Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


jueves, 6 de octubre de 2016

VIVIR COMO UNO PUEDE



Estoy en contra de las críticas. Es cierto que sin querer caemos en ellas, pero que sea lo menos posible y cada vez menos.

Cada uno vive como puede. Casi nunca conocemos las circunstancias del otro, ni lo que vive dentro de sus paredes, ni en lo más amargo de su corazón. 

Todos queremos ser felices y buscando esa felicidad cometemos errores, nos caemos, pasamos por el lodo, subimos al cielo o bajamos al infierno.

 De todo se aprende o al menos, se logra distinguir lo que nos apasiona de aquello que repelemos. Pero eso es con el tiempo. Nadie lo logra de forma inmediata y en ese camino que hay entre una cosa y otra, hacemos cosas que pueden no gustar a los demás o que no son entendidas, a veces ni por uno mismo.

Tenemos una sensación, cada vez más a flor de piel,  de que hay que vivir, de disfrutar el instante, de bebernos las alegrías y de propiciar todo lo bueno que nos pueda llegar.

Cada uno sabe su historia y sólo él la sabe. Los demás podemos opinar, simplemente y siempre de forma parcial porque no tenemos la visión completa de lo que vemos. 

La vida de cada uno está plagada de sinsabores, de miedos, de angustias, de fracasos o desengaños. La vida de cada uno, es una historia única cuya mayor parte está velada para los demás.  De ahí el pensamiento de “ponernos en los zapatos del otro antes de juzgar”…pero solemos ser jueces muy severos que condenamos con mucha rapidez.  

Nadie sabe, nadie, lo que los demás sufren.

Por eso, se me ocurre que el único papel digno de ser jugado es el de la comprensión y la compasión. Creamos saber o no toda la historia de la otra persona; seguro que hay mucho más que no conocemos que explica lo que nos falta.

Apuesto por la compasión. Esa si es segura.

miércoles, 5 de octubre de 2016

EL TIEMPO QUE LO SOPORTES



Todo depende del tiempo en el que lo soportes. A veces un problema pequeño sostenido en el alma, en el recuerdo, en la memoria cercana se pudre y comienza a ser un foco de infección emocional.

No tiene tanta importancia el problema en sí como el tiempo que lo cargas. 

Hemos escuchado muchas veces que “ hay que soltar”, pero nos cuesta. En ocasiones supone mucho para nosotros desprendernos hasta de lo que nos molesta. Se hace cercano  y comienza a formar parte de nuestra vida y todo se convierte en ”pena” o en “ tal vez nos haga falta”.

De cualquier forma, guardar rencores viejos es como dejar en el frigorífico un alimento que no nos gusta. Cuanto más tiempo esté allí más huele y se pudre.

Revisemos qué hay en nuestro corazón que lleva más tiempo del debido y dejemos de sostenerlo.

Veamos este breve relato al respecto.

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En una sesión grupal, la psicóloga en un momento dado levantó un vaso de agua.

Cuando todos esperaban oír la pregunta: "¿Está el vaso medio lleno o medio vacío?" , ella en lugar de ésto preguntó:

- ¿Cuánto pesa este vaso?

Las respuestas de los componentes del grupo variaron entre 200 y 250 gramos.

Pero la psicóloga respondió:

- El peso absoluto no es importante, sino el percibido, porque dependerá de cuánto tiempo sostengo el vaso: Si lo sostengo durante 1 minuto, no es problema. Si lo sostengo 1 hora, me dolerá el brazo. Si lo sostengo 1 día, mi brazo se entumecerá y paralizará.

El vaso no cambia, pero cuanto más tiempo lo sujeto, más pesado y más difícil de soportar se vuelve.  

Después continuó diciendo:
- Las preocupaciones son como el vaso de agua. Si piensas en ellas un rato, no pasa nada. Si piensas en ellas un poco más empiezan a doler y si piensas en ellas todo el día, acabas sintiéndote paralizado e incapaz de hacer nada.

martes, 4 de octubre de 2016

EL LLANTO MÁS TRISTE



El llanto más triste es el que no tiene sonido. El que deja rodar las lágrimas sin escapar palabras, ni letras, ni se acompaña con gestos que lo definan. No hay nada que añadir a ese llanto. Nada que decir, nada que consolar.


Cuando uno llora de esa forma solamente quiere dejar salir todo lo que siente, todo lo que es, todo lo que fue y lo que no será.
Se llora para uno mismo desde uno mismo. Cada uno llora por sí porque en realidad todos estamos solos, tremendamente solos cuando sufrimos. 


El dolor asusta a los demás. Es como si no supiésemos cómo intervenir, parece que quema, que fija un cerco en torno al que sufre en el que nadie puede entrar. Y así es. Cada uno debe vivir su dolor plenamente, sin miedo y abrazándole en toda su plenitud. 


Sólo del dolor se aprende. La alegría no enseña, solamente amplía la zona y el tiempo de gozo pero no es un vehículo para conocernos más y mejor.


En muchas ocasiones recuerdo el mensaje del libro “El Caballero de la armadura oxidada”. Únicamente las lágrimas pudieron con el herraje oxidado de su indumentaria de hierro. El sufrimiento que nacía de la comprensión fue lo que hizo surgir el milagro. A solas consigo mismo, en cada habitación del castillo logró encontrar la salida que le negaban a los sentidos; y es que no son los sentidos quienes abren puertas, sino el alma cuando se manifiesta en la absoluta comprensión y compasión con lo que nos sucede y somos.

Negar la tristeza u ocultar el llanto no sirve de nada. Se trata de trascender el dolor pasando por  él. 


Cuando de verdad se atraviesa se va dejando atrás, pero después de haber cumplido su misión: Una mente más clara, un ego más difuso, un corazón más compasivo y una intención más generosa.


Llorar es regar la rosa del alma para que todo esto suceda.

domingo, 2 de octubre de 2016

DESIDENTIFICATE. SÉ OBSERVADOR



Todos queremos estar en el equilibrio. Sabemos que en el centro está la felicidad y que cuando estamos en armonía es cuando realmente nos sentimos bien.


Cuando estamos en estado de lucha interna nuestra vida es un caos. El equilibrio se produce cuando no elegimos, cuando ves las situaciones tal cual son, cuando eres capaz de ver que todo va junto, que no hay nada que elegir.


En el momento que elegimos optamos por una parte de la realidad; la otra permanecerá suspendida a nuestro alrededor esperando ser aceptada.


Los problemas surgen de la identificación que crea expectativas. Esa persona es igual que yo…por tanto espero que se comporte como yo lo hago. Aquí radica el inicio de la dependencia y del sufrimiento.  Una vez que conseguimos no identificarnos con nada nos convertimos en espectadores y ahí, en esa zona, nada nos puede dañar. No somos nosotros, todo sucede fuera y delante. No nos dejamos enganchar por nada y nada puede alterar nuestra conciencia.


La clave está en no decir “soy esto o aquello”, permanecer sin juzgar, simplemente ver el hecho.


Si esto fuese así, si lográsemos desidentificarnos no habría posibilidad de que nada nos dañase porque cuando observas eres testigo, te separaras de lo que sucede y ves que en ti todo está bien; el resto sucede fuera.


Cuando acabe el día y se ponga el sol o cuando amanezca y salga, deberíamos repetir como un mantra: ”Todo está bien. Nada puede dañarme. Estoy aquí y no soy lo que dicen o lo que sucede. Más allá de todo ello, soy yo.


Soy en mí. Ahí todo es como debe ser.