Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


jueves, 4 de mayo de 2017

SOBRE EL MAL DE OTROS…ESPERA



Estoy en ello y cuando uno está sobre una cosa, ésta llega ti en mil y una formas.

Acabo de leer este breve texto que viene a apoyar este momento de “dejar pasar”, “de callar y estar en silencio”, de no “resistirte ante lo que oyes o ves”, de no “tomar partido” en lo del otro, porque en definitiva le afecta a él/ella y no a ti.

Aunque pensemos que los de los demás es responsabilidad nuestra, no es así. Estamos acostumbrados a querer remediar los dolores ajenos, las culpas de otros y los males que no son propios. Por mucho que repercutan en nuestra vida, no está en nuestras manos resolver casi nada de lo que nos preocupa.

Creo, que no debemos sentirnos culpables por nada que no haya nacido de nuestra voluntad de querer ejercer nuestra individualidad. Los daños que otros hacen a otros, les pertenecen.

 No son nuestros. Incluso el dolor que nos produce la actuación de otra persona, también es suyo. Es como el reflejo en un espejo. Hay un efecto refractivo en ello. Ese boomerang de la vida que no para.


Antiguamente, había un refrán que sostenía…”No la hagas, no la temas” y creo que las abuelas se referían a la vuelta del mal, al resultado que se refleja en el espejo del alma y revierte en el mismo cántaro.

Aquí os dejo este pasaje al respecto.

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“Allí estaba aquel hombre al pié de la caverna en la cima de la montaña. Quise hablarle, pero se fue, sin siquiera notar mi presencia. Me llamaba la atención su vestimenta, tan rara para estos tiempos.

Sentada a la sombra de un frondoso árbol, pude respirar el aroma a flores  que venía como subiendo desde el valle,  mi atención solo se enfocaba en mi respiración que subía y bajaba por mi pecho, una sensación sublime de candor y entrega a ese momento me invadió y quedé dormida.

En el sueño lo pude ver al hombre, era transparente y luminosa su cara, vestía unos harapos, unas sandalias gastadas y llevaba como un bastón que tenía un símbolo raro, que según como se mirara parecía una letra o un numero en forma de tres y encima de su raída vestimenta,  un manto rojo majestuoso, bordado con los mismos símbolos en oro.


Con una mirada compasiva y bondadosa me preguntó que buscaba ahí. Le contesté que nada, que solo estaba contemplando el paisaje. Su presencia no me inspiraba miedo, al contrario, me infundía seguridad, como la que brinda un padre cuando te acaricia con la mirada. Los ojos del hombre eran grandes y desprendían una fuerza sobrenatural que sin mirarme fijamente, se posaban de vez en cuando en los míos infundiéndome paz y serenidad, como un mar tranquilo.


Entonces,  en un momento mirándome  fijamente dijo: en la contemplación de todo lo que ves, están las respuestas que estás buscando. Todo el universo habla sin palabras, solo escucha, en el mínimo movimiento en el paisaje, en las cosas simples, en los pequeños actos de amor hacia los seres de este mundo,  está el lenguaje del universo, en la sencillez está la verdad, tienes que aprender a sentirlo, más allá de lo que piensas ahora.

Cuando pude incorporarme, el ya se había ido.

Creo que me desperté o no,  con una sensación de nostalgia y a la vez de aprecio por sus palabras, nunca supe si era un sueño o si en algún nivel de conciencia pudimos  tener ese diálogo.

En ese lugar  en que me encontraba, pude ver como  las mariposas volaban por el aire, sin importarles la soledad del paisaje y como el sol acariciaba esas alas haciéndolas más bellas en ese atardecer inmenso. Indudablemente pude vislumbrar otra dimensión de la belleza.

Desde entonces recuerdo siempre al hombre del manto rojo, quizás pueda volver a verlo algún día, pero de alguna forma supe ese día, que yo tenía algo que aprender y que él tenía algo que enseñarme.

Solo escucha… 

Solo espera…


martes, 2 de mayo de 2017

DETRÁS DEL SILENCIO



A veces es mejor callar. Hacer creer que uno no sabe, no entiende, no imagina o no supone. Que piensen que estamos al margen, que no participamos, que para nosotros la vida es de otra forma.


Me he convencido que reservar una parcela de nadie es un ejercicio muy saludable. No querer poseerlo todo, pero tampoco darlo todo. 


Hay un lugar dentro de cada uno que solo es de uno mismo y así debe ser.


Detrás del silencio está el poder. La sabiduría de sobrevolar lo que nos molesta, lo que duele, lo que causa sufrimiento.

El silencio es revelador. Nos habla, nos acaricia y hasta nos cuenta secretos; de nosotros mismos y de los demás.

Cuando hablamos no escuchamos nada más que lo que decimos. Es como si volviésemos a encontrarnos con nosotros mismos, una y otra vez e ignorásemos al resto. Se nos escapan detalles, informaciones, sutiles formas, maneras y modos en los cuales los demás nos dicen mucho de sí mismos. Sus silencios, son su poder también.


Cada día es más difícil escuchar y cuando lo hacemos es para reaccionar rápidamente con una respuesta que se refiere a nosotros mismos. No.  Hay que dar tiempo y espacio a los demás. Que hablen, que se muevan, que jugueteen e incluso que se equivoquen. Porque sus aciertos y sus errores serán mejor comprendidos por nosotros si nos encuentran callados.


A veces, es mejor esperar. Tranquilamente. Como si el tiempo no tuviese límites en cada persona. Sencillamente en reposo.


Nos sorprendería lo que uno recoge del silencio. De la ausencia y del vacío. Hay mucho dentro de ello, pero solamente se revela cuando uno es capaz de acallar su diálogo interior y se dispone solamente a escuchar la nada.


Siempre, algo se escucha. 

Siempre valioso.

domingo, 30 de abril de 2017

VIAJE A ÍTACA



DOMINGO ANTERIOR

.-¡Cuidado!, vamos a matarnos.- Gritó Swa. En ese momento frenó en seco el coche y lo derivó al arcén. Tomó a la indefensa mujer china fuertemente por el brazo juntando sus caras.
.-¡Mírame bien!. Más vale que lo encuentres o dejarás de respirar lentamente… ¡me has oído!.

El teléfono de Steven comenzó a sonar de nuevo. Por la expresión lívida de su rostro, Swa supuso que no eran buenas noticias.

.-¡Maldito!...no has muerto.

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Al otro lado del celular una voz conocida repetía una y otra vez.

.-¿Dónde está Shwa?.- Por alguna inexplicable razón, Owen no había muerto y sin duda había descubierto que su cercano amigo era, en realidad, su peor enemigo. Nadie podía hacerle tanto daño como él, ni tampoco nadie hubiese podido arrebatarle al amor de su vida con tanta facilidad.


El destino había cerrado el círculo. Una historia llena de desamparos y horrores deambulada a su alrededor siempre y le entregaba en manos del peor postor a través de la única mujer que había amado.


Steven palideció al saber que su víctima estaba viva. No lo esperaba. Sus planes se precipitaban. 


.-¡Escúchame!.-dijo el doctor al otro lado del teléfono.- Te encontraré y cuando lo haga te arrepentirás de haberme traicionado.- Entre tanto, Shwa que imaginaba quién estaba hablando con Steven, tuvo una extraña mezcla de sensaciones a las cuales no sabía atender.


Le había dejado en aquella calle a punto de morir. Había huido en busca de su hijo. Era un buena razón para no sentirse mal pero, sin embargo, en lo más profundo de su ser, algo le indicaba que podría haberle ayudado. Solo podía remediarlo si ahora actuaba.


.-¡Owen estoy aquí!, ¡Owen!... Steven la tiró contra el suelo y puso su pie sobre su cara para silenciarla al instante. Owen comenzó a gritar.


.-¡Bastardo! Lo pagarás muy caro. Tu teléfono está localizado. La policía está justamente a tu lado.-

Esto descolocó al malvado asesino que instintivamente comenzó a mirar a su alrededor quitando el pie de la cara de la mujer china. Aprovechando el descuido, Shwa se agarró a uno de sus pies y le desequilibró tirándole al suelo. La pistola quedó lejos, cerca de los pies de un niño de una edad parecida al suyo.


Inmediatamente, el pequeño intentó cogerla.

.-¡No!, no lo hagas. – Mientras tanto, era ella la que ahora posaba su tacón en la parte baja del vientre de Steven.


El niño los miraba sorprendido. Volvía los ojos a la pistola que estaba al lado de sus pies mientras una voz, a lo lejos le llamaba.

.-¡ Robert!, ¿dónde estás?. Robert!...