Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


viernes, 22 de diciembre de 2017

LOS QUE NOS EMPEÑAMOS EN AYUDAR



Hay gente que nos empeñamos en ayudar. Es como si sintiésemos unas ansias irrefrenables de “salvar” al otro de la catástrofe y con ello nos sentimos bien.



Todo el voluntariado se fundamenta en este deseo, sin duda, y en la gratificación personal que uno obtiene cuando se está en el proceso de colaboración activa con el “otro”.

Sin embargo, no me voy a referir a la solidaria acción del voluntario, sino a la enconada intención de quien se empeña en “ayudar al otro a que cambie algún aspecto de su vida” para que mejore lo que, por otra parte, es motivo de su queja. Pero nos equivocamos.

Nadie que no quiera ser ayudado puede serlo. A pesar de que la persona esté pasando un trance difícil, aunque el dolor le atraviese y lo veamos o nos lo diga, si dentro de sí tiene un muro para recibir, será imposible que lo que le entreguemos caiga en su interior y de frutos.

He llegado a la conclusión, por experiencia propia muy cercana, que hay personas que no se dejan ayudar, ni lo quieren. Prefieren “la queja” vacía. Una especie de malestar tirado al aire para que  caiga en ningún lado.

 Les sirve para vaciarse de lo que les molesta pero no nos indican con ello que quieran algo de nosotros salvo, tal vez, ser escuchados.

Siempre recuerdo “El caballero de la armadura oxidada”; no hay alegoría mejor. Quería “salvar doncellas que no querían ser salvadas”. Su vida era un desastre. La de su familia también.

Solamente logró desprenderse de la armadura a través de las lágrimas. Porque en realidad esa es la auténtica ayuda que viene de uno mismo.

Cuando uno llora expresa la pena, el dolor, la rabia, la impotencia y todos los sinsabores por los que pasa. Llorar libera, pero también sana.

Uno llega al llanto cuando ha elaborado el dolor y le he elevado a la cúspide de su sufrimiento. Entonces, reconoce mediante esta alarma física que algo le sucede y a partir de ese momento, se pone en marcha. Su marcha, no la nuestra.

Por ello, cuando sientas la tentación de aliviar el dolor del otro, primero observa si realmente quiere que alguien lo recoja. Después, escucha.

A veces es lo único que podemos hacer.

martes, 19 de diciembre de 2017

¿QUÉ HACER CON LO QUE NOS DUELE O ASUSTA?




Hoy llego hasta vosotros con un mensaje que no es mío. Me ha gustado. Conecta con lo suave del ser humano; con las miserias, las luces y las sombras. Con la superación de ampliar el espacio para que se manifieste el sentimiento que sea; doloroso o amable…y en ese fluir desprendernos del apego que nos tiene alejados de nuestro centro.





Os dejo el texto.
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             Todos guardamos en nuestro interior, muy hondo, la herencia oscura de la especie humana.

             Esa parte negra de la que tratamos de alejarnos hasta que nos damos cuenta que si la negamos se hace grande y nos somete. 

         Solo con amor es posible iluminar la oscuridad y transformarla.

           Cuando entregamos la negrura con dulzura es fácil volver a conectar con la belleza y la magia de la vida. Es así como suelen alejarse los miedos, los recelos, las inseguridades y, en su lugar, florecen la confianza, la alegría y ese amor cálido que surge de dentro y no depende de nada ni de nadie.

              Por eso, porque persigo el sosiego y la belleza, cuando me siento rabiosa, triste, ansiosa, dolida o herida me lo permito.
                Me doy tiempo. Sé que la rabia, la tristeza, la ansiedad, el dolor y la frustración quieren ser oídas. 

        Son mis emociones y no puedo ni quiero eludirlas. 

        Nos sentamos juntas y las escucho sin juzgarlas ni intentar cambiarlas. A veces me hablan a través del cuerpo; se me encoge el estómago, me duele la espalda, el corazón se acelera… 

          También puede aparecer en la conversación algo o alguien que necesita ser perdonado. 

         Perdonar, perdono siempre. 

           Es un regalo que me hago. 

        No me gusta estar atada y, al fin y al cabo, todos arrastramos miserias, somos humanos.

     Merce Catro Puigautora de los libros "Palabras que Consuelan" y  "Volver a Vivir"

domingo, 17 de diciembre de 2017

VAMOS A CONTAR MENTIRAS...



Hoy estoy dispuesta a contar realidades que no reconocemos como verdades.



 Empecemos:

·      Todos queremos más, aunque por cortesía digamos menos…

·      Todos queremos ser los mejores, aunque por educación tratemos de disimularlo…

·      A todos nos gusta lo prohibido, aunque nos neguemos a reconocerlo…

·      A  todos nos encanta ser queridos, aunque queramos parecer fuertes y creamos que eso nos hace débiles…

·      A todos nos aterran nuestros miedos, aunque queramos disimularlo para sentir la fortaleza que no tenemos…

·      Todos queremos lo mejor de una bandeja, aunque tendamos la mano a lo más pequeño…

·      Todos deseamos libertad, aunque no nos atrevamos ni a pensarlo…

·      A todos nos gustaría sentirnos reinas o reyes del corazón de alguien por un día, aunque despertásemos del sueño más tarde…

·      Todos deseamos lo mismo, aunque queramos ser diferentes diciendo lo contrario…

·      No engordar y poder comer lo que queramos, dormir plácidamente sin pastillas, encontrarnos con una sonrisa como primer saludo del día, llegar a cualquier lugar y sentir que la gente nos aprecia y estar convencidos de que valemos por lo que somos y no por lo que tenemos.

·      Saber que por mucho que amemos nunca es bastante y que de eso no hay medida, ni cantidad, ni color, ni sonido que pueda cuantificarlo ni igualarlo.

Mentiras que dadas la vuelta son verdades silenciadas en lo más profundo de cada uno.

Repasemos para ver con cuántas de éstas nos quedamos.
¡Buen comienzo de semana!