Cada día me doy más cuenta de lo
importante que es saber lo que uno no quiere.
Si es importante saber lo que
queremos, aún es más saber lo que no. Porque lo que queremos nos impele a buscar
o a aceptar aquello con lo que conectamos.
Lo que no queremos se manifiesta
solo al comprobar que nos desconecta de lo que somos.
Cuando no tenemos criterios claros
vivimos en una indefinición. Cometemos
errores. Nos equivocamos por no saber dónde está la línea divisoria. Nos
sentimos mal, en definitiva.
Conocer aquello que no sintoniza
con nuestro ser más íntimo nos permite evitarlo o rechazarlo.
Resolver las dudas nos posiciona
en el sí, que siempre llega cargado de oportunidades y apertura; no discernir o
dudar frente a lo que tenemos nos instala en un espacio de nadie en el cual
todo nos aleja de nuestro centro.
No quiero las palabras vacías.
No quiero la soberbia y la prepotencia.
No quiero la falta de compasión.
No quiero el maltrato en ninguno
de sus modos u formas.
No quiero dulces para los oídos.
No quiero mentiras piadosas.
No quiero insultos light.
No quiero sepulcros blanqueados.
No quiero fachadas sin colores.
No quiero rutinas e indiferencias.
No quiero costumbres egoístas.
No quiero pasividad ante el dolor.
No quiero fariseos triunfadores.
No quiero versiones diferentes de
lo mismo.
No quiero poemas sin versos.
Ni quiero un tú que no sea
verdadero…
No hay comentarios:
Publicar un comentario