una pérdida mal manejada, tal vez mucho rencor por alguien en particular, tal vez algo en el trabajo o un cambio repentino de circunstancias.

            Mira este video donde Greg Braden nos explica cómo a una mujer le quitan en tiempo real un tumor cancerígeno en tres minutos modificando la estructura del tejido desde sus creencias y emociones.

https://youtu.be/eCe7U7_89SI  (Video) Eliminar tumor en  3 minutos

               Los planos para una salud perfecta ya están en nuestro subconsciente, tu cuerpo es más inteligente de lo que crees, y cada noche hace todo lo que puede para repararse a sí mismo cuando duermes…

         …¿pero qué sucede cuando el daño que le hacemos diariamente con nuestros conflictos emocionales y nuestro estrés es mucho más de lo que el cuerpo puede reparar cada noche?

            Entonces tenemos una enfermedad crónica y en muchos casos progresiva (que se hace peor cada día).

           Ahora bien, puedes tomar cualquier cantidad de químicos para estas cosas, pero mi pregunta hoy es ¿por qué no solucionar el problema de raíz? 

        ¿Por qué no encontrar dentro de nosotros y en nuestro historial emocional las causas de estos males?

         No estoy diciendo que dejes de tomar medicamentos si no quieres… pero ¿haría daño acompañar lo que sea que tengas con un poco de trabajo emocional?


Tal vez la solución que estabas buscando está justo en el lugar que menos pensabas buscar.

         Llega un momento en la vida de muchos en el que nos cansamos de buscar culpables de las cosas que nos suceden, y dejamos de buscar respuestas y soluciones en el mundo exterior… es el momento de mirar  hacia adentro.





viernes, 5 de febrero de 2016

EL LÍMITE DE CADA UNO



Cada uno tenemos nuestro propio límite. A veces caemos en la tentación de recriminar a los demás valorando nuestro nivel de tolerancia.

“Yo no aguantaría eso…”, “Eso a mí no me lo hacían”, “…Lo que tu permites yo lo cortaba rápido”…” Conmigo tenían que dar”…
Éstas y otras frases parecidas son muy fáciles de decir. Hay que ponerse en los zapatos de otro y caminar sus leguas. Hay que ser el otro.

La tolerancia, muchas veces, es una puerta directa hacia el abuso. La persona que tenemos enfrente nos cree demasiado fáciles. Carentes de fuerza de voluntad para imponer límites. Es como si se encontrasen con una tarta rellena de nata y solamente tuviesen que hendir el cuchillo.

El límite de cada uno tiene que ver con el carácter, sin duda, pero también con los ejemplos recibidos, con lo sufrido anteriormente y con lo que estamos dispuestos a seguir sufriendo.
La resistencia a la presión, del tipo que sea, te hace sin embargo más fuerte, en contra de lo que pueda pensarse.

Hay que saber delimitar las fronteras de lo posible. Hay que saber frenar, pero también saber esperar. Porque nada pasa en vano, nada en balde. 

Si los demás nos creen tontos solo hay que sentarse y observar cómo la tortilla se da la vuelta. Y lo veremos seguro.
Cuando uno es tolerante la gente le confunde. Piensan que pueden pasar pisoteando el césped y que hagan lo que hagan el jardín seguirá floreciendo.

Los tolerantes también tienen límites. Más anchos, más largos, más lejanos, más dúctiles… pero los tienen.

En el medio se aprende mucho; al final, se termina con todo lo que daña y siempre se suma en vez de restar porque tolerar es enseñar a los demás una de las mejores lecciones. 

Sin duda.

miércoles, 3 de febrero de 2016

ENTRE ALGODONES O ENTRE TIZONES



Hay muchas formas de haber vivido la niñez. Amados, ignorados, repudiados, silenciados, integrados o desplazados. Protegidos o desvalidos. Descuidados o sobreprotegidos. 

En todas las situaciones hemos sido niños y eso conlleva  haberlo vivido, en su momento, con la liviandad que da los tiernos años donde todo se reduce a juego. Luego, con el tiempo, será otra cosa.

La niñez da cobijo a la edad adulta o la impele a una restauración forzosa. 

Nadie puede decir que el adulto que es no viene determinado por la infancia que gozó o sufrió. De alguna manera, la impronta de la felicidad o la desgracia queda en el alma. 

A veces, se construye un adulto que lleva la contraria al natural desenvolvimiento de las emociones vividas y resulta que de un ambiente desgarrador sale una persona deliciosa. Otras, la suerte no es la misma.

Conozco personas muy cercanas que han necesitado años de terapia por haber creído o apreciado que el amor de sus madres no era el suficiente. 

Algo que parece tan obvio, tan natural y tan sencillo como es amar a un hijo se convierte, para algunos pequeños, en un infierno para el resto de los años. Y es que una cosa es amar y otra “expresar el amor”, demostrarlo y hacerlo vivo a cada instante.

No hay que enseñar a ser padres. Es algo natural y espontáneo. Sin embargo, desgraciadamente, el modelo de relaciones que tenemos con los hijos e incluso con la gente que nos rodea, proviene de lo vivido como niños. Lo peor es que  a veces repetimos los esquemas de origen, aunque los odiemos.

Tengo unos magníficos recuerdos de mi niñez. Si tuviese que definir este pasaje de mi vida con una palabra sería “calidez”. 

Algo así como meterse entre las sábanas recién planchadas, el olor a pan acabado de sacar del horno o el aroma a tierra mojada en el verano.

Supe lo que era estar abrazada por el amor. Valorada y estimulada para avanzar y ser mejor. 

Es un lujo que agradeceré siempre.

Sin embargo, las personas que no han tenido esa suerte tendrán, otra, seguro. La suerte de cruzarse en su vida con el producto de un amor expresado que arropa y que a su vez genera miles de esporas amorosas envolviéndolo todo. 

El privilegio de tener a su lado personas que saben multiplicar el afecto hasta el infinito y que tocan con sus manos el frío de otros corazones.

Las personas más importantes de nuestras vidas a veces no coinciden exactamente con la familia o se añaden a ella.

Provengas de donde provengas, hayas pasado lo que hayas pasado cuando eras niño; éste protegerá al adulto que eres y sabrá alzar sus brazos hacia las personas amorosas que lleguen hasta ti.

No hay otra forma. Amar siempre implicar aumentar. Amar nunca divide y si lo hace, no es amor. Habrá que ir buscándole otro nombre.

Que una infancia diferente no te impida recibir todo el amor que llegue a ti para volver a darlo multiplicado. Es la única forma de sanar tus recuerdos, de sanar tu alma. 

De sanarte a ti.



martes, 2 de febrero de 2016

DEJAR SECAR LA IRA


No hay nada tan demoledor como la ira. En esos momentos, todo nos vale para devolver el daño que creemos que nos han hecho. En esos instantes, cada palabra que se busca es un proyectil, cada gesto una forma de molestar y cada  manera de dirigirnos a la persona un camino para devolver ojo por ojo y diente por diente.


Con la ira no sólo envenenamos al de enfrente. Nos envenenamos nosotros. Por eso hay que dejarla secar.

Nada más que pasa el tiempo, la ira se seca y cambiamos de opinión, de formas y maneras de dirigirnos al que nos ofendió.

Todo cambia con el tiempo. Nuestra mente, nuestras emociones, nuestros sentimientos igualmente se acomodan a la vida que nos toca vivir y a su momento, de lo contrario no lo resistiríamos.

Paulatinamente, todo duele menos. Hasta que no duele ni el recuerdo.

Aquí os dejo un breve cuento sobre la ira.
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            “Mariana se puso toda feliz por haber ganado de regalo un juego de té de color azul. Al día siguiente, Julia, su amiguita, vino bien temprano a invitarla a jugar. Mariana no podía pues saldría con su madre aquella mañana. Julia entonces pidió a Mariana que le prestara su juego de té para que ella pudiera jugar sola en el jardín del edificio en que vivían. Ella no quería prestar su flamante regalo pero ante la insistencia de la amiga decidió, hacer hincapié en el cuidado de aquel juguete tan especial.

            Al volver del paseo, Mariana se quedó pasmada al ver su juego de té tirado al suelo. Faltaban algunas tazas y la bandeja estaba rota. Llorando y muy molesta Mariana se desahogó con su mamá ¿ves mamá lo que hizo Julia conmigo?

                Le presté mi juguete y ella lo descuidó todo y lo dejó tirado en el suelo.

                    Totalmente descontrolada Mariana quería ir a la casa de Julia a pedir explicaciones, pero su madre cariñosamente le dijo: Hijita, ¿te acuerdas de aquel día cuando saliste con tu vestido nuevo todo blanco y un coche que pasaba te salpicó de lodo tu ropa? Al llegar a casa querías lavar inmediatamente el vestido pero tu abuelita no te dejó ¿Recuerdas lo que dijo tu abuela? Ella dijo que había que dejar que el barro se secara, porque después sería más fácil quitar la mancha.

            Así es hijita, con la ira es lo mismo, deja la ira secarse primero, después es mucho más fácil resolver todo.

                   Mariana no entendía todo muy bien, pero decidió seguir el consejo de su madre y fue a ver el televisor. Un rato después sonó el timbre de la puerta.

          Era Julia, con una caja en las manos y sin más preámbulo ella dijo:

- Mariana, ¿recuerdas al niño malcriado de la otra calle, el que a menudo nos molesta? Él vino para jugar conmigo y no lo dejé porque creí que no cuidaría tu juego de té pero el se enfadó y destruyó el regalo que me habías prestado. Cuando le conté a mi madre ella preocupada me llevó a comprar otro igualito, para ti. ¡Espero que no estés enoj conmigo. No fue mi culpa.!

- ¡No hay problema!, dijo Mariana, ¡mi ira ya secó! Y dando un fuerte abrazo a su amiga, la tomó de la mano y la llevó a su cuarto para contarle la historia del vestido nuevo que se había ensuciado de lodo.

Nunca reacciones mientras sientas ira.

La ira nos ciega e impide que veamos las cosas como ellas realmente son. Así evitarás cometer injusticias y ganarás el respeto de los demás por tu posición ponderada y correcta delante de una situación difícil.

Acuérdate siempre: ¡ Deja secar la ira !