Hoy me gustaría hablar de la soledad de las
personas famosas, públicas y notorias. Parecen envidiables. Las encontramos en
el centro de todos los eventos que nos gustaría disfrutar, las vemos rodeadas
de sonrisas, brillos, ropas y palabras bonitas. Parece que arrastran la
felicidad consigo. Que dejan una estela de bienestar y felicidad por donde
pasan; nos gusta pensar que han alcanzado lo que todos deseamos haciendo
realidad lo que parece siempre sueños.
Sin embargo, nadie ve la soledad de la
compañía en la que se encuentran. Las muchas veces que les gustaría no estar al
lado de alguien concreto al que tienen que sonreír, las otras más que desearían
cambiarse por simples mortales disfrutando de un helado por una calle
cualquiera.
La fama tiene un precio muy alto que han de
mantener. Siempre disponibles, siempre afables, siempre saludables; ni siquiera
les vemos susceptibles de ponerse enfermos porque parecen hechos de otra pasta.
En ellos, solo vemos lo que se puede ver.
Los flases sobre sus lujosas chaquetas, los vestidos vaporosos que se mueven al
ritmo del aire que provocan las sonrisas, el pelo inmaculado, el gesto suave y
complaciente y la mirada resplandeciente que deben sostener a costa de lo que
sea.
Imagino el descanso que representará llegar
a casa y poder descalzarse de todo el escenario que debe acompañarles siempre.
Supongo que más tarde, si la estrella cae o se retira, sufrirán el helio del
olvido o al menos, de no estar presentes en la mirada con ganas de fama de la
gente.
Somos así. Aclamamos al héroe de turno y le
lapidamos si todos lo hacen. Estar arriba significa tener que bajar algún día,
en algún instante, alguna vez.
La buena noticia es que puede resultar una
liberación una vez que se ha experimentado las mieles del éxito. Por otra
parte, no hay mal ni bien que cien años dure.
Posiblemente, los que observamos desde
fuera deberíamos ser menos exigentes con las personas de éxito porque a éstas
no se les perdona un fallo e igual que los ensalzamos les bajamos del pedestal.
Somos humanos. Todos los somos. O tal vez,
a veces, sería mejor copiar de los animales.
Un brindis por quienes han alcanzado el éxito
merecido y una reflexión para los que lo vemos de lejos.
No son distintos a nosotros por lo cual a
su luz le acompaña también la sombra.
Sepamos ver.
Dejemos de juzgar.